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¿Qué mundo es el que se acaba?

Foto: Wall Street Journal

Resumen

Vivimos tiempos de cambio y profunda transformación. El orden internacional que emerge es en lo esencial una transición y no un orden estable que vaya a regir las relaciones globales por un periodo de unas cuantas décadas. Occidente está llamado a perder el liderazgo de la innovación que disfrutó durante los últimos cinco siglos y que le permitió configurar el mundo globalizado conforme a sus propios modelos y valores. El ascenso de China y el desplazamiento del centro de gravedad de la actividad humana a Asia son los grandes vectores de mutación de la revolución histórica en curso. Pekín ha decidido modernizarse sin occidentalizarse, eligiendo un camino distinto a la democracia y, al hacerlo, disuelve los parámetros sobre los que descansaba el optimismo desde el que hasta el cambio de siglo se contemplaba el porvenir global. Podemos intuir que en el mundo post-occidental regirán dinámicas más realistas y más desposeídas de principios éticos que inspiren las relaciones internacionales.

Palabras clave:

Futuro, tendencias, hegemonía mundial, Occidente, Estados Unidos, China, orden internacional, economía, tecnología, geopolítica.

Texto del Artículo:

La emergencia de China con la tendencia a desplazar a los Estados Unidos como primera potencia mundial es el principal factor que domina cada vez con más fuerza la geopolítica global. Martin Wolf, en un artículo publicado en el Financial Times, titulado “La guerra de los cien años entre China y Estados Unidos”, señala que “estamos ante el acontecimiento geopolítico más importante de nuestra era. Es un momento peligroso porque se corre el riesgo de convertir una relación viable, aunque incómoda, en un conflicto que afecte a todos los niveles y que se podría desencadenar sin ningún motivo de peso”[1].

Desde el punto de vista de Washington, la gran probabilidad de perder en menos de dos décadas la posición de primacía que ha disfrutado durante los últimos cien años es la principal preocupación estratégica que deja en segundo plano cualquier otra consideración. El excepcionalísimo estadounidense da a la mengua de su posición predominante un carácter aún más dramático al poder interpretarse como el fracaso del propio destino nacional. El orden internacional, ahora en retirada, ha sido un reflejo del propio orden interno de los Estados Unidos.

La emergencia China a la primacía mundial representa el ocaso de la era eurocéntrica de la Historia humana, un periodo de cinco siglos de profundas transformaciones impulsadas por las naciones europeas y en su fase última principalmente por los Estados Unidos, una nación de ideas y valores europeos enraizados en el continente americano. Contemplamos como el protagonismo del devenir histórico pasa de un continente a otro, de una civilización a otra. Parece pues claro que, tal como indica Josep Piqué, podemos considerar que estamos viviendo una transición hacia un mundo post-occidental[2].

En China gusta recordar que al principio del siglo XV el almirante Zheng He, con su inmensa flota del tesoro, recorrió el océano Índico con la misión de proyectar el poder y la riqueza chinos al resto del mundo. Lo hizo con unas embarcaciones mayores, desde todos los parámetros, a las que entonces eran capaces de construir y manejar los reinos europeos. Ciertamente, hasta entonces China había sido más innovadora que Europa y los navegantes ibéricos que unas cuantas décadas después se aventuraron por los océanos del mundo, lo hicieron utilizando inventos chinos: la brújula para orientarse en los grandes espacios oceánicos, la pólvora para imponerse por la fuerza en los espacios marítimos y costeros y el papel para la confección de los mapas.

La expansión marítima, que puso en marcha el progresivo proceso de globalización, coincidió en el tiempo con la revolución científica, otorgando a Europa y a Occidente el liderazgo de la innovación a nivel global. Se puede incluso afirmar que el pensamiento occidental fue el lugar de todas las batallas de los últimos cinco siglos[3]. Esto no ocurrió por casualidad, ni por una especial habilidad práctica o especulativa de los europeos, sino que fue la consecuencia de la creación de las universidades en los siglos XII y XIII y de la resultante recopilación ordenada y sistemática del saber humano, así como del desarrollo de un método que permitió al ser humano adquirir cada vez mayores certezas acerca de la verdad que ordena y atesora la naturaleza y, en sentido más amplio, la creación.

El nuevo estilo arquitectónico de las catedrales góticas, contemporáneo de la creación de las universidades y que supuso una superación técnica en relación con todas las construcciones levantadas por el hombre con anterioridad, fue un claro signo premonitorio de lo que los europeos estaban dispuestos a emprender y a la vez una prueba de las capacidades que la civilización europea atesoraba[4]. Ambos fenómenos fueron también consecuencia del desarrollo del comercio y del nuevo protagonismo de las ciudades en un proceso de transformación de las sociedades europeas.

De ese modo, la combinación de expansión oceánica y aventura universitaria cristalizaron la revolución científica, dotando a los europeos de los instrumentos para un progresivo dominio del mundo. Al hacerlo, las categorías intelectuales, así como los usos y costumbres europeos, y posteriormente occidentales, se convirtieron en los modelos de referencia de todo aquello que lleva el adjetivo “internacional”, lo que ha permitido a Javier Gomá afirmar que “globalización equivale a occidentalización”[5]. Desde entonces, el mundo ha ido progresando de forma asombrosa, como consecuencia de hechos, ideas y procesos ocurridos en el seno de las sociedades occidentales. Pues bien, esto es precisamente lo que está llegando a su fin. El centro de gravedad de la actividad humana en casi todos los órdenes se está desplazando hacia el extremo oriente de Asia.

