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Efectos geopolíticos de la COVID-19: punto de situación

Foto: GCSP

A pesar de la incertidumbre, los efectos de la pandemia han empezado a hacer más visibles dos agentes de cambio a nivel geopolítico, que ya estaban presentes antes del impacto del COVID-19. Nos referimos a la regionalización y relocalización (reshoring) y a la desvinculación o separación (decoupling). La regionalización y relocalización estaban produciendo el regreso de empresas y medios de producción a los países de origen o próximos a ellos. Los movimientos se debían al aumento de los costes, que ha producido el incremento de la masa salarial en los países a los que dicha producción se había desplazado, así como para asegurar el abastecimiento ante un aumento repentino de la demanda, produciendo en proximidad.

Los dos procesos se verían posiblemente acentuados por la necesidad de asegurar la cercanía y acceso de los bienes considerados estratégicos, a las zonas de consumo y por la prioridad que algunos de ellos recibirán para que sean producidos en los estados originarios, evitando una dependencia crítica de otros estados. Por su parte, la desvinculación es la tendencia por la que EE. UU. pretende separar a China del acceso a la tecnología occidental y cambiar a su favor el flujo global de mercancías y financiación[1]. El objetivo es salvaguardar intereses estratégicos preservándolos del pretendido predominio chino en el 5G, evitando así su prevalencia sobre otros ámbitos tecnológicos que pudieran reforzar su superioridad estratégica mundial. Pero esto está creando una fractura interna en el bloque occidental, ya que no todas las potencias del mismo están de acuerdo en conceder la exclusiva a Washington, porque resultaría más cara, no aseguraría su compromiso de protección y le proporcionaría una herramienta más de presión y control sobre sus aliados y socios.

Tras décadas de globalización creciente (en comercio, movimientos de capital y personas), parece que la tendencia ha girado hacia la desglobalización, impulsada también por la competición estratégica entre EE. UU. y China, por los efectos negativos que se estaban produciendo en determinados sectores sociales y por el papel cada vez menos relevante de la Organización Mundial del Comercio[2]. Es decir, la tendencia a la desglobalización ya estaba presente antes de la pandemia.

Obsesionadas por la crisis de 1929, pero sobre todo por la de 2008, las principales economías del mundo han anunciado planes de recuperación económica, cifrados en cientos de miles de millones de dólares, que entrañan en gran parte la intervención pública del Estado, en lo que casi parece una competición keynesiana por anunciar el paquete económico más abultado. Dichas medidas (garantías de préstamos, anulación o demora de impuestos, subvenciones directas, etc.) pretenden crear un clima de confianza que fortalezca los espíritus para la gran prueba que se avecina: el despegue de la economía lo más rápido posible.

Por otro lado, en el aspecto puramente sanitario, el Estado se ha convertido en el único referente en el que la población ha debido confiar para protegerse de los efectos del virus. Varias han sido las circunstancias que han provocado que el estado haya tenido que tomar cartas en el asunto. En primer lugar, la seguridad sanitaria de una nación es una responsabilidad gubernamental y de su actuación más o menos afortunada, se le exigirán responsabilidades. Además, está el prestigio internacional. El perfil internacional de aquellos Estados que mejor hayan gestionado la pandemia se verá claramente reforzado frente a los menos eficaces, lo que puede ser interpretado como un signo de declive[3], algo especialmente preocupante para las grandes potencias.

Pero al margen de la gestión puramente sanitaria, la pandemia ha provocado que las cadenas de producción y distribución mundiales de material sanitario se hayan visto interrumpidas, bien porque los grandes productores han acaparado la producción para garantizarse su abastecimiento (como fue el caso de China hasta que consiguió doblegar la pandemia), bien porque el flujo de mercancías se ha visto afectado por el cese brusco de la actividad en muchos de sus nodos. El caso es que los estados han tenido que tomar las riendas de la situación al sentirse responsables últimos de la seguridad de sus ciudadanos, llegando incluso a competir por la adquisición de recursos y aplicando en ocasiones medidas draconianas (incluso en el seno de la Unión Europea, como Francia y Alemania hicieron en un primer momento, para luego rectificar, o cuando ningún socio europeo respondió inicialmente a la petición de ayuda desesperada de Italia) en un ejercicio de egoísmo realista comprensible ante el peligro que se ha cernido sobre sus poblaciones, en medio de una gran incertidumbre. Las fronteras han vuelto a ser importantes, incluso dentro de la Unión Europea[4].

