Este artículo ha sido publicado inicialmente en la Revista Seguridad y Poder Terrestre
Vol. 1 N.° 2 (2022): Octubre – Diciembre
DOI: https://doi.org/10.56221/spt.v1i2.13
Resumen
Los intereses de las grandes potencias económicas y militares determinan –y hasta condicionan- muchas de las dinámicas y decisiones de países medianos como Argentina, y lo seguirán haciendo en el marco de un determinado margen de autonomía que podrán ir adquiriendo dichos Estados a través de acciones inteligentes. En ese sentido, es posible redefinir una política exterior y de defensa nacional a partir de la prevalencia de una cultura estratégica que no necesariamente comparta los lineamientos y preferencias del país que concentra el mayor poder mundial, con todo lo que ello implica. En este artículo se analizan las culturas estratégicas, las percepciones de amenazas y los comportamientos tanto de la República Popular China como de los Estados Unidos en la Argentina a fin de comprender a los actores intervinientes.
Palabras Clave: Argentina, República Popular China, Estados Unidos, Cultura Estratégica, Política Exterior.
Introducción
Tras la crisis económica e institucional de la Argentina en el año 2001, empezó a acentuarse un cambio en su política exterior con relación a los Estados Unidos (que ya presentaba grandes limitaciones en las estrategias de influencia en el área de defensa nacional, pero no así en lo económico) y la República Popular China (que ya mostraba un gran crecimiento y una expansión política y económica nunca antes vista en América Latina y el mundo). Este cambio ideológico y político de la dirigencia argentina se reflejó no solo en su política exterior, sino también en su política de defensa nacional y en muchas de sus otras políticas domésticas. Por una parte, dicho viraje se basaba en las experiencias vividas en las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina con la instauración de un modelo neoliberal y la Doctrina Monroe que priorizaron los intereses estadounidenses y generaron numerosos efectos adversos en la Argentina. Por otra parte, el mundo presenciaba con asombro el progresivo desarrollo de la República Popular China (RPC), un país de economía emergente y en un proceso de construcción de poder de carácter global, lo que representaba una oportunidad para el financiamiento internacional, el acceso a nuevos mercados de consumo y el establecimiento de una alianza con la Argentina, a través de visiones e intereses compartidos, así como de un mayor nivel de autonomía política, incluso en el ámbito de la defensa.
El vínculo sino-argentino se empezó a construir con un carácter multidimensional e integral, pero con mayor énfasis en lo económico. En el corto plazo, al país sudamericano le significó la activación económica debido al acceso a nuevos mercados de consumo de productos primarios y agroindustriales, la generación de empleo, el acceso al crédito internacional e inversiones, entre otras mejoras en lo económico, incluyendo la posibilidad de construir un hard balancing en materia de defensa a fin de reducir y cambiar la influencia estadounidense en el país.[1] Sin embargo, Estado Unidos observa el avance y la consolidación del poder chino en Argentina y en la región como una creciente amenaza para sus intereses.
En ese contexto, en este artículo se analizan las culturas estratégicas, las percepciones de amenazas y los comportamientos tanto de la RPC como de los Estado Unidos en la Argentina a fin de comprender a los actores intervinientes. Asimismo, considerando las relaciones internacionales (dinámicas e interdependientes) que influyen en diferentes grados en la política argentina, se define la relación entre la estrategia y la política nacional de defensa, así como se exponen las principales características de la nueva alianza sino-argentina y la respuesta estadounidense frente a la misma.
La cultura estratégica de los Estados y la definición de su política exterior
Dentro de la esfera de las relaciones internacionales, parte de las conductas, percepciones y normas de los países son explicadas mediante el concepto de cultura estratégica, la cual contribuye a estructurar el comportamiento de los Estados en cuestiones tales como: (1) la importancia que se le asigna al uso de la fuerza militar en la política internacional, (2) la sensibilidad ante amenazas externas, (3) las relaciones cívico-militares, (4) la doctrina estratégica, o (5) el modelo de inserción internacional adoptado.[2] En ese sentido, resulta importante destacar que aunque un Estado pueda poseer varias culturas estratégicas, siempre predominará una dentro del sector dirigente y de las elites de intelectuales tomadoras de decisiones, particularmente en un determinado momento histórico. A su vez, dicha cultura estratégica se encontrará vinculada sistémicamente a presiones estructurales, fundamentos e ideologías vigentes.
