Autor

It seems we can't find what you're looking for.

Moscú, la tercera Roma, un concepto vigente

Foto: Pexels

El concepto de Moscú como la tercera Roma es una idea casi arquetípica del nacionalismo ruso que sigue en vigor, como se desprende de algunas de las políticas expansionistas y/o de influencia que ha ido poniendo en marcha el Kremlin en los últimos años. Se trata de la actualización de un viejo anhelo que en su día ya sintieron los príncipes Ruríkidas, la dinastía de origen escandinavo que en el siglo IX se asentó en la Rus de Kiev, base de lo que serían las nacionalidades actuales de los pueblos ucraniano, ruso y bielorruso.

Un siglo más tarde, el príncipe Vladimir comprendió la importancia de emparentar con Bizancio —el imperio por excelencia y la segunda Roma, heredera de la Roma `eterna`—si quería tener un papel relevante en el nuevo orden creado en Europa. Con ese fin, el príncipe eslavo decidió apoyar militarmente al emperador Basilio II y en compensación, recibió la mano de su hermana Anna, bajo la promesa de que abandonaría el paganismo y se convertiría a la fe ortodoxa, lo que Vladimir escenificó mediante su bautismo y el de todo su pueblo en las aguas del rio Dniéper, en el año 988.

Si bien es cierto que Bizancio cautivó a los eslavos tanto por su antigüedad y riqueza como por su sofisticación, lo más destacable de esa vinculación para el caso que nos ocupa fue la adopción de la `sinfonía de poderes`, la estrecha unión entre el poder temporal y el sacerdocio, el Estado y la Iglesia, dos exponentes que en el imperio bizantino gobernaban en constante hermanamiento y se consideraban responsables de la salvación del pueblo.

Los príncipes rusos siempre habían tenido un gran respeto por la autoridad de Bizancio, pero a la caída de este imperio a manos de los otomanos, en el año 1453, se despertaron las ansias del principado moscovita de convertirse en heredera de Bizancio, en su calidad de único baluarte cristiano-ortodoxo independiente que quedaba, frontera de la cristiandad y depositario de la «fe verdadera». Esta posición indiscutible unida a la legitimidad que otorgó en 1472 el matrimonio de Iván III con la heredera del imperio bizantino, Sofia Paleóloga[1], fueron factores decisivos para que Moscú considerara llegado el momento de reclamar su condición de la tercera Roma, como heredera de la Roma imperial y la última esperanza de liberación definitiva del islam.

Sobre este marco de fondo de la idiosincrasia bizantina es sobre el que históricamente se fraguó el devenir de Rusia desde su origen en la Rus de Kiev. La autocracia instaurada en su día por Augusto, el Princeps de Roma sería heredada por Kiev a través de Bizancio. Desde entonces hasta nuestros días, Rusia ha justificado muchas de sus acciones, ya sean bélicas o de influencia, en su condición de pueblo elegido por Dios para defender a los cristianos y preservar la Ortodoxia.

Las primeras formulaciones de la idea de Moscú como la tercera Roma aparecieron escritas por el monje Filoféi (Philotheus) en una carta al zar Basilio III, fechada en 1510, pero la influencia mesiánica de este concepto se hizo patente tras la derrota de Napoléon en 1812 y sobre todo durante el zarato de Nicolás I (1825-1855), el zar que adoptó los tres principios fundamentales sobre los que en adelante se asentaría el Imperio ruso, los principios de  ortodoxia, autocracia y nacionalismo ideados por su ministro de Educación, el conde Sergei Uvarov.

Nicolás I identificó la defensa de la religión ortodoxa fuera de las fronteras de Rusia con el papel que la Divina Providencia había confiado a Rusia y con la promoción de los intereses nacionales rusos; hizo suya la causa griega en Tierra Santa en contra de las pretensiones de los católicos de controlar los Santos Lugares, defendió con su ejército a los eslavos ortodoxos en los Balcanes e inició la guerra de Crimea (1854-1856) contra los turcos por intereses geopolíticos pero también, como señala Figes[2], en defensa de la causa cristiana. La derrota de Rusia en esta contienda producto de la alianza de Francia, el Reino Unido y el reino de Cerdeña con el imperio otomano provocó el resentimiento de este país hacia Occidente por lo que consideró una traición. En adelante, Rusia dirigió sus planes imperiales hacia Asia, con el fin de convertirse en la principal potencia europea en Asia, el Estado más “occidental” de Asia y bastión de la civilización cristiana. En 1860 Dostoyevski escribía: «En Europa éramos rémoras y esclavos, mientras que en Asia seremos los amos. En Europa éramos tártaros, mientras que en Asia podemos ser europeos».

