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Resumen
Desde la década de los noventa del pasado siglo XX, los debates sobre el empleo del instrumento militar por parte de los Estados han sido múltiples y continuos.
Con frecuencia, estas discusiones se han centrado en la manera en que los ejércitos de los países occidentales, obviamente con EE. UU. a la cabeza, deben adaptarse para cumplir con sus misiones en un entorno geoestratégico en constante cambio.
En la actualidad, megatransformaciones están impactando sobre todos los aspectos de las relaciones humanas. La parálisis del orden internacional surgido tras el fin de la II guerra mundial, la cada vez más notoria desglobalización, la aparición de tecnologías disruptivas y la aceleración del cambio climático son características esenciales del momento histórico actual.
Todo ello repercute sobre la estabilidad de los Estados-nación y sobre el principal instrumento de que estos disponen para proteger su seguridad y defensa: las fuerzas armadas. En concreto, se plantean dilemas sobre qué organización, capacidades y doctrina deben éstas adoptar y bajo que presiones sociales y temporales.
En un escenario mundial cada vez más variable e incierto, el debate adquiere un nuevo vigor. El presente texto efectúa un breve recorrido por las distintas aproximaciones que se han realizado desde finales del siglo XX y trata de clarificar el estado actual de la cuestión.
La última década del siglo XX: la revolución de los asuntos militares
En 1992, el Departamento de Defensa de EE. UU. ya avisaba de la llegada de una Revolución Técnica Militar. La idea central consistía en el hecho de que las nuevas tecnologías permitían la interconexión de distintos sistemas de armas y la mejora del mando y control, lo que aceleraría el ciclo detección-adquisición-decisión-destrucción de objetivo. Ello conllevaría una revolución, un cambio profundo y rápido, en la forma de operar de los ejércitos que, a la postre, implicaría innovaciones trascendentales en su organización y preparación para el combate.
Durante la década de los 90, esta noción evolucionó progresivamente en la denominada “revolución en los asuntos militares” (RMA) que, en resumen, señalaba como el uso de las tecnologías de la información y la comunicación –variación en la manera que la información es recogida, almacenada, comunicada y presentada– tenían un impacto dramático sobre la naturaleza y conducción de las operaciones militares.
El comienzo del nuevo milenio: en busca de la “transformación”.
En los primeros años del siglo XXI, Donald Rumsfeld, por entonces Secretario de Defensa de EE. UU., acuñó el término “transformación” con el propósito de orientar cambios en su departamento que lo prepararan ante los retos geoestratégicos de entonces.
Para Rumsfeld, la RMA era un concepto demasiado teórico, poco útil para explicar los cambios en los asuntos militares ocurridos entre finales del siglo XX y comienzos del XXI. Lo que en realidad hacía falta era adoptar medidas prácticas que permitiesen al ejército estadounidense mantener la ventaja táctica sobre cualquier competidor, convencional o irregular[1].
No obstante, esta aproximación transformadora en relación a los asuntos militares estadounidenses fue realizada sin tener en cuenta, al menos no lo suficiente, al nuevo enemigo que con el 11-S acababa de aparecer. De un plumazo, el ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York supuso una sorpresa estratégica que desarticuló todas las teorías tecnológicas sobre los asuntos militares y la conflictividad.
La “Tercera Estrategia de Compensación” –iniciada en 2014 por Chuck Hagel, otro ex Secretario de Defensa estadounidense– retomó, en cierta medida, los postulados de Rumsfeld. Esta estrategia perseguía el desarrollo de tecnologías y conceptos de nueva generación. Con ello se buscaba promover la disuasión convencional frente a Rusia y, sobre todo, China, identificados como competidores en el desarrollo de capacidades militares tecnológicamente avanzadas[2].
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto una cierta modificación de las prioridades estadounidenses, con lo que la Tercera Estrategia de Compensación ha sido relegada, al menos nominalmente. En cualquier caso, la necesidad de pasar de dos décadas de enfoque en operaciones de contrainsurgencia a una competencia geopolítica entre grandes potencias sigue muy presente en la actual administración norteamericana, como demuestra su Estrategia de Defensa Nacional[3] de 2018.
Limitaciones de las teorías tecnológicas
Las aproximaciones tecnológicas a los asuntos militares han recibido constantes críticas. En primer lugar, la discusión es especialmente estadounidense y enfocada a los ejércitos de la primera potencia mundial. Washington busca proteger su ventaja militar en un contexto estratégico en el que, ahora, China aparece como el futuro rival –no enemigo, por el momento– a batir.
Con algunas contadas excepciones, las conclusiones no son extrapolables a otros países, incluso de los denominados del primer mundo. Por ejemplo, solo hace falta verificar las diferencias entre los presupuestos de defensa de los estados miembros de la OTAN y sus capacidades militares, para confirmar lo que parece obvio: la revolución en asuntos militares, o como se denomine, solo puede hacerse si se dispone del enorme potencial presupuestario norteamericano.