El Estado saldrá de la crisis con su figura mucho más reforzada y esto tendrá sus consecuencias. La primera de ellas económica y afectará a la mundialización. La involucración de los estados en el despegue económico cambiaría el papel tradicional de los mismos en el terreno económico en el que, de meros estimuladores, pasarían a convertirse en verdaderos protagonistas. Con el objetivo de asegurarse el abastecimiento de los productos que se juzguen estratégicos o críticos, los estados tenderán a nacionalizarlos en mayor o menor medida, lo que hará menos eficiente el sistema económico mundial, al forzar la acumulación de ciertos niveles de stocks que encarecerán el flujo de mercancías. Además, los intentos de preservar el despegue económico de cada Estado elevarían el proteccionismo económico y el deseo de asegurarse el abastecimiento de bienes críticos (reduciendo la dependencia externa) intensificaría la tendencia a la autarquía. Así, consideraciones económicas y de seguridad se conjugarían reforzando aún más la tendencia a la desglobalización[5].

La recuperación económica jugará un importante papel en el reposicionamiento de cada una de las grandes potencias y, por lo tanto, el desplazamiento, o no, de los equilibrios de poder geopolíticos. Aquellas potencias que salgan de la pandemia con graves problemas económicos verán reducidas de manera drástica sus opciones estratégicas. Pero otros factores también intervendrán, añadiendo complejidad al análisis. Así, China estaría en principio mejor situada que EE. UU., ya que ha salido de la pandemia con antelación y relativamente intacta, pero la intensificación de la regionalización y la desvinculación en los dos mercados más importantes del mundo, Europa y EE. UU., le afectaría negativamente a su vez. El peor de los escenarios sería: unos Gobiernos incapaces de cooperar para implementar políticas financieras, fiscales y monetarias que, unido a la competición estratégica entre EE. UU., China y la Unión Europea provocaría que las tendencias proteccionistas y autárquicas prevaleciesen, resultando en mayores restricciones en las exportaciones y disrupciones acentuadas en las cadenas de suministros, lo que podría acabar provocando el colapso de los mercados financieros. Aunque parece que los análisis coinciden en que existe una mayor probabilidad de que los estímulos inyectados en la economía conseguirían hacerla despegar, 2020 terminaría todavía en recesión económica[6]. Así pues, la geoeconómica jugará un papel destacado e influirá de manera determinante en la geopolítica al dotar o restringir las opciones estratégicas de las potencias.

La nueva crisis económica acentuaría la reducción de la clase media y podría empujar a importantes masas de población a una situación precaria. La falta de expectativas socioeconómicas a corto y, sobre todo, a medio plazo, fortalecerían los movimientos antisistema y las soflamas populistas, lo que podría espolear a un sector desesperado de la población hacia los disturbios. De ser así, los Estados se verían obligados a sofocarlos, convirtiendo las ciudades, nudos de comunicación, infraestructuras estratégicas, etc., en el escenario de confrontaciones, en una espiral de violencia y desintegración social que pudiera amenazar la estabilidad misma de las sociedades.

Aquellas naciones aquejadas de fracturas previas (étnicas, religiosas, políticas, etc.) serían especialmente vulnerables. En la fase inmediatamente posterior al fin de la pandemia, los esfuerzos estatales encaminados a la reactivación económica, deberían ir acompañados de medidas sociales que eviten el estallido de las protestas. La inestabilidad de los Estados sometidos a una gran presión social repercutiría sobre el sistema internacional.

La rivalidad chino-estadounidense en los campos comercial y militar obligaría a posicionarse a terceros actores en una progresiva bipolarización del sistema internacional, aunque posiblemente en una versión más flexible de la producida durante la Guerra Fría, acentuando la tendencia de la desvinculación.

