Resumen
La crisis del coronavirus está removiendo los fundamentos tanto de nuestras sociedades como del orden internacional que conocemos, ahondando en una tendencia que el Strategic Survey 2016 ya reconocía cuando afirmaba que «los cimientos del orden global se están debilitando alarmantemente»[1]. La economía global se está desviando gradualmente hacia el «capitalismo estratégico» en contraste con el capitalismo de libre mercado que prevaleció en las últimas décadas. Al recurrir a medidas geoeconómicas, los gobiernos están imponiendo condiciones a las transacciones de bienes, servicios y tecnologías según los socios económicos son o no dignos de confianza.
El mundo no marcha pues en dirección al modelo liberal-democrático-multilateralista y no se pueden formular las políticas energéticas asumiendo unos intereses comunes que ya no existen. El enfrentamiento económico ha surgido como corolario de la rivalidad geopolítica.[2] Así, a diferencia de otras crisis sanitarias globales, esta está siendo utilizada para ahondar en la confrontación entre los principales actores de la escena internacional.
Las tensiones geoeconómicas proyectan una larga sombra de incertidumbre añadida sobre el devenir de los mercados energéticos sometidos a un coctel de escenarios de futuro, fruto de tres grandes interrogantes por resolver: ¿Cómo se comportará la economía global y, por tanto, la demanda energética, una vez superado el bache de la COVID-19? ¿Qué esfuerzos estarán dispuestos a hacer los Estados, principalmente los emergentes, para la descarbonización de sus sectores energéticos? ¿Cómo cambiarán los comportamientos sociales y, de ahí, los usos energéticos, como consecuencia de la pandemia, pero, sobre todo, de la cuarta revolución industrial en curso?
En lo que se refiere al sector energético, el coronavirus ha causado una disrupción mayor que cualquier otro acontecimiento en la historia reciente, dejando un impacto que se sentirá durante mucho tiempo.[3] Los efectos económicos del COVID-19, al ser tan desiguales en occidente y el extremo oriente asiático, van a producir verdaderos corrimientos de tierra de naturaleza política interna y geopolítica global en el mundo que conocemos, acelerando el desplazamiento del centro de gravedad mundial hacia Asia.
Oriente Medio está sufriendo profundas crisis como consecuencia de la caída de los precios del crudo, claves para el sostenimiento de los equilibrios presupuestarios. Este año los Estados productores de petróleo de la región han visto reducidos a la mitad sus ingresos fiscales solo por la reducción de la exportación de combustibles fósiles. La crisis del coronavirus podría agravar seriamente los equilibrios regionales de un espacio geopolítico peligroso.
Por otra parte, los devastadores impactos de esta crisis han disminuido aún más las perspectivas de lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con los efectos más adversos recayendo sobre los países y las personas más vulnerables y con mayor riesgo de quedarse atrás. Francis Fukuyama ha llegado incluso a afirmar que la legitimidad de los gobiernos no dependerá tanto de ser democráticos o autoritarios sino de su eficacia para combatir la pandemia.[4]
Con un horizonte marcado por la incertidumbre, necesitamos empezar por reconocer aquellos parámetros que están presentes en todos los escenarios de futuro y que nos ofrecen, por tanto, un razonable grado de certeza.
- La demanda tanto del petróleo como del carbón se empezará a reducir de aquí a 2050.
- El gas natural se presenta mucho más resiliente y mejora su posición en relación con los otros dos combustibles fósiles.
- El ritmo más lento del crecimiento de la demanda de energía ejerce una presión a la baja sobre los precios del petróleo y el gas.
- El uso de energías renovables crece más deprisa de lo que lo ha hecho ninguna otra fuente de energía en el pasado.
- El panorama energético global marcha claramente hacia una mayor electrificación.
- El desarrollo de nuevas posibilidades de almacenamiento de energía será clave para el desarrollo del potencial de las energías renovables discontinuas. El hidrógeno verde puede ser fundamental en la resolución del problema.
- Las sociedades más desarrolladas van a descarbonizar su sector energético más deprisa que las emergentes. La clave para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París en la lucha contra el calentamiento global dependerá fundamentalmente de lo que ocurra en la India y China.
La gran estrategia de Pekín siempre ha estado muy condicionada por el temor ver cerrado su acceso a los recursos energéticos, como ocurrió durante la guerra de Corea cuando los norteamericanos le cortaron el suministro de petróleo. Tanto el actual proyecto de la Nueva Ruta de la Seda como las disputas por el mar Meridional de China tienen su origen en la necesidad de asegurar las rutas de suministro del gas y del petróleo. Pekín y Moscú han constituido estrechos lazos energéticos gracias a la construcción de gasoductos y oleoductos y la colaboración en el desarrollo de la planta de gas natural licuado de Yamal. La asociación estratégica entre ambos vecinos ha conseguido superar las profundas rivalidades y desconfianza preexistentes. Esta entente no habría sido posible sin el deterioro progresivo de las relaciones de EE. UU. con ambas potencias.
