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¿Habrá un “telegrama largo” desde China?

Resumen:

El famoso “telegrama largo” de Kennan, que sirvió de inspiración a la respuesta de contención frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría, es toda una lección de cómo elaborar una estrategia ante retos geopolíticos de gran magnitud y complejidad. Al releerlo, no deja de asombrar la clarividencia mostrada por el joven diplomático norteamericano.

Actualmente, se necesitaría otro documento similar para afrontar el desafío presentado por una China revisionista. Esta situación ocasiona serios dilemas para las estrategias de seguridad de las naciones occidentales. Sea cual fuere la línea de acción escogida por Washington, la única alternativa que invita a la esperanza en Europa es una valiente apuesta por una Unión Europea de corte federal. Sus Estados por separado ya no tienen masa crítica geopolítica suficiente para ser dueños de su propio destino.

Palabras clave:

Telegrama largo, Kennan, URSS, contención, China, EE. UU., UE, estrategia, seguridad.

Introducción:

George Kennan es conocido como el padre de la estrategia de contención estadounidense contra la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Después de la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos dejaron de percibir a la URSS como un aliado contra el nazismo para descubrir su naturaleza totalitaria como una amenaza a la democracia y a los Estados Unidos de América. Kennan, desde la delegación diplomática de los Estados Unidos en Moscú, escribió el famoso y largo telegrama en el que se expone la idea central del posterior diseño de la política de los Estados Unidos para derrotar a la URSS.

En la actualidad, los norteamericanos son, sin duda alguna, plenamente conscientes de las aspiraciones de la República Popular China (RPCh) en disputar su vigente supremacía mundial. La nueva percepción estadounidense de las ambiciones chinas generó una primera respuesta, que se manifestó en la guerra comercial declarada a China por la administración del presidente Trump. No obstante, siendo importante la dimensión comercial, la estrategia estadounidense -necesaria para gestionar a medio y largo plazo la inevitable tensión en las relaciones entre las dos superpotencias- requiere de un diseño complejo e integral construido sobre un concepto estratégico central novedoso. El objetivo es asegurar un modelo de respuesta geoestratégica que permita la coexistencia pacífica y, al mismo tiempo, defienda los intereses y valores de la primera democracia del mundo. En ese sentido, los aliados de los Estados Unidos y las democracias del mundo también tienen que descubrir como encajar acertadamente en el nuevo contexto.

La estrategia de contención

Recientemente, Josep Piqué escribía en Política Exterior que “Estados Unidos y Occidente necesitan con urgencia una hoja de ruta clara, un nuevo ‘telegrama largo’ para afrontar el desafío presentado por China.”1 El momento no pudo ser más oportuno. Este año se cumplen dos aniversarios, el 75º de la redacción del Telegrama Largo y el 30º de la disolución de la Unión Soviética, dos hechos estrechamente vinculados entre sí. El colapso soviético fue, en gran medida, consecuencia de la estrategia de contención propuesta por George Kennan, con la singularidad de que, al releer hoy tanto aquella misiva diplomática como el artículo titulado “The source of Soviet conduct,” publicado un año después en Foreign Affairs, no deja de asombrar la clarividencia mostrada por el entonces joven encargado de negocios norteamericano.

En el “telegrama largo,” enviado desde Moscú el 22 de febrero de 1946, Kennan analiza detalladamente la cosmovisión y personalidad estratégicas de la URSS liderada por Stalin, producto de la ideología del Partido Comunista Soviético (PCUS) y de la experiencia histórica rusa, llegando a la conclusión de que Estados Unidos se enfrenta “a una fuerza política empeñada fanáticamente en la creencia de que no puede haber un modus vivendi permanente con Estados Unidos, que es deseable y necesario que la armonía de la sociedad estadounidense sea perturbada, que su forma tradicional de vida sea destruida y que la autoridad internacional de su Estado sea arruinada, para asegurar el poder soviético.”2

Teniendo en cuenta que “los soviéticos eran con mucho la fuerza más débil” y que eran “pacientes, flexibles y muy sensibles a la lógica de la fuerza”, el diplomático norteamericano proponía la contención como línea de acción a largo plazo, poniendo gran confianza “en la salud y el vigor de la propia nación norteamericana, en sus métodos y su concepción de la sociedad humana.” Eran pues las propias contradicciones del sistema de poder dirigido con mano de hierro desde el Kremlin las que debían terminar por socavar los cimientos del peligroso rival de la incipiente Guerra Fría. De ese modo, al final, la sólida torre del bloque comunista se derrumbaría por su propio peso.

