Resumen
El presente artículo tiene por objeto realizar un análisis comparativo entre el modelo de contrainsurgencia británico y el francés. El propósito consiste en identificar las diferencias y aspectos relevantes entre ambos modelos, a fin de abordar los requerimientos de la contrainsurgencia en conflictos contemporáneos, los cuales están llenos de múltiples elementos de zona gris, actores y medios extremadamente irregulares. Para lograrlo, se expondrá, en primer lugar, una visión general de la contrainsurgencia; luego, se examinará, en detalle, el modelo británico, seguido por una revisión del modelo francés. Por último, se realizarán comentarios que evidenciarán algunos de los aspectos más significativos de la aplicación de estos modelos en el contexto de la guerra contrainsurgente contemporánea, que se caracteriza por escenarios extremadamente ambiguos y nebulosos.
Palabras clave: Guerra, Contrainsurgencia, Insurgencia, Modelos, NewCOIN, Defensa.
Introducción
La comprensión de la contrainsurgencia es uno de los retos más relevantes en el estudio de la guerra, a lo largo del siglo XX y en lo que va del siglo XXI. Los conflictos, basados en la participación de actores rebeldes que siguen patrones de guerra irregular, continúan vigentes en lugar de desaparecer e incluso se vuelven más complejos en entornos operacionales extremadamente difíciles de enmarcar con estrategias convencionales.
Este panorama se caracteriza por conflictos asimétricos e híbridos, donde los grupos insurgentes trascienden los límites de lo tradicionalmente irregular, según la propuesta de Mao Zedong, también conocido como Mao Tse-tung, y se convierten en protagonistas que borran la línea entre lo civil y lo militar. Estos enfrentan grandes dificultades para aplicar las normas del derecho de la guerra y se apoyan en múltiples procesos transnacionales que afectan tanto el sostenimiento de sus acciones insurgentes como su capacidad para utilizar el fuego, la inteligencia y el conocimiento del adversario. Además, se observa una creciente convergencia con otros grupos ilegales. Todo esto ocurre en un Estado mucho más reactivo que en el pasado.
Por este motivo, el estudio de la contrainsurgencia se vuelve prioritario y la identificación de los desafíos en los escenarios actuales resulta de vital importancia. En este sentido, este trabajo tiene como objetivo realizar un análisis comparativo entre el modelo de contrainsurgencia británico y el francés para identificar las diferencias entre ambos enfoques y encontrar elementos útiles que puedan ser aplicados en los contextos contemporáneos, caracterizados por múltiples elementos de zona gris, así como por agentes y medios extremadamente irregulares.
De esta manera, el artículo fue estructurado en cuatro partes principales. En primer lugar, se presentaron las generalidades de la contrainsurgencia desde una perspectiva teórica, con el fin de establecer un marco de referencia para la discusión. En segundo lugar, se realizó una revisión detallada del modelo de contrainsurgencia británico, abordando su origen, los desafíos que motivaron su desarrollo y su estado actual. En tercer lugar, se examinó el modelo contrainsurgente francés, siguiendo el mismo enfoque utilizado para el modelo británico. En cuarto lugar, se ofrecieron comentarios finales que identificaron los aspectos más relevantes de la contrainsurgencia que podían ser aplicados en los conflictos contemporáneos.
Finalmente, a través de este análisis comparativo, se espera obtener una visión más completa y enriquecedora sobre la contrainsurgencia, brindando a los lectores herramientas y conocimientos para abordar los retos que se presentan en las disputas actuales.
Contexto Teórico General de la Contrainsurgencia
La contrainsurgencia es, en esencia, la acción político-militar destinada a contrarrestar el esfuerzo de un bando rebelde contra una autoridad central. Este suele emplear tácticas de guerrilla, ya sea en un sentido tradicional o contemporáneo, mientras intenta promover una acción política, económica y social dentro de un segmento de la población.