Actualmente, existe un gran debate respecto al significado de la cultura estratégica, su comportamiento y medición, su función como variable dentro de las investigaciones, la relación con la estrategia y la planificación, entre otros. Lo cierto es que más allá de todas las interrogantes, la cultura estratégica es un marco de referencia para identificar tendencias probables referidas a las líneas de acción y creencias relativamente estáticas de actores que definen la política interna y externa de un Estado. Al respecto, la política exterior se compone tanto de un contenido como de un proceso:
El primero es un conjunto de líneas de acción orientadas normativamente por ciertos principios u objetos rectores. Estas líneas de acción son actos y “no actos”, en el entendido que la omisión de actuar también puede construir una política. Y estas líneas de acción se enfatizan a través de leyes, acuerdos, tratados, etc. Se constituye un ciclo de política, atravesado por la negociación y el juego político de los actores, que va desde el diagnóstico a la evaluación, pasando por la inclusión en la agenda, el diseño, la implementación, el monitoreo y la evaluación; siendo estos procesos atravesados por diferentes instancias de negociación y debate.[3]
Considerando estos conceptos, durante las últimas décadas se viene dando un debate sobre cuál es el tipo de relación que debe tener Argentina con los Estados Unidos (incluyendo el nivel de autonomía, la necesidad -o no- de buscar otros aliados estratégicos regionales y extrarregionales, la dimensión estratégica de la propia política de defensa nacional y sus capacidades, entre otros) a fin de definir una clara política exterior y de defensa. Dentro del ámbito de la política y de la planificación estratégica de los países, se considera que toda acción realizada por un actor internacional pueda ser considerada por otros como una amenaza real o potencial y, consecuentemente, desencadene distintos tipos de escenarios.
Argentina: un cambio en su política exterior
La política exterior parte del análisis y diagnóstico tanto interno como externo de un determinado escenario de un país, en el que se identifican situaciones problemáticas actuales o potenciales, actores intervinientes (ideologías, culturas, poder, etc.) y posibles líneas de acción que pueden afectar los intereses y objetivos del Estado en cuestión. En función a estos hechos o percepciones se definirán e implementarán agendas, estrategias o políticas públicas tendientes a evitar, revertir, instaurar o consolidar determinados objetivos. En ese contexto, se formularán y desarrollarán determinadas líneas de acción, influenciadas por la cultura estratégica de cada actor, las condicionantes internas y externas, los recursos, o la libertad de acción, entre otras variables. Por lo tanto, la determinación de una política exterior toma características particulares según el entorno regional y global al que se dirige y la cultura estratégica de los tomadores de decisiones. Algunos académicos sostienen que el sistema internacional determina o condiciona fuertemente la política externa de los Estados, mientras que otros piensan en un mutuo condicionamiento entre el sistema y su entorno.[4]
En el caso argentino, tras la restauración de la democracia en el año 1983, la clase política dirigente cambió de manera progresiva parte de la relación bilateral con los Estados Unidos en materia de defensa y seguridad, pero no así en el ámbito económico, hasta el colapso socioeconómico e institucional del año 2001. Si bien la dependencia con los organismos de financiamiento internacional continúa hasta la fecha, las políticas internas argentinas han tomado un rumbo distinto a las definidas por los sectores políticos estadounidenses. Además, Argentina comenzó a establecer y consolidar una alianza estratégica multidimensional con la RPC (particularmente durante los gobiernos kirchneristas) que constituye un motivo de preocupación para los Estados Unidos al percibirse una disputa de poder y una amenaza creciente en su tradicional zona de influencia latinoamericana.
Para comprender este cambio en la política exterior de la Argentina, el politólogo canadiense Kalevi Holsti señala que el objetivo de la restructuración de la política exterior en los países en vía de desarrollo es afirmar la autonomía del país, controlar los procesos trasnacionales, destruir los elementos de supervivencia del colonialismo y/o escapar del Estado hegemónico.[5] Por consiguiente, desde el año 2002, hubo un cambio respecto al posicionamiento ideológico de las gestiones políticas argentinas bajo un intento de romper con viejos patrones de comportamiento de dependencia y subordinación a los intereses de los Estados Unidos en materia de defensa, materializadas a través de acciones específicas como la definición estratégica de una nueva política de defensa nacional.