En opinión de Kennan, “la persistencia paciente que caracterizaba al liderazgo soviético podía ser contrarrestada de manera eficaz, no por actos esporádicos que representaran los caprichos momentáneos de la opinión democrática sino, únicamente, mediante políticas inteligentes a largo plazo, políticas no menos estables en su propósito, y no menos variadas e ingeniosas en su aplicación, que las de la propia URSS.”3 Con el tiempo, se llegaría a un punto donde -incluso- la dictadura más cruel terminaría teniendo que ceder ante la realidad económica y psicológica de una sociedad ineficiente y desmoralizada, en una contradicción cada vez mayor con los postulados ideológicos.

Por lo tanto, la política estadounidense no debía limitarse a mantener la línea y esperar lo mejor. Estados Unidos debía influir en los acontecimientos tanto dentro de la Unión Soviética como del movimiento comunista internacional, para crear en el mundo la impresión de ser un país que sabe lo que quiere, capaz de afrontar con éxito sus problemas internos.

China no es la Unión Soviética

Según Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, una de las pocas cosas en las que Washington y Pekín coinciden en estos días es que la contienda entre ambos países entrará en una fase decisiva en los próximos años, una década en que se vivirá peligrosamente. “Independientemente de las estrategias que sigan las dos partes o de los acontecimientos que se desarrollen, la tensión entre Estados Unidos y China aumentará y la rivalidad se intensificará; es inevitable. La guerra, sin embargo, no lo es.”4

El dilema en Occidente es triple: evitar a toda costa la catástrofe que se derivaría de una guerra entre las grandes potencias, diseñar una estrategia que impida el ascenso de China a la primacía global y, si esto no es posible a un precio razonable, encontrar el mejor engranaje posible en el orden internacional que se derivaría de la emergencia del gigante asiático. Este último dilema supondría el final definitivo de un orden internacional configurado por los ideales democráticos de inspiración occidental.

Al comparar la situación provocada por la URSS con el actual reto de la emergencia de la RPCh, se debe reconocer que Pekín sí estaría dispuesto a encontrar un modus vivendi, aunque solo fuera porque esto allanaría su camino para convertirse en la primera potencia mundial. “La RPCh confía cada vez más en que para finales de esta década, la economía de China habrá superado finalmente a la de Estados Unidos como la más grande del mundo en términos de PIB clásico. Mientras tanto, la potencia asiática sigue avanzando también en otros frentes.”5

El pragmatismo chino supone, además, que Pekín -a diferencia del Moscú soviético-no tiene ningún interés capital en promover una ideología o modelo concreto. El nacionalismo, instigado desde las instancias de poder, que instrumentaliza “el periodo de las humillaciones”, está generando una gran cohesión de la nación china en favor de sus líderes, pudiendo considerarla más resiliente que la propia sociedad estadounidense, fracturada tras la etapa de Trump y cansada de sus responsabilidades internacionales.

Washington, por el contrario, considera que las políticas de entendimiento con China no han dado los resultados esperados y teme que cualquier tipo de modus vivendi termine de dar la puntilla a lo que queda del orden internacional liberal, abriendo el camino a un sistema internacional muy incierto donde Washington y Pekín compitan por el liderazgo global en condiciones cada vez más favorables para China.

