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Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales

Argentina en el Nuevo Escenario Geopolítico: Compromiso Selectivo, Defensa y Posicionamiento Estratégico

El presente artículo ha sido publicado originalmente en la Revista Seguridad y Poder Terrestre:

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Publicada por el Centro de Estudios Estratégicos del Ejército del Perú.

Este texto fue publicado originalmete en el libro América Latina en la Nueva Geopolítica Global.

“Elegir bien, deberás, mi joven aprendiz”.
Maestro Yoda, Star Wars: El imperio contraataca

Resumen

La creciente competencia existente entre los Estados Unidos y la República Popular China afecta las prospectivas de países que detentan un rol manifiesto en sus respectivas regiones. La dinámica política externa y de defensa en Argentina es un excelente ejemplo de ello, particularmente en torno al Atlántico Sur. Dicho espacio, considerado políticamente tripartito (en tanto océano, Islas Malvinas e islas del Atlántico Sur, y Antártida), demanda la búsqueda de una estrategia coherente de política exterior y de defensa. En este sentido, Argentina deberá afrontar las consecuencias de sus decisiones, las cuales se han venido realizando a partir de una combinación de percepciones y apreciaciones ideológicas, y que pueden condicionar la posición relativa del país en el futuro. El Compromiso Selectivo aparece como una alternativa viable a desarrollar, contemplando las complejidades existentes, donde convergen interacciones competitivas y cooperativas al interior del bloque occidental y potencias revisionistas.

Palabras clave: Argentina, defensa, política exterior, compromiso selectivo.

Introducción: Entre una Roca y un Lugar Indeseado

En el campo de la seguridad internacional, dos características pueden ser consideradas al momento de pensar en el posicionamiento estratégico de un país como Argentina. La primera es la creciente rigidez estructural y la ampliación de los espacios de competencia entre la República Popular China (RPC) y los Estados Unidos (EE. UU.). Esta situación genera la posibilidad de que los países tengan que optar por alguna de los potenciales ejes de alineamiento, tal como lo señala Richard Fontaine en su reciente artículo “El Mito de la Neutralidad”.[1] Aunque la competencia internacional presenta variaciones en intensidad entre distintas regiones, la posición de vulnerabilidad económica, militar y social de la Argentina hace que en su dimensión internacional aparezcan límites evidentes para un observador externo atento y medianamente familiarizado con la dinámica del país, ya que frente a una rigidez estructural puede que quede poco margen para evitar tener que optar.

Una limitación estructural, en sí misma, no necesariamente resulta contraproducente, en tanto obliga a adaptarse, conllevando consecuencias no necesariamente negativas. No obstante, los cambios en la distribución de poder ponen en discusión ajustes tanto en la política de defensa como en la política exterior. La magnitud dependerá —en gran medida— del poder que se disponga para enfrentar los efectos de los cambios, la proximidad a puntos de tensión geopolítica y la proximidad o lejanía que se tenga de la potencia que gravita regionalmente.

Para quienes deben tomar decisiones, las transiciones son momentos complejos en el sistema internacional, en tanto suponen cambios que afectarán de manera relativamente cercana la posición de poder, ya que los ascensos y descensos de los grandes poderes afectan el cálculo estratégico del conjunto de países, perjudicando su estrategia de relaciones externas. Esta situación resulta especialmente demandante para todo líder debido a que involucra tanto el posicionamiento de largo plazo del país como las decisiones de políticas públicas que parten, aunque sea indirectamente, de estimaciones sobre el impacto que generan en la estructura los cambios en la distribución de poder.

La incertidumbre que suele generar el resquebrajamiento del orden existente afecta las percepciones de los decisores de las potencias y los países periféricos, en un contexto que aún presenta rasgos de la etapa anterior, combinándose o generando roces con nuevas interacciones y patrones emergentes. Sin duda, las preferencias y expectativas afectan las percepciones sobre las consecuencias de los cambios en la distribución de poder. En ese contexto, la discusión sobre la transición toma forma, manteniendo un debate abierto en torno a la configuración de la estructura de poder presente y futura, y a las consecuencias que tendría la conformación de un orden bipolar,[2] multipolar,[3] apolar,[4] o la continuación de la actual unipolaridad, pero atenuada, en palabras de Wolforth y Deudney.[5] Aun cuando no se encuentre definida la construcción polar, se sabe, por una parte, que existen decisiones que deben ser tomadas ahora y cuyos impactos se podrán apreciar en un futuro indeterminado, aunque cercano temporalmente, y, por otra parte, que en defensa, las decisiones de equipamiento y de capacidad operacional llevan un tiempo de implementación que dista de ser inmediato.