En ese sentido, es válido destacar que la política de defensa nacional y la estrategia están íntimamente relacionadas ya que la primera identifica qué debe defenderse, mientras que la segunda establece los posibles caminos a seguir para alcanzar los propósitos políticos definidos a fin de preservar los intereses vitales del Estado. Consecuentemente, la estrategia aplicada a la defensa nacional se puede definir como:
Las acciones, actitudes y medidas institucionales de carácter estratégico, decididas e implementadas por el gobierno nacional y destinadas a prevenir o enfrentar distintos tipos de situaciones de riesgos, conflictos o amenazas, potenciales o efectivas, que provengan de agresiones estatales de origen externo que hagan peligrar la integridad territorial y la capacidad de autodeterminación del Estado y que requieran el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva.[6]
Al respecto, el internacionalista argentino Ezequiel Magnani destaca que los puentes entre la defensa nacional y la estrategia son tan estrechos que es casi imposible pensar en la primera por fuera de la segunda. Por lo tanto, la Directiva Estratégica de la Política de Defensa es una vertiente que está vinculada a las resoluciones estratégicas de carácter político, donde los dirigentes de un país determinan la preservación de activos nacionales específicos respecto a la percepción de amenazas externas en un ambiente internacional determinado.[7] En este contexto, la Ley 23554 de Defensa Nacional tiene por finalidad garantizar de modo permanente la soberanía e independencia de la Argentina (incluyendo su integridad territorial y su capacidad de autodeterminación), así como la protección de la vida y la libertad de sus habitantes frente a amenazas externas de origen estatal, en donde las Fuerzas Armadas estarán a cargo de dicha misión. Estos aspectos fueron redefinidos tras la oscura experiencia nacional de la intervención militar en la seguridad interior y la instauración del terrorismo de Estado (1976-1983) promovido por los Estados Unidos -mediante la Doctrina Monroe- para evitar el avance del comunismo en Latinoamérica, en alianza con sectores militares y sociales argentinos que promovieron dicha línea de acción.
Nuevas estrategias en la defensa nacional argentina
Los nuevos dirigentes nacionales, desde Alfonsín en adelante, fueron construyendo e implementando políticas nacionales que establecen la clara separación entre defensa nacional y seguridad interior, sumada a la efectiva conducción política de las Fuerzas Armadas. Estos objetivos se han venido logrando progresivamente, pero con algunos efectos que respondían a la instauración del sistema político-económico neoliberal impulsado por los Estados Unidos, desde mediados de la década de 1970 hasta las dos gestiones del entonces presidente Carlos Menem (1989-1999):
La reducción de la capacidad ofensiva del instrumento militar, la participación en los regímenes internacionales de control de armamentos, y el establecimiento de medidas de confianza mutua y transparencia coincidían con la ideología neoliberal de reducir funciones del Estado. De la misma manera, aquellas iniciativas armonizaban con los consejos del realismo periférico, orientados a alinearse con los requerimientos político-estratégicos de la superpotencia, centrados en una Argentina confiable y predecible.[8]
Por lo que puede afirmarse que, desde la restauración de la democracia hasta la actualidad, la Argentina no logró ni acomodar el despliegue de su instrumento militar, ni priorizar su capacidad naval y terrestre en sus adquisiciones de medios materiales.[9] Algunos especialistas sostienen que existe una delegación de la capacidad militar argentina debido a los bajos presupuestos. Dicha delegación, en una primera instancia, fue en el Consejo de Defensa de Seguridad[10] y, más recientemente, en la RPC. Este cambio en la política exterior y de un nuevo sistema de alianzas en materia político-militar muestra la prevalencia de una cultura estratégica argentina que buscaba alejarse de las estrategias e intereses estadounidenses, pero sin romper las relaciones diplomáticas vigentes (colaborando en la lucha contra los delitos trasnacionales a través de organismos competentes de la seguridad interior y no de las Fuerzas Armadas), mientras que se fortalecen las relaciones con actores regionales y extrarregionales, asegurando su autonomía.