Para realizar una construcción conceptual es necesario precisar, en primera instancia, lo que representa la insurgencia, la cual se define como una rebelión armada contra una autoridad constituida. En este caso, los actores en armas, quienes forman parte de la rebelión, no son necesariamente reconocidos como beligerantes o, en un sentido más estricto, como partes exclusivas de un conflicto internacional. Asimismo, la Guía de Análisis de las Insurgencias de la CIA la define como un actor que plantea “un enfrentamiento político-militar prolongado con el objetivo de suplantar o desplazar la legitimidad de un gobierno constituido o poder político ocupante, y controlar parcial o totalmente los recursos de un territorio, a través del uso de una fuerza militar irregular y organizaciones políticas ilegales”.[1]
A pesar de la especificidad de los conceptos, a menudo se confunde la contrainsurgencia con otros términos como guerrilla o subversión, los cuales son categorías utilitarias. La guerrilla se refiere al empleo táctico y desagregado de la fuerza, siendo uno de los componentes de la doctrina de la guerra popular prolongada de Mao y el primer escalón en la secuencia de guerra de guerrillas, guerra de movimientos y guerra de posiciones.[2] Se refiere a unidades pequeñas, altamente móviles, fácilmente camuflables con la misión de hostigar permanentemente a unidades más grandes. Esto se hace para debilitar su fuerza y voluntad de combate, negarles el descanso y dificultarles el abastecimiento.
La subversión forma parte de un movimiento armado, rebelde y opositor que busca cambiar el status quo o el orden vigente en términos institucionales, jurídicos y políticos. Esta no se limita a una lucha táctica de guerrillas, por el contrario, puede emplear cualquier recurso a su alcance para lograr el objetivo de erosionar lo establecido.[3] Entre sus métodos pueden incluirse el terrorismo, la guerra en zona gris, el boicot económico o el aislamiento diplomático, así como cualquier acción política que cuestione la legitimidad de las instituciones oficiales.
De esta manera, un levantamiento puede emplear tácticas de guerra irregular, aunque no de forma obligatoria. Incluso, puede buscar una alteración radical en el orden establecido. Según Ehrlich,[4] pueden presentarse casos de movimientos rebeldes que busquen retornar al pasado, lo cual no implica necesariamente situaciones de desestabilización. En cualquier caso, la contrainsurgencia se enfrenta a un contexto complejo y desafiante. Este es aquel en el que la rebelión utiliza tácticas de guerrilla y, al mismo tiempo, busca modificar el status quo, lo que también se consideraría subversión. En el contexto en el que se combinan insurgencia, guerrilla y subversión, es donde el esfuerzo contrainsurgente es mucho más exigente.
Dado que la insurgencia es más antigua que las tácticas de guerrilla, las cuales tienen poco más de dos siglos de existencia, en términos doctrinales, es en el siglo XX donde el concepto adquiere una fuerza increíble. Los procesos de descolonización y la influencia política e ideológica de la Guerra Fría impulsaron de manera decidida la aparición de conflictos insurgentes en Asia, Medio Oriente, África y América Latina. Por ello, durante este periodo se logró la mayor teorización sobre la forma en la cual los Estados y sus fuerzas militares debían enfrentar este reto mediante la contrainsurgencia.