Desde entonces, la idea de la tercera Roma como concepto imperialista y mesiánico ha ido permeando en la sociedad rusa hasta desembocar en una fuerte conciencia nacional, alentada tanto por los zares como por los líderes soviéticos y por el gobierno actual de Vladimir Putin quien, desde su llegada al poder en el año 2000, se propuso  devolverle a Rusia el orgullo nacional que había perdido en la década anterior, debido a la crisis interna que produjo la desintegración de la Unión Soviética en el pueblo ruso y a la humillación que había recibido Moscú con la expansión de la OTAN y de la UE hacia su anterior espacio de influencia.

El nuevo mandatario se puso a trabajar para crear todo un nuevo pensamiento, genuinamente ruso, basado en los tres principios uvarovianos y en la filosofía de los pensadores eslavos que se convirtiera en alternativa —política, cultural y espiritual, de base euroasiática— a la civilización occidental que tanto Europa como sobre todo EE. UU. quieren imponer en el mundo, tal como expresó en el famoso discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en 2007.

La nueva agenda patriótico-nacionalista del líder requería a nivel interno una recentralización y potenciación del papel de Estado y de su máximo responsable, ante una población aunada por el orgullo patrio y la cohesión que proporcionan los ideales religiosos arraigados en la tradición cristiana ortodoxa. Esta acción se complementaria a nivel externo con una nueva política exterior que devolviera a Rusia a la posición de actor global, para lo que se incrementó el presupuesto de Defensa y se desarrolló una política de soft power sustentada en la difusión de la lengua y cultura rusa a través de la Fundación Russkiy Mir y de las agencias de comunicación Sputnik y Russia Today (RT).

En definitiva, con la llegada de Putin al poder el último día del siglo XX ha brotado de nuevo la narrativa mesiánica que Rusia esgrimió en el siglo XV y de nuevo en el siglo XIX. En palabras de Kirill, el actual patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Rusia en una entrevista[3], Rusia asumió en el pasado «la responsabilidad de ser la “conciencia” (sovestlivost) de la comunidad internacional, y esos compromisos del pasado también son hoy tarea de la Rusia de Putin». Ambos líderes, en asombrosa semejanza con la sinfonía bizantina «comparten una visión sacralizada de la identidad nacional rusa y del excepcionalismo, una concepción según la cual, Rusia no es occidental ni asiática, sino más bien una sociedad «única» que representa un conjunto «único» de valores que se cree que están inspirados por Dios.

En adelante, para el Kremlin y la concepción autocrática y patriótico-nacionalista de su máximo dirigente lo que prima es la concepción de Rusia como eje central de Eurasia, concebida como un ente geopolítico único y una civilización común a toda la ex-Unión Soviética; no como la promoción de un Estado en sentido geopolítico, sino un espacio de civilización en el que los elementos asiáticos turcos, musulmanes y las etnias de Siberia se amalgamen con la Rusia eslava, cristiana ortodoxa y los pueblos del Cáucaso y Rusia  ejerza un rol predominante.. Porque, como dijo el monje Filoféi en su carta a Basilio III,  «oh piadoso Zar, dos Romas han caído, y la tercera se mantiene, y nunca será posible una cuarta, porque tu Imperio cristiano nunca dependerá de los demás».


[1] Con esa unión, Iván III añadió el águila bicéfala bizantina  al escudo de su casa para enfatizar su pertenencia a la dinastía imperial que tanta legitimidad aportaría en adelante a su causa sucesoria. Las dos cabezas del águila simbolizaban el poderío sobre las partes oriental y occidental del imperio. Sobre las cabezas del águila aparecían dos coronas, símbolo del doble poder.

[2] FIGES, Orlando. “Rusia y Europa”, BBVA Open Mind, 2016, disponible en https://www.bbvaopenmind.com/wp-content/uploads/2016/01/BBVA-OpenMind-Orlando-Figes-Rusia-y-Europa-1.pdf

[3] ROZANSKIJ, Vladimir. “El futuro de Putin, según el patriarca Kirill”, Asia News, Moscú, 12/01/2018, disponible en http://www.asianews.it/noticias-es/El-futuro-de-Putin,-seg%C3%BAn-el-patriarca-Kirill-42812.html

Este artículo ha sido gracias al Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Una versión más completa del articulo lo podemos ver en el siguiente link

http://www.ieee.es

COMPARTIR

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Las ideas contenidas en este análisis son responsabilidad exclusiva del autor, sin que refleje necesariamente el pensamiento del CEEEP ni del Ejército del Perú

NEWSLETTER