En ese sentido, el acercamiento sino-argentino ha generado compromisos tales como: (1) acuerdos e intercambios educativos entre los institutos del servicio exterior de ambos países que involucran trabajos conjuntos en las áreas de legislación y formación diplomática;[11] (2) la creación de la Comisión Conjunta de Defensa a fin de implementar los acuerdos alcanzados y que fue definida como un “Mecanismo de Diálogo Político Estratégico Permanente” para institucionalizar un proceso de consultas de trabajo cooperativo, manteniendo la cohesión y coordinación política de las diferentes instancias de diálogo bilateral existentes entre los Estados Mayores Conjuntos, los Estados Mayores de las Fuerzas Armadas y las agencias dependientes de los Ministerios de Defensa;[12] (3) el Tratado Antártico (del año 2017) para ejecutar de manera cooperativa proyectos en materia científica, tecnológica y logística, empleando los puertos de la Patagonia argentina para el soporte logístico necesario; (4) el Acuerdo Marco para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre (del año 2015) que incluyó la construcción, establecimiento y operación de la Base Aeroespacial en Neuquén, una estación china sobre la que Argentina no realiza ningún tipo de auditoría ni control y que ha generado la reacción de los Estados Unidos al señalar que en dicha estación podrían realizarse acciones de espionaje satelital a otros países; y (5) el acuerdo (de enero de 2022) que permitirá la construcción de otra estación en la provincia de Córdoba, bajo gestión china, a fin de desarrollar el sistema de geolocalización Beidou, el cual busca competir con el GPS estadounidense.
Estos acuerdos se iniciaron en el periodo kirchnerista en Argentina y tanto Macri como el actual presidente Alberto Fernández les han dado continuidad. Como puede apreciarse, la política exterior argentina ha dado un giro respecto a la dependencia de los intereses estadounidenses para ir construyendo un vínculo más fuerte con la RPC.
China: un breve abordaje a su cultura de defensa
La RPC, a través de su alianza multidimensional con la Argentina, ha logrado acceder a espacios geoestratégicos relevantes internacionalmente. Casos como la instalación de la central aeroespacial en Neuquén, el Acuerdo Antártico o la incorporación progresiva de Argentina al Proyecto de la Ruta de la Seda (terrestre, marítima y digital) le brindan ventajas competitivas y únicas dentro del Atlántico Sur, con proyección al espacio y a la Antártida. En materia militar se ha avanzado en numerosos acuerdos, pero hasta el momento no se ha generado el escenario político-militar para una acción conjunta debido a la percepción de alguna amenaza hacia la Argentina o la región. No obstante, la RPC (enmarcada en su cultura estratégica y en su política exterior) no se muestra –por el momento- beligerante en América Latina más allá de las preocupaciones de Estados Unidos, quien ve a China como a un gran competidor global.
Considerando los valores y la filosofía de la cultura estratégica china, se pueden mencionar algunos principios dentro su política actual, como el referido a los factores de poder sostenido por Yan Xuetong y su propuesta de “pensamiento chino antiguo, poder chino moderno.” Esta propuesta identifica aspectos claves para la construcción del poder moderno de la RPC, el cual está compuesto tanto de poder duro como de poder blando, destacando la posibilidad del ascenso de una potencia a los poderes hegemónicos.[13] Si bien se destaca el factor de poder militar como un elemento necesario, la cultura y la filosofía china (centradas en los valores milenarios) no conciben el enfrentamiento armado como una solución para la resolución de los conflictos, sino, más bien, como un posicionamiento defensivo frente a las amenazas existentes. Un claro ejemplo de lo expuesto está presente en el pensamiento del estratega Sun Tzu, quien sostuvo que aquellos que son expertos en el arte de la guerra logran someter al enemigo sin dar batalla, capturan las ciudades enemigas sin asaltarlas y se apoderan del estado enemigo sin campañas prolongadas.[14]
Otro dato no menor, es que no se busca demonizar al enemigo más allá de considerarse una cultura milenaria con superioridad moral y ética respecto a las demás.[15] Por lo tanto, podría afirmarse que para la RPC la paz es un objetivo y la preparación militar representa un resguardo a sus intereses y a su orgullo nacional, priorizándose la diplomacia y la negociación. En ese contexto, existen intelectuales que ven el ascenso chino y su mayor presencia en América Latina como una posibilidad para la construcción de una geopolítica multipolar, dejando de lado ideologías, y que el triángulo estratégico América Latina – Estados Unidos – China puede generar dinámicas cooperativas no necesariamente conflictivas.[16] Sin embargo, hay otros que ven con bastante preocupación el desarrollo económico y militar de la RPC, sumado al acceso a espacios geopolíticos con relevancia mundial, y sostienen la idea de un probable enfrentamiento armado con los Estados Unidos, cuyo ganador será el único con la capacidad de establecer una hegemonía global.