Argentina, comparativamente con otros momentos de transición internacional, disponía de una posición de prestigio político, estructurado en capacidades de poder tanto latentes como efectivas, entre ellas: (1) un poder militar moderno que se nutría del equipamiento militar y doctrinas provenientes de las potencias europeas; (2) una diplomacia —en especial en el plano del derecho internacional— influyente y reconocida por los grandes poderes de su tiempo, como la Doctrina Drago; (3) una cultura referente para América Latina y para el mundo; y (4) una economía pujante, producto de su proceso de inserción internacional y la internacionalización de su economía, llegando a ser la octava economía del planeta.

Hasta la primera década de la segunda mitad del siglo XX, Argentina disponía de recursos que se transformaban en un peso relativo en los asuntos internacionales, lo cual le permitía absorber ciertos costos de su posicionamiento internacional como la neutralidad en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, o la rivalidad con EE. UU. en las conferencias panamericanas. El liderazgo político podía combinar, de manera funcional, elementos de poder blando y duro que se traducían en un estatus internacional definido y en percepciones compartidas acerca del estatus de la Argentina, época en la que usualmente se hablaba de la existencia de una potencia media y donde países de mayor o menor peso desarrollaban una estrategia hacia la Argentina.

Sin embargo, en la actualidad y producto de un dilatado proceso de declinación, Argentina ha perdido una parte sustancial de dicho sustrato material.[6] Económicamente, el país posee una deuda que alcanza el 85 % de su Producto Bruto Interno (PBI), sin capacidad de pago inmediato y obligada a tener que refinanciarla constantemente, con mercados internacionales cerrados, con dificultades para acumular reservas y con una estructura económica que dista de ser eficientemente explotada. Asimismo, Argentina es dependiente de una relación conflictiva con el Fondo Monetario Internacional, con una China que emerge como prestamista de último recurso, que, si bien no promueve reformas institucionales o económicas, si tiende a traducir esos préstamos en un plano de mayor dependencia. En términos de poder militar relativo, Argentina pasó de la posición número 14 en el año 2001 a la 49 en los últimos años.[7] Sus capacidades militares reales y efectivas para cumplir con su misión principal son deficitarias.[8] Sus Fuerzas Armadas (FF. AA.) son utilizadas para realizar tareas sociales, asistencia a desastres naturales y, en el mejor de los casos, funciones relacionadas con las misiones de paz. Con un presupuesto militar que ronda entre el 0,6 % y el 0,8 % del PBI[9] y formada por sistemas que pueden ser considerados de legado u obsoletos, hoy no representa una fuerza de combate capaz de cumplir con su misión principal, tal como lo destacan diversos reportes que analizan las capacidades militares de los países de forma comparativa.[10]

No obstante, Argentina aún mantiene cierta influencia en materia de poder blando, en función de su relevancia en aquello que Joseph Nye llama cultura popular,[11] que hoy se refleja en temas deportivos y diversas expresiones culturales y artísticas. Socialmente, el país ha venido enfrentando tensiones producto de la frustración que genera la declinación persistente, tal como lo revelan sus indicadores sociales —herencia del gobierno anterior— con un 40 % de pobreza, un 130 % de inflación, una moneda deshilachada y una creciente incertidumbre sobre el futuro del país.

A pesar de su declinación, Argentina todavía presenta algunas ventajas competitivas de interés. Por un lado, su extensión y posición territorial ventajosa en términos de lejanía de los principales espacios de conflicto actuales le da una posición de insularidad que le permite pensar inocularse de los peores efectos de la competencia actual. Por otro lado, dispone de un complejo científico-tecnológico, nicho de excelencia en la producción de satélites, radares y vectores de lanzamiento. Ambas podrían ser consideradas prueba de su peso y relevancia en el mundo. En ese sentido, la discusión sobre la transición resulta de importancia ya que establece potenciales sociedades, alianzas, competidores, junto con el lugar que ocupa el país y la región en torno a qué hacer y qué ofrecer, siendo una región que demanda infraestructura, que tiene problemas de seguridad doméstica de distinta índole y que dispone de recursos para proveer a los actores de la cuarta revolución industrial, encontrándose lejos de las actuales zonas de fractura internacional.