Contrainsurgencia Británica: El Origen de la Senda
La contrainsurgencia británica no se basa en un manual, sino en la experiencia colonial, lo cual se puede observar en los trabajos de Nagl[5] y Mockaitis,[6] quienes destacaron el papel policial que el ejército imperial debía desempeñar en las colonias británicas. Además, a partir de estos estudios, queda claro que el factor militar no podía separarse de un diálogo con las autoridades civiles coloniales, de manera que se complementara el esfuerzo militar. Este principio se convirtió en uno de los fundamentos de la contrainsurgencia, incluso hasta el día de hoy. Por otro lado, Beckett señala el periodo comprendido entre los años 1900 y 1945 como el momento de las «raíces de la contrainsurgencia británica», donde se intenta formalizar el modelo británico estableciendo principios y objetivos.[7]
Sin embargo, el coronel Charles Callwell fue pionero en la formalización de la contrainsurgencia descrita por Beckett. En su libro «Small Wars: Their Principles and Practice», Callwell caracterizó las guerras coloniales como un tipo de conflicto completamente nuevo para los ejércitos europeos, acostumbrados a enfrentamientos convencionales con grandes ejércitos y considerando las variables operacionales propias de un ejército convencional. En palabras de Callwell, las Small Wars son «todas las campañas excepto aquellas en las que ambos bandos consisten en tropas regulares. Comprende las expediciones contra las razas salvajes y semi civilizadas por parte de soldados disciplinados, comprende las campañas emprendidas para sofocar las rebeliones y guerra de guerrillas».[8]
Es importante mencionar que Callwell no pretende afirmar que las guerras coloniales son “pequeñas” en su extensión o nivel de compromiso en la respuesta, sino constituye un criterio simple para diferenciarlas de las guerras europeas. Según el tipo de desafío, el autor propone tres tipos de guerras contrainsurgentes coloniales: campañas de conquista o anexión, campañas contra insurrecciones en territorios conquistados y campañas de venganza o expulsión de amenazas territoriales.[9]
Un factor militar importante en la clasificación de Callwell es la superioridad tecnológica de los ejércitos europeos, que contaban con caballerías organizadas y artillería, mientras que el enemigo, difícilmente considerado un ejército, tenía una estructura tribal sin entrenamiento ni organización militar, y estaba armado con flechas y lanzas. En consecuencia, la principal prueba de la contrainsurgencia, en esta etapa, no era un adversario poderoso, sino desafíos logísticos como el abastecimiento, el relevo de tropas, la salubridad y las relaciones con las autoridades políticas coloniales.[10]
Adicionalmente, establece principios que posteriormente se convirtieron en la base doctrinal británica. Estos incluyen la reubicación de sectores de la población en guerras contrainsurgentes, de modo que el oponente pierda un elemento de apoyo esencial o, posiblemente, su centro de gravedad. También destaca el papel fundamental de la inteligencia en un entorno mucho más difuso y difícil de caracterizar que una guerra convencional.[11]
Por su parte, el general Sir Charles Gwynn, un oficial del Ejército Británico, también abordó las dificultades de la contrainsurgencia y retomó parcialmente las ideas de Callwell sobre los roles esencialmente policiales de los ejércitos coloniales. Gwynn enfatizó la importancia de restaurar la autoridad civil en lugar de establecerla o crearla, lo que marcó una diferencia con uno de los enfoques propuestos por Callwell.[12]
En lo que concuerdan plenamente Gwynn y Callwell es en el papel central de la población en los conflictos contrainsurgentes, los cuales tienen un carácter esencialmente político y un alto impacto sociológico. Según Gwynn, los insurgentes aprovechan la población civil para camuflarse entre ellos y volverse invisibles,[13] lo cual marca una diferencia significativa en comparación con las guerras convencionales. En ambos tipos de guerra, el uso de la fuerza juega un papel protagonista y se busca obtener resultados a través de ella. Sin embargo, en las guerras contrainsurgentes, el objetivo militar se logra equilibrando el uso de la fuerza con la consecución de objetivos políticos.[14]
Esta preocupación es fundamental en el pensamiento de Gwynn y se refleja en sus cuatro principios reconocidos. Estos incluyen la total subordinación de las autoridades militares encargadas del esfuerzo contrainsurgente a las autoridades civiles, la cooperación entre la autoridad civil y militar sin que la primera abandone la acción militar, el uso mínimo necesario de la fuerza y la determinación y prontitud en el empleo del poder militar para evitar que los retrasos sean interpretados como debilidad.[15] Es importante mencionar que, aunque «Imperial Policing» no era una doctrina oficial, el documento de Gwynn proporcionó un análisis detallado sobre varias campañas coloniales británicas, convirtiéndose en una obra influyente en la teoría de la contrainsurgencia.