Estados Unidos: ¿Construyendo un enemigo real?
Por su parte, Estados Unidos tiene una amplia trayectoria de influencia en el diseño e implementación de muchas de las políticas públicas de Argentina y de otros países, incluyendo su cultura estratégica sobre el uso del aparato militar y su misión en el mundo con un carácter de reivindicación (lucha contra el mal) casi mesiánico de sus narrativas para legitimar acciones armadas a escala global. Si bien Estados Unidos sostiene una cultura estratégica de carácter más defensivo, se puede corroborar que durante el siglo XX ha sido el país que más ha intervenido directa e indirectamente en conflictos armados y en distintos escenarios; destacando la herencia de la Guerra del Golfo recibida por la fórmula Obama-Biden, sumada a ocho años de guerra ininterrumpida que afrontó el país hasta la llegada de Donald Trump al poder en el año 2017.[17] Al respecto, el doctor Thomas Mahnken sostiene que Estados Unidos sigue siendo el líder internacional por su trayectoria, apreciándose una continuidad en su conducta respaldada por su cultura estratégica, la cual -más allá de las diferencias entre demócratas y republicanos- es guiada por el liberalismo y la defensa de valores universales que rigen todas las políticas exteriores y que se viene centrando durante las últimas décadas en intervenciones militares limitadas.[18]
Frente al avance asiático en lo que Estados Unidos considera su zona tradicional de influencia, la administración Biden ha redefinido su enfoque estratégico a través de documentos y discursos oficiales en los que manifiesta que es indispensable recuperar los espacios tradicionales de poder en América Latina para contener la amenaza china. A ello ha de sumarse que Estados Unidos continua siendo la única potencia (militar, diplomática, política y económica) considerada como actor clave en cualquier conflicto que se desate en el mundo.[19] Ello no quita que el fuerte ascenso de la RPC -más aún en sus áreas de interés y relacionadas a su seguridad- no sea motivo de preocupación y, en consecuencia, ocupe mayor peso dentro de la planificación estratégica político-militar estadounidense. En ese sentido, el doctor Héctor Saint-Pierre señala que las amenazas no tienen existencia por sí mismas, sino que dependen de las estructuras perceptivas de quien las concibe y que están -en parte- determinadas por su geopolítica, historia, riquezas naturales, potencialidades, vulnerabilidades, entre otras variables, motivo por el cual Estados Unidos considera a la RPC como una de ellas.[20]
Comparado con otros actores extrarregionales, las actividades del poder duro o militar de la RPC en América Latina son bastante limitadas, por lo que -actualmente- no representa una amenaza de seguridad para los Estados Unidos en la región. No obstante, desde un enfoque estratégico y prospectivo, una de las opciones es que la RPC continúe creciendo militarmente en América Latina, incluyendo la posibilidad de que la base aeroespacial en Neuquén cumpla una función adversa a los intereses estadounidenses, lo que sí constituiría una amenaza real para los Estados Unidos.