En segundo lugar, las operaciones militares de los últimos 20 años han demostrado las limitaciones de la tecnología ante enemigos que utilizan estrategias asimétricas. Es cierto que todo parece indicar que las denominadas operaciones de gestión de crisis no volverán a desarrollarse, al menos por el momento, con el mismo nivel de ambición que en el pasado. Pero, la lección parece clara: en teatros irregulares la ventaja táctica que produce la tecnología avanzada no resulta decisiva.
Asimismo, el concepto de “revoluciones militares” no captura todos los cambios que están teniendo lugar en el ámbito de la violencia organizada. La tecnología en sí misma es sólo una parte de la ecuación relativa a la naturaleza de la conflictividad. Focalizarse en exceso en los aspectos tecnológicos puede obviar otros factores fundamentales que no pueden ser ignorados. En la mayor parte de las ocasiones, los elementos “no técnicos” de las fuerzas armadas han constituido el factor decisivo para conseguir el éxito. Cuestiones como la cohesión, la voluntad de vencer y el apoyo de la sociedad han sido, y siguen siendo, cruciales.
Y más importante, históricamente, las alteraciones sociopolíticas son las que han producido la metamorfosis de las características de la conflictividad y, consecuentemente, fomentado los cambios en los ejércitos nacionales. Las perturbaciones demográficas, económicas, medioambientales o de carácter ideológico, que afectan a la manera en que una determinada sociedad está organizada, comportarán alteraciones en la forma que esa misma sociedad entiende y utiliza la violencia organizada. Esto determinará la morfología de sus Fuerzas Armadas.
Esta última limitación abre otra línea explicativa, sin duda, más comprensiva para focalizarse en lo que Andrew Latham denomina “el modo social de la guerra” [4]. Se deben analizar, holísticamente, los cambios culturales, sociales y tecnológicos que dan forma al modo en que una determinada sociedad entiende y se orienta hacia la conflictividad, en lugar de como ésta se planea y conduce por parte de gobiernos y militares[5].
La Era Disruptiva y sus consecuencias para las Fuerzas Armadas.
Si ha habido un momento adecuado para analizar el futuro de las Fuerzas Armadas, el actual supera a todos. Ya nadie parece dudar que la humanidad ha entrado de lleno en una nueva era plena de inestabilidades. Un período que algunos han denominado Cuarta Revolución Industrial. En esta Era Disruptiva, las innovaciones en inteligencia artificial, biotecnología, robótica y otras tecnologías emergentes están redefiniendo lo que significa el ser humano y cómo nos conectamos unos con otros[6].
En lo que respecta a la seguridad, el Informe de Riesgos Globales 2020 del Foro Económico Mundial[7] destaca que poderosas fuerzas económicas, demográficas y tecnológicas están dando forma a un nuevo balance de poder.
Además, la amalgama del mundo digital con las tecnologías emergentes está creando nuevos espacios de confrontación, ampliando el acceso a conocimientos letales –y no letales de aplicación militar– y dificultando la gobernanza y la negociación entre los estados. Estas tecnologías tienen un carácter disruptivo[8] por su alta probabilidad de alterar los modelos actuales, sea cual sea su carácter.
En su ámbito de responsabilidad, las Fuerzas Armadas deberán estar dispuestas a actuar en un entorno en que las distancias geográficas han perdido gran parte de su habitual importancia. Las amenazas, que pueden surgir simultáneamente en regiones distintas y distantes, se encontraran casi siempre interconectadas. Igualmente, el enfrentamiento ha dejado de ser únicamente físico siendo en el ciberespacio y en el ámbito cognitivo donde se dirimirán fundamentalmente las controversias[9]. Por ello, las confrontaciones geopolíticas se han tornado en una manifestación constante que ocurre a diario y con distintos grados de intensidad, en lo que se denomina la “zona gris” del conflicto.
Estas propiedades indican que las Fuerzas Armadas deben estar preparadas para combatir en todo el espectro de la contienda mediante una aproximación de 360º que incluya capacidades cinéticas y no cinéticas. Para ello, es imprescindible adoptar un modelo de cambio constante, de continua evolución al entorno. Un modelo que, en palabras del actual secretario de defensa de EE. UU., Mark Esper, consistiría: “En última instancia, la preparación y la letalidad dependen de algo más que una nueva tecnología y cambios organizativos. Para aprovechar todo el potencial de nuestros esfuerzos, también debemos modernizar nuestra forma de luchar”[10]. Ya no se habla de RMA, ni tan siquiera de transformación, sino de modernización.
En síntesis, la modernización continuada y sincronizada de todos los aspectos que se engloban en los asuntos militares asegurará que los ejércitos se conformen de efectivos bien adiestrados y organizados en formaciones eficaces para el amplio abanico de misiones que estarán obligadas a acometer. Además, la complejidad de los teatros de operaciones actuales obliga a diseñar nuevas capacidades más allá de la tradicional “caja de herramientas”. De nada sirve una mera actualización de lo disponible. Se trata de pensar en soluciones que se anticipen a la más que probable sorpresa táctica.