De acuerdo a French,[16] durante las guerras de descolonización de los años cincuenta y sesenta, el pensamiento británico se enfocó en el concepto de «Brush Fire Wars«. Además, Newsinger[17] sostiene que era evidente que uno de los principales obstáculos de este periodo era la diversidad de los teatros operacionales donde se producían los levantamientos decoloniales, lo que requería una experiencia operativa específica por parte de cada comandante. El segundo reto, en este tipo de guerras contrainsurgentes, era el modelo de administración. La corona británica tenía como objetivo mantener su influencia sobre sus antiguas colonias, por lo que se daba prioridad al mantenimiento de la autoridad civil y a la aplicación de la Common Law británica como pilares del modelo de gestión.[18] Aunque el empleo militar era la opción predominante, el pensamiento contrainsurgente británico durante este periodo se mantuvo fiel a la teoría anterior, buscando la primacía de la autoridad política sobre la militar. Como resultado, se facilitaba la coordinación y cooperación entre las fuerzas británicas desplegadas y las autoridades civiles y policiales locales. El tercer desafío consistía en poder separar adecuadamente a los civiles de la influencia directa de las agrupaciones insurgentes. Este aspecto era de suma importancia, pero no fácil de lograr, por lo que era necesario calcular con precisión el uso de la fuerza militar, asegurándose de que fuera solo la mínima requerida.[19] Por último, la inteligencia desempeñaba un papel esencial y transversal para superar todos los desafíos mencionados, por lo que debía fortalecerse al máximo posible, dotándola de medios de alta calidad tanto humanos como técnicos.[20]
En este periodo, los aportes del brigadier general Sir Robert Thomson, Julian Paget y Frank Kitson son primordiales. Según Thomson,[21] la contrainsurgencia durante la Guerra Fría no solo representa un desafío anticolonial, sino que está fuertemente influenciada por el comunismo soviético y chino. Por lo tanto, es crucial comprender textos orientales y, en algunos casos, el pensamiento de Mao. Además, se debe diseñar un plan de campaña contrainsurgente cuidadosamente elaborado y con una metodología clara, en lugar de llevar a cabo acciones aisladas o descoordinadas. En este sentido, las autoridades locales deben tener un objetivo político definido que les permita aprovechar el marco legal a su favor. Se debe priorizar la derrota de la subversión política sobre la subversión armada. Por último, es necesario definir y asegurar las áreas base de acción insurgente.
Julian Paget,[22] por su parte, distingue tres fases en la guerra contrainsurgente. La primera se caracteriza por una movilización popular, debido a reclamos sociopolíticos del pasado o presente. En esta etapa, queda claro que la gestión de la amenaza insurgente debe ser principalmente política. La segunda ocurre cuando el enemigo supera las capacidades de la autoridad civil. En este punto, Paget sugiere que se declare estado de emergencia para contar con las herramientas necesarias para enfrentar, de manera contundente, el levantamiento. Esto implica utilizar los medios más eficientes y creativos para separar a la insurgencia de la población y pasar a una ofensiva militar. La tercera implica la acción coordinada de todos los recursos militares disponibles. Se busca garantizar la separación entre la población civil y el enemigo insurgente, establecer un mando unificado y utilizar plenamente la inteligencia. Para que estas etapas se desarrollen, se debe asegurar el pleno empleo de una triada compuesta por civiles, policías y militares.[23]
El tercer autor en escena es Frank Kitson, quien propone que cualquier comprensión contrainsurgente debe basarse en un pleno entendimiento de Mao. Según Kitson, la insurgencia se sustenta en tres pilares: el partido, las armas y la población. Por consiguiente, el análisis operacional debe enfocarse en la coordinación del esfuerzo militar y las agencias civiles. De igual manera, destaca la necesidad irrenunciable de controlar eficazmente a la población.[24]
En la década de los 90 y durante la segunda guerra de Irak, se observó un periodo de actualización interesante en la contrainsurgencia británica.[25] Basado en experiencias propias y comparadas con Francia y Estados Unidos (EE. UU.), el mando británico, según Dixon, propuso seis elementos para el planeamiento contrainsurgente. El primero se centra en la dimensión política de la guerra contrainsurgente, enfatizando la necesidad de asegurar la supremacía de lo político sobre cualquier otro factor. El segundo implica establecer una base gubernamental eficiente desde la cual se puedan desarrollar políticas y tomar decisiones para sofocar la insurgencia. El tercero busca fortalecer los procesos de inteligencia y ampliar su alcance a las operaciones de información. El cuarto, siguiendo la tradición, pretende separar al insurgente de su base civil de apoyo. El quinto supone neutralizar la amenaza insurgente mediante el pleno empleo del poder militar. Por último, el sexto elemento, asociado al concepto de estabilidad, comprende la planificación, a largo plazo, de acciones que desincentiven las actividades y la base de apoyo insurgente.[26]
Las lecciones aprendidas de las guerras de Irak llevaron a un nuevo proceso de ajuste al modelo contrainsurgente. Como resultado, los seis elementos anteriores se transformaron en un modelo de siete pasos, el cual introdujo un nuevo elemento y se desagregó otro. Así, se incorporó la fase de conseguir y asegurar el consentimiento de la población civil, lo cual fortalece el enfoque en la comunicación efectiva con las personas. Además, el papel de la inteligencia se separó de las operaciones de información para lograr mayor potencia e integración.
