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Resumen
El presente artículo tiene como objetivo analizar el nexo seguridad-pandemia a través del estudio del caso del SARS-CoV2 (COVID-19) en los Estados Unidos. En este sentido, sostenemos que si bien la pandemia fue subestimada en un primer momento por la administración Trump, la resignificación de la misma, como una amenaza a la seguridad nacional, dio lugar a la implementación de un estado de guerra interna que condujo a la securitización del brote con una clara intención geopolítica.
Análisis
La expansión de la pandemia de COVID-19 en Estados Unidos –nuevo epicentro a nivel global del coronavirus con 367.758 casos- fue considerada por medios como The Washington Post y Foreign Policy como la mayor desinteligencia entre las agencias de inteligencia y un presidente norteamericano desde Pearl Harbor, la Revolución de Irán de 1979 y los atentados terroristas del 9/11. La razón de esto es bastante sencilla, la omisión del presidente Donald Trump de las constantes advertencias que el gobierno venia recibiendo desde 2017 de sus servicios de inteligencia sobre la potencial emergencia de una pandemia global –un accionar habitual que viene acumulando fracasos en la presidencia de Trump- llevó a una negligente y fallida primera respuesta a la crisis sanitaria que dio como resultado una tasa de mortalidad que superó ampliamente las generadas por el terrorismo islámico de 2001 y las guerras en Corea del Sur, Afganistán, Vietnam e Iraq. Los motivos que llevaron a un superpoder global, con capacidad estratégica, militar y tecnológica estratosférica como son los Estados Unidos a ignorar tan burdamente las advertencias de un escenario adverso, es un debate abierto que excede los objetivos de este artículo. Sin embargo, resultaría reduccionista atribuir la responsabilidad a un simple error de percepción y/o liderazgo por parte de la Casa Blanca en la prevención de las denominadas estrategias sorpresa.
La nueva respuesta a la pandemia desencadenada por la proliferación de casos positivos y del aumento de muertes en buena parte del país –con especial incidencia en la costa este de los Estados Unidos- puso en marcha un conjunto de medidas de excepción tardías y sin precedentes que terminó confinando a 230 millones de ciudadanos en sus casas, al tiempo que militarizó ciudades como Nueva York y elevó el patrullaje en las fronteras Norte y Sur para evitar el ingreso de inmigrantes que podrían portar el contagio. Al cabo de una semana, la administración Trump había ya abandonado la subestimación inicial declarando a los Estados Unidos en guerra contra un enemigo invisible (el virus SARS-CoV2), que provenía del extranjero y que amenazaba seriamente la seguridad nacional. Este proceso de politización extrema de la pandemia de COVID-19 dio lugar a un estado de guerra interna que condujo irremediablemente a la securitización del virus y a racializar –esto es, discriminar y criminalizar por motivos de raza y/o etnia- al extranjero con una clara intención geopolítica.
La securitización de las pandemias
Desde que las pandemias comportan un serio desafío a la seguridad humana, se ha hecho cada vez más habitual observar que los límites entre la securitización de la salud y la adopción de enfoques de gestión de riesgos es cada vez más difuso. Esto se debe a una multiplicidad de factores, entre ellos, al poder disruptivo que las pandemias importan a los Estados y sus poblaciones. En este sentido, las pandemias pueden afectar la posición relativa o absoluta de los Estados en el sistema internacional, provocar shocks económicos y financieros, profundizar la violencia urbana, el crimen organizado, los desplazamientos forzados y las migraciones. Si bien ese rol disruptivo de las pandemias no es nuevo –dado que históricamente contamos con diversos ejemplos que van desde la Gripe Española de 1908, la Peste Bubónica en la Edad Media hasta las plagas de Justiniano- la necesidad de prever su emergencia y mitigar sus efectos acaparó el interés del campo de la seguridad, volviendo necesario una resignificación de las amenazas a los Estados.