Sobre esta idea general cada país debe adoptar su propio modelo de innovación militar que se ajuste a las características de la sociedad de la que forma parte. No existe una receta única que pueda ser aplicada en toda circunstancia, ya que cada nación, cada ejército, tiene sus propios rasgos distintivos.
En el caso de España, se utiliza el concepto de evolución, con la intención de indicar que sus Fuerzas Armadas tienen la predisposición de cambiar constantemente, de acuerdo con los requerimientos del entorno y con la permanente disponibilidad de realizar las misiones que se le encomienden. En este sentido, el Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Francisco Javier Varela, ha afirmado que para el futuro diseño del Ejército de Tierra español “[l]os años sucesivos estarán marcados por las exigencias de los nuevos riesgos y amenazas, que obligarán al Ejército a evolucionar y adaptarse, dotándole de un espíritu anticipador, capaz de actuar en todas las dimensiones del espacio de batalla”[11].
Conclusiones
Múltiples cuestiones estratégicas, operacionales, legales y éticas rodean a la tecnología de aplicación militar; aunque ésta, pese a su carácter disruptivo, sería evolutiva y no transformadora. Pero, sea cual sea el término utilizado, los ejércitos más avanzados están evolucionando hacia una preparación sobre la base de combinar capacidades que les permitan apoyar una miríada de amenazas y riesgos.
Existen muchas definiciones del concepto innovación o, en su actual acepción, modernización o evolución. Pero lo que realmente debería considerarse son, precisamente, las características de las sociedades en la que los ejércitos están inmersos. Estás determinarán su morfología, orgánica y formas de actuar. Cualquier corrección que se produzca en la forma en la que se articule esa sociedad, por motivos demográficos, económicos, ideológicos o tecnológicos comportará cambios en la institución militar. La tecnología es importante pero no ha constituido, ni en el pasado ni en el presente, el aspecto critico de los asuntos militares.
Abordar el tema de la modernización de las Fuerzas Armadas únicamente desde el punto de vista estadounidense podría conducir a resultados equívocos. En el incierto mundo en el que vivimos, es ineludible considerar los poderes que moldean a las sociedades actuales. Y en ello cada nación es única.
[1] La “Quadrennial Defense Review” de 2001 aglutina el pensamiento de Rumsfeld. Disponible en https://archive.defense.gov/pubs/qdr2001.pdf
[2] Una estrategia de compensación es parte de una estrategia competitiva más amplia y a largo plazo que aspira a generar y mantener la ventaja en materia de defensa contra posibles rivales. En el pasado EEUU lanzó otras dos estrategias de compensación: la primera a principios de la guerra fría en la década de 1950; y la segunda en los años 70 y 80, que desembocó en las armas de precisión guiadas y en sistemas de mando y control en red, con resultados decisivos en la primera guerra del Golfo. Información disponible en https://www.defense.gov/Explore/News/Article/Article/991434/deputy-secretary-third-offset-strategy-bolsters-americas-military-deterrence/
[3] Esta Estrategia señala que: “Las competiciones estratégicas a largo plazo con China y Rusia son las principales prioridades del Departamento, y requieren una inversión tanto mayor como sostenida, debido a la magnitud de las amenazas que plantean a la seguridad y la prosperidad de EEUU hoy en día, y la posibilidad de que esas amenazas aumenten en el futuro”. Disponible en: https://dod.defense.gov/Portals/1/Documents/pubs/2018-National-Defense-Strategy-Summary.pdf
[4] Latham, A; Sethi, K. “The transformation of war”. Incluido en Snyder, C.A.; Contemporary Security and Strategy. 3ª Edición. Palgrave-McMillan. New York. 2012.
[5] En este punto se pueden incluir los conceptos, entre otros, de “nuevas guerras” de M. Kaldor o las “generaciones de guerra” de W.S. Lind.
[6] Schwab, K. “The Fourth Industrial Revolution: what it means, how to respond”. WEF. 14.01.2016. Disponible en https://www.weforum.org/agenda/2016/01/the-fourth-industrial-revolution-what-it-means-and-how-to-respond/
[7] World Economic Forum. Global Risks Report 2020. Disponible en https://www.weforum.org/reports/the-global-risks-report-2020
[8] Descripción de estas tecnologías emergentes y disruptivas en: NATO STO Tech Trends Report 2017. En: https://www.nato.int/nato_static_fl2014/assets/pdf/pdf_topics/20180522_TTR_Public_release_final.pdf
[9] Laborie. M. “Conflictividad, ámbito cognitivo y comunicación estratégica”. IEEE. 12.07.2019. En http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2019/DIEEEO68_2019MARLAB_Stratcom.pdf
[10] Secretary of Defense Dr. Mark T. Esper: The National Defense Strategy at Year Two. En https://www.youtube.com/watch?v=FOFbAToYAKM&feature=youtu.be
[11] Varela Salas, F.J. Propósito del JEME 2020. Revista Ejército n.º 946. enero/febrero 2020.