Por último, los modelos contemporáneos británicos para la guerra contrainsurgente se encuentran formalizados, a diferencia de los periodos anteriores, en publicaciones oficiales del Ministerio de Defensa (MINDEF).[27] Esta perspectiva destaca el análisis del enemigo, a partir de cuatro elementos: la ideología, la narrativa, la motivación y los objetivos.
La ideología se perfila como el factor estructural y el punto de partida de la insurgencia. Comprenderla resulta vital para el planeamiento contrainsurgente, ya que indica la cohesión política y psicológica de los insurgentes, así como la capacidad de influir en la población. La fortaleza ideológica tiene un efecto directamente proporcional en la opinión pública y puede incluso afectar la política exterior del Estado amenazado. Si esta es débil o incoherente, la estrategia contrainsurgente puede aprovechar la oportunidad para dividir al enemigo insurgente.[28]
La narrativa es igualmente importante, ya que es el mecanismo para construir una «post verdad» que erosiona la legitimidad institucional requerida por el adversario insurgente. A través de esta, se busca movilizar a la población, culpar al Estado, unificar ideológicamente a la comunidad y lograr su apoyo a la expresión violenta del enemigo.[29]
La motivación se refiere a las condiciones objetivas, como la desigualdad, la pobreza, la falta o precariedad de derechos políticos o el desempleo, que se convierten en el mecanismo para que la narrativa pueda materializarse.[30]
Los objetivos constituyen el último elemento, los cuales suelen tener dos características claras: diseño estratégico para que sean duraderos y tengan el mayor impacto posible en la población, así como la búsqueda de reformas, cambios de gobierno, y resistencia frente a agresiones externas e incluso secesiones territoriales. Con base a esta taxonomía de objetivos, se puede clasificar la insurgencia en movimientos conspiracionales, de énfasis armado rural, urbana o de identidad.[31]
En cuanto al timing, el modelo británico entiende que el adversario insurgente buscará prolongar al máximo la duración de las hostilidades, afectando la voluntad de combate de las fuerzas contrainsurgentes, su legitimidad frente a la población, haciéndolos presa fácil de la propaganda negra y presionándolos para cometer errores operacionales y estratégicos. Sin embargo, alargar demasiado el tiempo de las operaciones también puede jugar en contra de la insurgencia, pues dificultará la sobrecargada función de sostenimiento.