En cuanto al futuro de la Unión Europea, no parece dibujarse en tonos muy optimistas. La crisis económica muy probablemente se cebará de nuevo sobre aquellos socios que ya sufrieron especialmente la del 2008, de la que apenas habían comenzado a recuperarse. La división existente entre el exitoso norte y el endeudado sur, muy posiblemente se acrecentará y la emigración desde el cada vez más despoblado este, hacia las zonas más ricas, correría el riesgo de acentuar los sentimientos antinmigración y el reforzamiento de los movimientos nacionalistas y populistas. Así, la Unión se dirigiría hacia un escenario de mayor fractura y división[7], lo que dificultaría aún más avanzar hacia la pretendida autonomía estratégica, en la que los 27 actúen como uno solo ante las múltiples amenazas y desafíos que se gestan en el sistema internacional.

La Unión tiene herramientas para demostrar que, si bien la acción geopolítica es una de sus principales debilidades, el ámbito económico representa su gran fortaleza por su capacidad de activar mecanismos de recuperación económica que palien en gran parte los efectos de la inevitable recesión económica.

Por otro lado, la aguda crisis económica que se perfila provocará la disminución de los recursos para combatir el terrorismo, el crimen organizado, el tráfico de armas, etc., tanto de los Estados frágiles y fallidos, como de las potencias y organizaciones internacionales que hasta ahora les proveían de ayuda financiera, humanitaria y/o militar. Esto podría afectar a amplias áreas geográficas, cuyos conflictos podrían pasar a ser considerados como periféricos al sufrir de un cierto distanciamiento estratégico, quedando cuasi abandonadas a su propia suerte. El Sahel, el África subsahariana y Oriente Medio (donde la pandemia se está cebando sobre Irán, lo que afectará negativamente a su posicionamiento como potencia regional) podrían sufrir esa suerte. Los efectos colaterales de todo ello podrían provocar que las tensiones y crisis se extendieran a áreas próximas, donde surgirían nuevas tensiones, en un efecto dominó que podría desestabilizar regiones geográficas más extensas aún.

Las fuertes asimetrías que se están produciendo entre los Estados por el impacto de la pandemia, podrían producir cambios en la distribución de poder entre los mismos, a escala regional y global, afectando a terceros estados y zonas geográficas, poniendo de manifiesto la estrecha relación existente entre las pandemias letales y las relaciones internacionales.


Este artículo ha sido gracias al Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Una versión más extensa de este texto se puede ver en http://www.ieee.es


Referencias

[1] GARCÍA HERRERO, Alicia; “From Globalization to Deglobalization: Zooming Into Trade”, 2 diciembre 2019). Disponible en: https://ssrn.com/abstract=3496563

[2] Desde 2018 la Administración Trump ha bloqueado el nombramiento de nuevos jueces al tribunal de apelación de la OMC (continuando la tendencia iniciada por Obama), que en la actualidad sólo dispone de un juez (de los 7 que lo deberían componer) lo que ha reducido el 90 de su operatividad como mecanismo resolución de disputas comerciales.

[3] AALTOLA, Mika. “COVID-19 A Trigger for Global Transformation?”, FIIA Working Paper 113, marzo 2020.

[4] HEISBOURG, Francois; From Wuhan to the World: How the Pandemic Will Reshape Geopolitics, Survival, vol 62, no 3, p. 7-24.

[5] BRET, Cyrille. “COVID-19 Géopolitique du monde qui vient”, La revue géopolitique, 29 abril 2020

[6] MONDERER, Michael. “Reassessing the Global Economic Fallout from COVID-19”. Disponible en: https://worldview.stratfor.com/article/reassessing-global-economic-fallout-covid-19-coronavirus-pandemiceconomy

[7] DEEN, Bob y KRUIJVER, Kimberley; Corona: EU’s existential crisis; Clingendael (Netherlands Institute of International Relations), abril 2020.

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Las ideas contenidas en este análisis son responsabilidad exclusiva del autor, sin que refleje necesariamente el pensamiento del CEEEP ni del Ejército del Perú

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