De ahí que los cambios en el concepto de seguridad que sobrevino al final de la Guerra Fría hayan obligado a indagar en enfoques alternativos de dichos estudios, volviendo al concepto de ‘securitización’ muy interesante para abordar fenómenos políticos y sociales que de alguna forma influyen en la seguridad nacional. En este contexto, la Escuela de Copenhague ha sido clave en el desarrollo y ampliación de este concepto al intentar establecer una síntesis entre las corrientes tradicionales del constructivismo social y el realismo. Siguiendo a Buzan (1998) la securitización es un fenómeno intersubjetivo compuesto por cuatro elementos: a) Un actor securitizado, b) un asunto que se desplaza al nivel de amenaza existencial, c) un objeto amenazado que requiere protección y d) una audiencia cuyo consentimiento habilita al actor de seguridad a implementar medidas extraordinarias. Desde esta perspectiva, las rápidas y dañinas disrupciones que puede provocar un fenómeno como una pandemia, tales como la afectación de las capacidades materiales de un Estado-, la constituyen irremediablemente en un problema de seguridad humana, facilitando por ende el proceso de securitización. En este proceso, los países mas desarrollados suelen ser los primeros en adoptar enfoques securitistas, los cuales tienden a exacerbarse cuando los Estados tienen pretensiones hegemónicas, como son los casos de China (que securitizó el SARS en 2003) y Estados Unidos.
La securitización del COVID-19 y la “Guerra Fría” con China
La pandemia de COVID-19 en los Estados Unidos –considerada por el presidente Trump como una emergencia nacional y una amenaza a la seguridad del país- es un claro ejemplo de cómo transformar un fenómeno no militar en un asunto securitizado. En este sentido, tras la fallida respuesta inicial a la expansión de la pandemia, Trump respondió por medio de una resignificación estado-céntrica de las fronteras nacionales promoviendo una mayor militarización de sus fronteras Norte y Sur a lo que añadió la implementación colectiva de medidas excepcionales acordes a un “estado de guerra”. En este contexto, el discurso político se centralizó en conceptualizar al extranjero (chinos, inmigrantes indocumentados) como el portador del enemigo (COVID-19) y a la pandemia como el “virus de Wuhan”. Una clara connotación geopolítica e ideológica relacionada con la disputa entre China y los Estados Unidos, que terminó exacerbando la securitización de la enfermedad y la discriminación de la población china al quedar asociada con el origen del virus. En ese camino de ida y vuelta en el reparto de culpas sobre la responsabilidad por la propagación del COVID-19, la campaña de desinformación jugó un rol central. Como en los mejores tiempos del mundo bipolar de la Guerra Fría, la pelea por moldear la narrativa sobre el origen del virus derivó en una batalla virtual y en declaraciones cruzadas en medio de la pandemia que tendieron a socavar el prestigio de uno y otro. Así, mientras Trump se refería a la emergencia como el “virus chino”, aludía a la incapacidad de Beijing de identificar, detener o advertir sobre la emergencia del brote y se obligaba a funcionarios estadounidenses a resaltar el supuesto encubrimiento del gobierno chino, funcionarios del Ministerio de Defensa de China acusaban a los Estados Unidos de ser el mayor ofensor de la comunidad internacional y el mayor ladrón de secretos de Estado en clara alusión a los casos de WikiLeaks y Snowden. Sin embargo, la escalada de acusaciones mutuas se chocó contra una pandemia descontrolada que estaría obligando a ambas potencias a definirse como enemigos en un campo y en actores capaces de cooperar en otro. Una cooperación basada en la desconfianza mutua, sin la cual, podría no haber luz al final del túnel.
Conclusión
Los Estados Unidos tienen una extensa y profusa historia de securitización de los fenómenos sociales, y la salud no ha sido la excepción a la regla. Sin embargo, su utilidad al momento de reducir los riesgos está puesto en duda. En principio, porque si bien la securitización puede ayudar a liberar recursos para combatir de forma más efectiva a las pandemias, también supone una pugna interna acerca de cual valor es más importante: si la salud o la seguridad. Por otro lado, la securitización implica de por si una decisión unilateral que puede verse afectada y/o disminuida por la acción de otro Estado. En este punto, suele hacerse alusión a que las posibles acciones implementadas por los Estados Unidos para contrarrestar la amenaza a la seguridad nacional de una potencial pandemia podrían exacerbar el dilema de seguridad. ¿Qué hacer entonces?. La pandemia de COVID-19 viene demostrando a nivel global que las acciones y/o enfoques securitistas tienen poca efectividad con relación a la reducción de riesgos estatales y que la vieja y tradicional cooperación multilateral es en gran medida la solución a los problemas globales de un mundo cada vez más interdependiente.
Fuentes
Buzan B; De Wilde J y Waever O (1998). Security a New Framework for Analysis. Boulder; CO: Lynne Rienner
Rushton S y Youde J (2015). Routlegde Handbook of Global Health Security. Routledge, 2015
Zenko M (2020). The coronavirus is the worst intelligence failure in U.S. History. Foreign Policy. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2020/03/25/coronavirus-worst-intelligence-failure-us-history-covid-19/