Sin duda, Estados Unidos lucha por conservar y aumentar su poder, preservar su soberanía y proteger sus intereses nacionales, desde una posición de fuerza tanto militar como económica, y mediante el uso cauteloso de la diplomacia.[21] En consecuencia, el tema de la seguridad nacional es central y está por encima de cualquier objetivo. Bajo esta perspectiva, el Senado estadounidense aprobó un incremento en el presupuesto de defensa para el año 2022, valorado en 768 mil millones de dólares, que refleja la nueva política de la administración Biden, concibiendo a la RPC y a Rusia como amenazas.[22]
El incremento de este presupuesto está enfocado en Asia-Pacifico, pero sin descuidar América Latina, que si bien no es el foco central de su planificación estratégica, sí forma parte de los anillos de seguridad de Estados Unidos. Por consiguiente, es necesaria una estrategia de seguimiento y contención frente a la RPC, máxime considerando que el Departamento de Defensa estadounidense, publicó en su informe anual del año 2021 que la RPC busca convertirse en una potencia nuclear global y viene creciendo no solo en los ámbitos tradicionales de disputas militares, sino también en el espacial. Asimismo, en este documento se enfatiza que el país dirigido por Xi Jinping está consolidando su diplomacia militar (mediante acuerdos diversos y nuevos canales de comunicación) con la finalidad de desarrollar sus relaciones militares en Europa y fortalecer intercambios militares con países de África, América Latina, el Caribe y el Sur Pacífico.[23]
En ese sentido, el posible ataque chino a la isla de Taiwán, así como la consolidación de la alianza entre la RPC y Rusia en la región del Pacífico son escenarios que -actualmente- inquietan al Pentágono. A ello, se suma la declaración hecha por la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, en abril de 2021, en la que se afirma que el Ejército Popular de Liberación “seguirá integrando los servicios espaciales -como el reconocimiento, el posicionamiento, la navegación, la sincronización y las comunicaciones por satélite- en sus armas y sistemas de mando y control para erosionar la ventaja informativa del ejército estadounidense.”[24] Esta declaración se dio en el momento en que la RPC comenzó a desarrollar tecnologías para destruir satélites y en el cual la Argentina se encuentra involucrada.
Argentina en el marco de la disputa por la militarización del espacio
La RPC designó oficialmente al espacio como un nuevo dominio de la guerra en su libro blanco de defensa del año 2015. Por lo que espera que el espacio desempeñe un papel importante en conflictos futuros al permitirle ataques de precisión de largo alcance y negar a sus adversarios el uso de los sistemas de comando, control, comunicaciones, computadoras, inteligencia, vigilancia y reconocimiento (C4ISR por sus siglas en ingles).[25] Por su parte, Estados Unidos ha manifestado su preocupación por el avance del gigante asiático y ha identificado a los países a los que considera aliados y funcionales a los intereses chinos:
El Departamento del Sistema Espacial [de la Fuerza de Apoyo Estratégico (FAE) de la RPC] opera al menos ocho bases, incluidas aquellas cuyas misiones principales son el lanzamiento, el seguimiento, la I + D y la operación de los satélites vitales para la arquitectura C4ISR de China. La FAE opera estaciones de seguimiento, telemetría y mando en Namibia, Pakistán y Argentina. La FAE también opera naves de apoyo espacial Yuan Wang que rastrean lanzamientos de satélites y misiles balísticos intercontinentales (ICBM).[26]
Si bien la RPC y Argentina enfatizan que la central aeroespacial de Neuquén es empleada con fines científicos y pacíficos, lo cierto es que la mayor potencia militar del mundo opina lo contrario, identificándola como una amenaza, situación que genera -y lo seguirá haciendo- muchos más interrogantes que certezas.
Conclusiones
Los intereses de las grandes potencias económicas y militares determinan –y hasta condicionan- muchas de las dinámicas y decisiones de países medianos como Argentina, y lo seguirán haciendo en el marco de un determinado margen de autonomía que podrán ir adquiriendo a través de acciones inteligentes. En ese sentido, es posible redefinir una política exterior y de defensa nacional a partir de la prevalencia de una cultura estratégica que no necesariamente comparta los lineamientos y preferencias del país que concentra el mayor poder mundial, con todo lo que ello implica. Si bien en sus discursos y documentación oficial tanto la RPC como los Estados Unidos se autodefinen como naciones pacíficas y con estrategias militares meramente defensivas, lo cierto es que ambos vienen creciendo militar y económicamente, acrecentándose su rivalidad. Por lo tanto, destaca el pensamiento de Thomas Mahnken, quien sostiene que hay substratos de la cultura estratégica que pueden cambiar si es que cambia el contexto, generando un cambio de pensamiento y doctrinas (incluido el arsenal nuclear).[27] Consecuentemente, Argentina deberá reflexionar y considerar -dentro de este nuevo rumbo estratégico- las amenazas y oportunidades que le generan los intereses y disputas externas dentro de su mismo territorio. Finalmente, es en el campo de las “ideas” donde descansa la verdadera fuente de poder y es allí donde se plantean los grandes desafíos, las alternativas que no imiten ideologismos, así como las oportunidades para diseñar y practicar un proyecto potencialmente autónomo, distinto y audaz.[28]
Notas Finales
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