Finalmente, el manual británico propone once principios de contrainsurgencia que recoge buena parte de la experiencia hasta el momento:[32]
– Primacía política
– Desarrollo y promoción de la legitimidad en el Estado hospedero
– Entregar la responsabilidad a las fuerzas locales lo antes posible
– Resguardar a la población
– Comprender a fondo el Ambiente Operacional (AO), especialmente desde el dominio cognitivo
– Aislar y derrotar al adversario en el plano militar
– Operar conforme al derecho internacional y local
– Prepararse para operaciones duraderas y sostenidas
– Aprender y adaptarse
– Buscar unión de esfuerzos
– Flexibilidad y adaptabilidad en el empleo de la fuerza
Modelo Francés de la Contrainsurgencia: Experiencias Disímiles
El modelo francés de contrainsurgencia está fuertemente concentrado y permeado por los planteamientos de Galula.[33] Si bien no es el único referente, el autor recoge tanto experiencias propias como elementos de lucha contrainsurgente de otros países para materializarlos en su libro «Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice«,[34] donde se identifican cuatro leyes esenciales para dirigir una campaña de contrainsurgencia. La primera ley propone, como centro de gravedad estratégico, el apoyo de la población, el cual es vital tanto para el bando insurgente como para el contrainsurgente. La segunda ley define que el logro de este centro de gravedad se da mediante un pequeño grupo que haga las veces de minoría activa o multiplicadora y sirva de catalizador para lograr el apoyo necesario. La tercera ley deja claro que el respaldo de la población civil no es seguro ni permanente, sino que está condicionado a circunstancias y a la evolución, especialmente, de la comprensión de la legitimidad de las instituciones. Por último, la cuarta ley sugiere que es determinante mantener la iniciativa en función de los recursos disponibles para llevarla a cabo.[35] Por otra parte, Trinquier desarrolla en su libro “Modern Warfare: A French View of Counterinsurgency” una perspectiva similar a la trabajada por Galula.[36]
Los autores reconocen un modelo ortodoxo o tradicional para el desarrollo de los movimientos insurgentes, caracterizado -en términos generales- por cinco etapas lineales. La primera consiste en la creación de un partido de masas. Luego, se establece una serie de alianzas, a favor del bando insurgente, mientras se fortalece la base de apoyo. La tercera implica la implementación de una lógica de guerra de guerrillas como parte de una confrontación ideológica, a nivel internacional. En la cuarta, la insurgencia se fortalece aún más, pasando de una guerra de guerrillas a una estrategia de movimientos, basada en un ejército regular, áreas guerrilleras y áreas ocupadas. Finalmente, la quinta involucra una guerra de aniquilación, donde el bando insurgente alcanzó una madurez política y militar, logrando acorralar al bando contrainsurgente, a través de grandes operaciones.[37]
Conforme lo exponen Demelas, Dory y Triniquer,[38] al modelo tradicional se le puede contraponer un modelo abreviado compuesto principalmente por dos etapas de alta intensidad. La primera etapa se caracteriza por la realización de actos de terrorismo indiscriminado, buscando generar un máximo impacto material y propagandístico, sin requerir un gran esfuerzo en términos de personal o infraestructura. La segunda supone una modificación de la táctica terrorista hacia una selectiva, donde los objetivos se centran en socavar la legitimidad del bando contrainsurgente, aislarlo de la población y fomentar una participación masiva de la población en el enfrentamiento directo entre las partes.[39]
En un sentido más amplio, el modelo francés considera que la inteligencia efectiva y enfocada en la inteligencia humana es el factor decisivo para resolver el problema de la maleabilidad de un adversario que es escurridizo, incluso si el bando contrainsurgente define con claridad un área de operaciones. En complemento con la inteligencia, la fuerza y la movilidad deben acompañar al esfuerzo contrainsurgente. En el plano estratégico, este modelo propone que el bando contrainsurgente sature el territorio con guarniciones, de manera que la insurgencia no tenga libertad de acción ni espacios vacíos.[40]
En síntesis, el modelo francés derivado de Galula, complementa las cuatro leyes anunciadas previamente con cinco principios claros de la contrainsurgencia. El primero de ellos es el principio de la economía de fuerzas. Este enfatiza que el esfuerzo contrainsurgente debe tener en cuenta los límites del sostenimiento, específicamente, en una confrontación donde este bando lleva el principal esfuerzo.[41]