Por consiguiente, carece de sentido emprender una estrategia de contención. En este caso, es la gran potencia norteamericana la que actúa bajo la presión del tiempo al no haber razones de peso para pronosticar el colapso chino, una sociedad, sin duda, con muchas contradicciones, ninguna de ellas insuperable, pero que, en las últimas décadas, ha demostrado una asombrosa capacidad para sobreponerse a las dificultades que se le han ido presentando.

¿Una estrategia de confrontación?

Partiendo de la convicción de que el ascenso de China, basado en la escala de su economía y de sus fuerzas armadas, en la velocidad de su avance tecnológico y en su cosmovisión, afecta profundamente a los principales intereses nacionales estadounidenses y al mundo democrático, una respuesta de confrontación -que convocaría a los aliados de Washington para imponer a China el regreso al statu quo estratégico anterior a la llegada de Xi Jinping- podría parecer sensata. Esta estrategia intentaría aprovechar las oportunidades que presenta la división en el seno del Partido sobre la dirección de Xi Jinping y sus vastas ambiciones. El objetivo sería, por tanto, concentrarse sobre las debilidades económicas e institucionales internas de China, mientras que los Estados Unidos buscarían reequilibrar su relación con Rusia.

Sin embargo, este enfoque no valora la dinámica estratégica de los demás sino como una acomodación a la iniciativa norteamericana, incluso cuando de lo que se trata es de meter al mundo en una máquina del tiempo para viajar al pasado. El Strategic Survey 2019 ya afirmaba: “el orden global basado en normas es ahora objeto de nostalgia estratégica occidental.” Intentar rebobinar la última década de evolución del orden internacional para volver a la casilla de salida es poco realista y contrario a la más elemental sabiduría.6

La China de Xi Jinping, a diferencia de la URSS, tiene un discurso coherente que el pueblo entiende y un proyecto de recuperación de la grandeza perdida que el corazón de la nación, la etnia Han, comparte. La RPCh ha sabido resolver los problemas materiales de su población y cuenta por ello con un respaldo popular de cerca del 80 %. El resultado es una China determinada, resiliente y dispuesta a recuperar la centralidad perdida, que además confía en la enormidad de su tamaño y en la vitalidad de su economía, pero que no pretende imponer su propio modelo a los demás. Un intento de contener su ascenso solo sería un estímulo más fuerte para buscar alcanzar su propósito.

 Conclusiones.

No parece que haya ninguna estrategia con garantías que permita pensar en detener el ascenso de la RPCh a un precio razonable. Difícilmente se le podrá dictar lo que deba hacer dentro de sus fronteras.

La pugna está servida, entran en juego dinámicas de la geopolítica clásica, pero también compiten factores inmateriales de valores, creencias e ideologías, así como la eficacia de los distintos modelos de sociedad.

En este contexto, la Unión Europea debe reconocer que hay un “telegrama corto” para ella. O los países de la Unión Europea se integran y adoptan una personalidad geopolítica única, o corren el peligro de convertirse en objeto de interés arqueológico.

Notas finales:

  1. Josep Pique, “E. UU. necesita un ‘telegrama largo’ sobre China,” Política Exterior (05 de febrero de 2021), https://www.politicaexterior.com/eeuu-necesita-un-telegrama-largo-sobre-china/ .
  2. George Kennan, The Long Telegram (Moscu: 22 de febrero de 1946), Los entrecomillados que vienen seguidamente son todos de este documento.
  3. Ibíd.
  4. Kevin Rudd, “Short of War: How to Keep U.S.-Chinese Confrontation from Ending in Calamity,” Foreign Affairs (marzo-abril de 2021), https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-02-05/kevin-rudd-usa-chinese-confrontation-short-of-war .
  5. Ibíd.
  6. International Institute for Strategic Studies, “Strategic Survey 2019: The Annual Assessment of Geopolitics,” International Institute for Strategic Studies (octubre de 2019), https://www.iiss.org/publications/strategic-survey/strategic-survey-2019-the-annual-assessment-of-geopolitics .

 

Este artículo ha sido gracias al Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Una versión más extensa de este texto se puede ver en http://www.ieee.es

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