La importancia del crimen organizado en América Latina ha venido creciendo en los últimos años, vinculada especialmente a dos factores: el incremento de la violencia, especialmente en zonas urbanas, y la utilización de la corrupción, que funciona como facilitador para las distintas manifestaciones del crimen organizado.
En este sentido, vale aclarar que consideramos al crimen organizado no como un delito en sí mismo sino como “una forma de cometer delitos (en plural) caracterizada por dos condiciones: cierto nivel de planificación, y la participación conjunta y coordinada de varios individuos” (De La Corte Ibáñez y Giménez-Salinas Framis, 2015: p.19). La criminalidad organizada, en consecuencia, adopta múltiples formas siendo el narcotráfico el que actúa como potenciador en América Latina. Sin embargo, como destaca Sampó (2017: p. 29), es posible identificar otras cinco manifestaciones en la región, a saber: tráfico y trata de personas, tráfico de armas pequeñas y livianas, lavado de activos, tráfico de recursos naturales y contrabando de mercancías, falsificadas en muchos casos.
Ciertamente, la vio lencia no siempre responde a la existencia del crimen organizado. Sin embargo, sí suelen coincidir altas tasas de violencia, como resultado de la dinámica establecida entre las organizaciones criminales que se asientan en América Latina, cuando compiten por el control territorial y las rutas de tráfico. En estos casos, los niveles de violencia han alcanzado números escandalosamente altos (Sampo, 2018). En términos generales, de acuerdo con el último informe del Instituto Igarapé (2018: p. 2), América Latina concentra el 8 % de la población mundial y el 33 % de los homicidios que tienen lugar en el planeta. Diecisiete de los 20 países con más asesinatos en el mundo, están ubicados en Latinoamérica y el Caribe, llamando la atención sobre El Salvador, Venezuela y Honduras, que tienen una tasa de entre 50 y 60 homicidios por cada 100,000 habitantes, y Brasil, Guatemala, Colombia y México, que fluctúan entre 20 y 28 homicidios por cada 100,000 habitantes (Muggah y Aguirre Tobón, 2018: p. 4). Vale destacar que la tasa mundial de homicidios ronda los 6/100,000 habitantes, es decir, que los países mencionados —como mínimo—cuadriplican este indicador. Sin embargo, robos, lesiones, hurtos y violaciones también son indicadores de violencia en los que otros países de América Latina, como Argentina, Uruguay y Perú, también presentan altos índices (Resdal, 2016: p. 9).