El segundo corresponde a la irreversibilidad, lo cual significa que, una vez iniciado el esfuerzo contrainsurgente, debe llevarse a cabo de manera decidida, ya que una pausa operacional prolongada nunca favorecerá al bando contrainsurgente y podría debilitar su legitimidad.[42] El tercero se refiere a la iniciativa, la cual es de suma importancia. Capturar y mantener la iniciativa de combate implica que el bando contrainsurgente prive al bando insurgente de una de sus principales ventajas e incluso se repliegue a zonas aisladas de la población.[43] El cuarto se relaciona directamente con el primero y consiste en el empleo absoluto de los recursos superiores con los que cuenta el bando contrainsurgente. Si bien la economía de fuerzas obliga a mantener prudencia en el empleo de los recursos, este principio destaca la fortaleza de la contrainsurgencia, en términos de producción y recursos superiores a los de la insurgencia, los cuales deben ser utilizados plenamente.[44] El último de los principios corresponde a la simplicidad en el planeamiento conceptual y el planeamiento detallado de las operaciones.[45]
No obstante, estas leyes y principios definidos por Galula y complementados por Trinquier tienen una materialización en las operaciones militares, las cuales deben seguir una serie de pasos claramente definidos. El primero supone un esfuerzo a fondo con unidades móviles y territoriales que, mediante el encapsulamiento y la presión de adentro hacia afuera, llevan a la guerrilla a una zona de bloqueo donde unidades mayores acompañarían el esfuerzo decisivo. Esta etapa implica un protagonismo de las operaciones psicológicas para ganar el apoyo de la población. La segunda etapa sugiere la inserción de unidades especiales y reservas móviles de las unidades territoriales para realizar operaciones en pequeña escala y emboscadas, de manera que el enemigo no logre aprovechar la ventaja tradicional de la guerrilla al tener zonas de descanso.[46] El tercer paso está estrechamente relacionado con el aspecto político y poblacional, donde se restablece la autoridad política, se aísla aún más a la población de la insurgencia y se profundiza en las medidas de inteligencia para neutralizar las redes de apoyo y las actividades políticas de la insurgencia.[47] La cuarta fase consiste en profundizar el anterior para que la inteligencia dé frutos en lo que respecta a la desarticulación funcional de las estructuras políticas de la insurgencia. Esta debe ser lo más detallada posible, identificando claramente la legitimidad en el bando contrainsurgente.[48]
Posteriormente, la convocatoria y celebración de elecciones locales son fundamentales para apuntalar la estructura política oficial y neutralizar la acción política de la insurgencia. Sin embargo, esta fase puede ser difícil si la población aún no está plenamente convencida de que el esfuerzo contrainsurgente puede triunfar o si la insurgencia ha ganado una gran influencia sobre la mente de la población. Por lo tanto, la elección de una política innovadora y respaldada es vital.[49]
En la misma línea, el sexto paso exige que los resultados de las elecciones conduzcan a modelos eficientes de acción política. Solo, de esta manera, el esfuerzo contrainsurgente será sostenible y no habrá riesgo de que vuelva a surgir un remanente de la insurgencia. En caso de fracasar, no solo renacerá la insurgencia, sino que el bando contrainsurgente habrá perdido todo su esfuerzo por vender una idea de legitimidad y el apoyo de la población al enemigo será aún más contundente que al principio.[50] Por otro lado, la séptima etapa, una vez que se haya consolidado militar y políticamente el área, implica la estructuración de una nueva forma de hacer política, renovada y libre de acusaciones provenientes de la insurgencia. Así, se podrá avanzar hacia el momento final que consiste en la completa derrota de los remanentes guerrilleros que estarán aislados de la población, completamente deslegitimados y sin ningún tipo de ventaja o capacidad militar.[51]
Figura 1
Contrainsurgencia Francesa
Modelos | Leyes | Principios | Etapas Operacionales |
Modelo ortodoxo | El apoyo de la población como centro de gravedad estratégico. | Economía de fuerzas | Esfuerzo a fondo con unidades móviles y territoriales que, mediante el encapsulamiento y la presión de adentro hacia afuera, lleven a la guerrilla a una zona de bloqueo frente a unidades mayores. |
La existencia de un pequeño grupo que haga las veces de minoría activa o multiplicadora. | Irreversibilidad | Inserción de unidades especiales y reservas móviles de las unidades territoriales para operaciones en pequeña escala y emboscadas. | |
Modelo abreviado | El respaldo de la población civil no es seguro ni permanente, sino condicionado. | Iniciativa | Restablecimiento de la autoridad política, aislamiento de la población de la insurgencia y énfasis en Inteligencia. |
Es esencial mantener la iniciativa en función de los recursos que se dispongan para llevarla a cabo. | Empleo
absoluto de los recursos superiores. |
Inteligencia de sus frutos para la desarticulación funcional de las estructuras políticas de la insurgencia. | |
Simplicidad en el planeamiento. | Convocatoria y realización de elecciones locales. | ||
El resultado de las elecciones debe llevar a modelos eficientes de acción política. | |||
Nuevas estructuras políticas eficientes. | |||
Derrotar a las últimas guerrillas. |
Fuente: Elaboración propia
Conclusiones
Los conflictos contemporáneos caracterizados por fuerzas insurgentes presentan desafíos significativos en el siglo XXI. Estos enfrentamientos asimétricos involucran oponentes con reclamaciones políticas, ideológicas, locales, históricas o religiosas, lo que los convierte en adversarios altamente irregulares.