Rusia, el mayor exportador de hidrocarburos del mundo, ha utilizado tradicionalmente dicho comercio con fines geopolíticos. El complejo petrolero ruso empezó a percibir a EE. UU. y su producción no convencional como una seria amenaza. Igor Sechin, CEO de Rosneft, se convirtió en el principal defensor de un sector energético estatal fuerte que debía oponer el dominio energético ruso al propuesto por la Administración Trump.[5]
El presidente Trump reforzó el papel de la energía en su agenda internacional, desreguló los sectores del carbón, del petróleo, del gas, de la electricidad y del automóvil y anunció su intención de retirarse de los Acuerdos de París. La revolución del fracking permitió la aplicación del ambiguo principio de «dominio energético», una combinación de «independencia energética» y capacidad de influencia internacional por medio de instrumentos energéticos. La Casa Blanca pretendía alcanzar varios objetivos: reducir los desequilibrios comerciales, competir con China, y forzar a aliados y adversarios a recalibrar sus relaciones con los EE. UU. Además, Trump amplió el régimen de sanciones heredado contra varios productores de petróleo y gas, incluidos Irán, Rusia y Venezuela.[6]
China, el mayor importador de hidrocarburos, mira con satisfacción la situación y, si la intensa rivalidad con EE. UU. perdura, seguirá ahondando sus relaciones energéticas con Rusia. El gigante asiático cuenta además con la ventaja de su dominio sobre la industria de renovables y sobre los minerales estratégicos vinculados a ella, así como con el creciente poder del lado de la demanda. China ha alcanzado una posición clave en regiones como África Occidental y América Central y del Sur y en Oriente Medio. Pekín está reemplazando el papel que tradicionalmente desempeñaba Washington, al combinarse el crecimiento chino con la retirada de EE. UU. tras alcanzar la autosuficiencia en los productos derivados del petróleo.[7]
Con una demanda de petróleo en suave declive a partir de algún momento en la década de 2030, la presión geopolítica parece bastante asegurada. Los intereses energéticos atizan las rivalidades geopolíticas que realimentan un proceso por el cual se utiliza el dominio energético como instrumento de presión geopolítica. Con unos EE. UU. que ni pueden ni quieren hacer la tradicional labor de garante del orden energético, el panorama se presenta algo sombrío.
La combinación de incertidumbre, producción sobrante y rivalidad geopolítica creciente proyectará su sombra sobre las relaciones y los mercados energéticos. Los más afectados serán, de nuevo, los más vulnerables, se trate de Estados o de determinados sectores de la sociedad. La historia demuestra como la desventura de los olvidados suele tener «efecto boomerang». La seguridad de nuestro entorno se podrá ver muy afectada.
Tanto para el éxito de la transición hacia una energía limpia, como para conseguir que la ebullición del panorama geopolítico global no termine en explosión, resulta esencial que se produzcan grandes acuerdos para la gestión de los recursos energéticos tanto a nivel global como de los propios Estados, de lo contrario se corre el peligro de una espiral de realimentación en que la incapacidad para resolver los asuntos energéticos dé argumentos para una mayor rivalidad política y viceversa.
[1] Strategic Survey 2016. International Institute for Strategic Studies, octubre de 2016.
[2] LADISLAW, Sarah, TSAFOS, Nikos. Race to the Top. The case for a new U.S. International Energy Policy. CSIS Report, julio de 2020, p. vii. https://www.csis.org/analysis/race-top-case-new-us-international-energy-policy
[3] Según el World Energy Outlook 2020 (WEO 2020) en este año la demanda energética mundial se reducirá en un 5 %, las emisiones de CO2 relacionadas con la energía en un 7 % –lo que las sitúa donde estaban hace una década– y la inversión energética en un 18 %. Las caídas estimadas del 8 % en la demanda de petróleo y del 7 % en el uso de carbón contrastan marcadamente con un ligero aumento en la contribución de las energías renovables. La reducción de la demanda de gas natural será de alrededor de un 3 %, mientras que la demanda mundial de electricidad se reducirá en un relativamente modesto 2 %.
Disponible en: WEO 2020. AIE. file:///C:/Users/JOS~1/AppData/Local/Temp/ExecSum-1.pdf
[4] FUKUYAMA, Francis. The Pandemic and Political Order. Foreign Affairs julio/agosto de 2020.
[5] ESCRIBANO, Gonzalo, LÁZARO TOUZA, Lara. Energía, clima y coronavirus, 27 de marzo de 2020.
[6] LADISLAW, Sarah, TSAFOS, Nikos. Op. Cit.
[7] TAPIA RAMIREZ, Isidoro. La rivalidad estratégica entre China y EE. UU. en el área de la energía. En Energía y Geoestrategia 2020, IEEE, mayo de 2020, p. 39.
Este artículo ha sido gracias al Instituto Español de Estudios Estratégicos.
Una versión más extensa de este texto se puede ver en http://www.ieee.es
Al parecer Fukuyama se equivocó y la historia continúa. Me parece un excelente artículo sin embargo le daría un poco más de protagonismo a la geotecnologia más que a la energía por razones de que la medida de la economía desde la perspectiva de los hidrocarburos se vuelve subjetiva cuando vemos que los precios ya no se generan por la oferta y la demanda sino por factores geopoliticos/especulativos/poder y asi podremos tener un mejor entendimiento de los escenarios a futuro..