China manifiesta una firme voluntad de recuperar su posición histórica de centralidad y, en cierta medida, de supremacía. China no aspira a reemplazar a los EE. UU. en su papel de potencia hegemónica global, pretende desplazarle de esa posición[6], para con ello crear un orden multipolar donde Pekín pueda ejercer como gran potencia dominante de la región Indo-pacífico y no tenga que aceptar ningún tipo de “dictado”, sea este geoestratégico o moral, de ningún otro centro de poder.

Además, el resentimiento y la desconfianza hacia Occidente, que se derivan del siglo de humillaciones y que se ven reforzados por la actual guerra económico-tecnológica entre Washington y Pekín, no facilita un reacomodo armonioso del orden global. El Partido Comunista Chino, desde una incondicional confianza en sus propias referencias civilizacionales, ha apostado decididamente por la modernización de la sociedad china dando la espalda a las categorías occidentales. El enfoque de adaptar los diferentes conceptos sociológicos, económicos o políticos a las “características chinas” le permite a Pekín adoptar aspectos parciales de elementos occidentales sin por ello aceptar las ideas esenciales y los marcos de referencia en que dichos principios alcanzan su sentido pleno.

A esto hay que añadir que la percepción de los valores occidentales como una amenaza para China ha ganado enteros con Xi Jinping. Los medios de comunicación en idioma chino han publicado numerosos artículos que hablan sobre la amenaza de «fuerzas extranjeras hostiles» que buscan contener el ascenso de China y lograr el derrocamiento del Partido Comunista Chino (PCCh). El sistema de alianzas regionales de los Estados Unidos se describe como «recuerdo del pensamiento de la Guerra Fría» y tiene como objetivo contener a China[7]. Desde 2016, los estrategas de propaganda del PCCh y los medios del Partido-Estado explotan sistemáticamente las crisis de las democracias liberales occidentales para hacer que, en comparación, el sistema chino se vea más atractivo[8].

A lo largo de la historia se ha demostrado que los países más poderosos establecen patrones y costumbres que se van extendiendo como el aceite, constituyéndose como modelos de referencia para el resto de las sociedades. Es, por tanto, razonable pensar que las sociedades asiáticas vayan progresivamente sustituyendo a las occidentales como centros de inspiración de ideas, valores y modelos.

Esto no significa que los modelos y categorías occidentales vayan a desaparecer del entorno global. Sabemos que tras la caída del imperio Romano muchas de sus señas de identidad, de sus referencias y de sus grandes logros sobrevivieron al imperio y el mundo occidental es en gran parte deudor de aquel mundo romano. Podemos asumir que en la nueva era post-occidental habrá mucho de síntesis de lo anterior, con diversidad de enfoques dentro de la gran pluralidad que Asia representa.

A pesar de las luces y las sombras del legado occidental en la historia y en el mundo, el debilitamiento de la influencia occidental no es una buena noticia. El modelo científico y las categorías intelectuales racionales, que fueron posibles gracias a la filosofía griega, pueden ser asimilados por las otras civilizaciones. La centralidad del derecho en la vida de los Estados, que debemos a Roma, tiene ya raíces bastante profundas en muchas de las sociedades no occidentales y aunque la mengua de Occidente probablemente debilite este principio, es razonable pensar que quedará como un avance consolidado. Sin embargo, la centralidad de la dignidad humana referida a cada ser humano individual por encima de cualquier consideración étnica, social o religiosa, que debemos al cristianismo como tercer pilar del trípode sobre el que germinó el universo europeo, tiene fuera del mundo occidental mucho menos reconocimiento. Sin este último elemento las estructuras políticas e institucionales globales de inspiración occidental pueden perder la savia vivificadora.


[1] WOLF, Martin. La Guerra de los cien años entre China y EE. UU., publicado en Expansión, 6 de junio de 2019. Disponible en: http://www.expansion.com/opinion/2019/06/06/5cf826b9e5fdea832d8b45b7.html

[2] PIQUÉ, Josep. El mundo que nos viene. Retos, desafíos y esperanzas del siglo XXI: ¿Un mundo post-occidental con valores occidentales, Ediciones Deusto, 2018.

[3] ZAMBRANA, Justo. El ciudadano Conforme. Mística para la globalización, Taurus, 2005.

[4] Por dicho motivo el incendio que destruyó recientemente la catedral del Notre Dame tuvo un carga simbólica tan potente.

[5] GOMÁ, Javier. Entrevistas de Jesús Ruiz Mantilla en El País Semanal, 23-01-2015, y Sergio Enríquez, El Mundo, 31-03-2016.

[6] MASTRO, Oriana Skylar. The Stealth Superpower. How China Hid Its Global Ambition, Foreign Affairs, vol. 98, n.º 1, enero-febrero 2019, pp. 31-32.

[7] STRATEGIC SURVEY 2018: THE ANNUAL ASSESSMENT OF GEOPOLITICS. IISS, 15 de noviembre de 2018, pp. 76-77.

[8] SHI-KUPFER, Kristin, OHLBERG, Marieke, LANG, Simon, LANG, Bertram. Ideas and Ideologies competing for China’s Political Future, How online pluralism challenges official orthodoxy, Mercator Institute for China Studies, MERICS Papers on China nº 5, octubre de 2017, p. 9.

Este artículo ha sido gracias al Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Una versión más completa del articulo lo podemos ver en el siguiente link

http://www.ieee.es

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Las ideas contenidas en este análisis son responsabilidad exclusiva del autor, sin que refleje necesariamente el pensamiento del CEEEP ni del Ejército del Perú

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