Además, la globalización hipermediatizada amplificó su poder al multiplicar su acción social o política. Es importante destacar que no se trata simplemente de enemigos que emplean tácticas de guerrilla, sino de complejas redes de acción armada apoyadas por múltiples actores privados. Estas redes tienen conexiones con organizaciones criminales y poseen capacidades de reclutamiento y configuración de redes de apoyo más allá de lo tradicional, lo que aumenta la posibilidad de recurrir a la acción terrorista.
Por otro lado, las insurgencias con un objetivo político encuentran un efecto multiplicador de fuerza al criticar regímenes ilegítimos, corruptos o poco profesionales que se perpetuaron en el poder o que llegaron mediante mentiras y manipulaciones. La posibilidad de conseguir apoyo popular es significativamente más alta en estos casos. Enfrentar a estos enemigos insurgentes asimétricos representa un desafío considerable.
En cuanto a los modelos de contrainsurgencia, el británico se enfoca en construir legitimidad desde las autoridades establecidas, mientras que el francés aboga por construir legitimidad mediante el acceso de nuevas autoridades al poder. Sin embargo, el factor político y la lucha por la legitimidad siguen siendo fundamentales en las guerras contemporáneas. La adopción de la democracia liberal occidental no siempre garantiza la legitimidad, según diferentes interpretaciones en distintas sociedades.
Desde la perspectiva de las guerras de zona gris, los retos de la contrainsurgencia son aún mayores, debido a los entornos operacionales opacos que facilitan el desarrollo de acciones negables o no atribuibles. Esto crea un escenario ideal para una insurgencia que se beneficia al luchar en las sombras. Esta insurgencia invisible ocupa una posición estratégica para llevar a cabo operaciones de desestabilización y se nutre de operaciones de desinformación, manipulación y propaganda en el ciberespacio.
Asimismo, esta insurgencia se basa en agendas humanistas globales que reinterpretan discursos antiliberales. También se favorecen de la dificultad para determinar sus estructuras, su afiliación con organizaciones de crimen transnacional y sus conexiones con agendas gubernamentales que promueven la guerra encubierta.
Finalmente, el desafío de la contrainsurgencia en el siglo XXI va más allá de los modelos británicos y franceses. En el pasado, era posible geolocalizar al enemigo, pero, en la actualidad, resulta imposible. El campo de batalla se encuentra en el dominio cognitivo, donde se librarán las guerras contrainsurgentes del siglo XXI.
Notas finales:
- Central Intelligence Agency, “Guide to the Analysis of Insurgency” (Washington, DC: Central Intelligence Agency, 2011), https://www.cia.gov/readingroom/docs/CIA-RDP87T01127R000300220005-6.pdf ↑
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- Roger Trinquier, “Le premier bataillon des bérets rouges. Indochine 1947-1949” (Paris: Plon, 1984), https://www.iberlibro.com/firmado/premier-bataillon-b%C3%A9rets-rouges-Indochine-1947-1949/30878109797/bd ↑
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