La segunda de estas características es la transformación digital, la cual se encuentra interrelacionada con el cambio en la distribución de poder. La aceleración exponencial de las tecnologías digitales, junto con la magnitud de su impacto, es tal que afecta a todos los sectores de la política doméstica e internacional. En el campo social, las redes sociales constituyen un indicador de la ejecución de políticas de desinformación, incluyendo la posibilidad de ejecutar campañas de influencia o Sharp power[12] por parte de grandes poderes,[13] que pueden afectar la influencia de poderes rivales. Asimismo, en el campo militar, se aprecia el despliegue creciente de inteligencia artificial y robots, como se ve en los campos batalla de Ucrania; mientras que el campo económico se aprecia en la creciente rivalidad de la producción de microchips,[14] donde la característica es la creciente militarización de la interdependencia como consecuencia de este cambio,[15] en un mundo donde se necesita de un mejor conocimiento de los dominios aéreos, marítimos, terrestres y ultraterrestres, además de entender qué supone —en términos de ventajas— trabajar en su integración y la transición a un conocimiento total de todos los dominios, gracias a un mundo crecientemente basado en sensores.

Al respecto, Wale Dalton señala que la presente situación demanda un cambio en la mirada de los decisores, como consecuencia del incremento de las presiones competitivas que el entorno genera. La transición y la transformación desplazan el centro geográfico de poder y la base material de riqueza y seguridad, respectivamente. Por lo tanto, el mundo se encuentra frente a una revolución en perspectiva estratégica que obliga a la actualización de la estrategia a una versión 2.0.[16] A los fines de operacionalizar un escenario, se utilizará la percepción extendida en la región sudamericana —y en Argentina en particular— sobre la acelerada llegada de un orden bipolar basado en redes interdependientes con enlaces comunicantes de distinta densidad y la posibilidad de que dicho orden implique alguna suerte de guerra fría 2.0 que refleje las tensiones crecientes existente a nivel estructural.

Mientras que la transformación implica incertidumbre, la transición es la única que puede aportar alguna certeza necesaria para conducir la acción en el plano de la política exterior y en la defensa. La extendida percepción sobre la constitución de una bipolaridad entre la RPC y EE. UU. ha generado la discusión sobre las opciones de política exterior y de defensa que existen para los países de la región. En Argentina se suele pensar nuevamente —de manera errónea— en una situación triangular, como un vértice más de la relación entre EE. UU. y la RPC, ya que esa mirada binaria no considera el entramado interdependiente y multinodal de la política internacional. En términos generales, la mayor parte de la región ha seguido una fórmula externa basada en una combinación de prudencia y necesidad, donde se hace negocios con todos, pero en el plano de la seguridad internacional se ha mantenido una relación cercana y cooperativa con EE. UU., a partir de un relacionamiento centrado en el Comando Sur estadounidense. Esa fórmula no es una de equidistancia, sino una de compromiso selectivo o, en algunos casos puntuales, de alineamiento.[17]

Sin embargo, tres países (Venezuela, Bolivia y Nicaragua) optaron por seguir una política de oposición a EE. UU., generando diversas relaciones con actores extra regionales, y ordenaron su política de seguridad y defensa involucrando a Rusia, la RPC e Irán. Esto se realizó con distintos grados de intensidad a los efectos de modernizar sus FF. AA., alejándolas del patrón occidental. De esta manera, estos países sirvieron como ámbito para distinto tipo de acciones de esos grandes poderes rivales, para instrumentar su política de cuña[18] en un espacio previamente cerrado, gracias a una implementación sostenida e inteligente de la Doctrina Monroe. Solo Argentina se ha mantenido —en los últimos años— en una situación de ambigüedad, envuelta en una trampa basada en dinámicas domésticas y discursos obsoletos que no le han permitido dar modernidad a su situación estratégica: pensar simplemente en una fórmula de socios de todos, aliados de nadie[19] es extremadamente difícil en el actual contexto político de Argentina.

Argentina tiene una relación comercial amplia tanto con EE. UU. como con la RPC. En el plano militar, Argentina mantiene en su fuerza la mayoría del material militar de EE. UU. y de Europa. Asimismo, las administraciones de Kirchner y Fernández de Kirchner se concentraron en disminuir los vínculos existentes a nivel de defensa y de seguridad con EE. UU., aunque ese esfuerzo encontró sus límites por las capacidades militares occidentales existentes en el país, y por la discontinuidad que planteó la corta administración Macri en este plano. Reciente y previamente a la invasión de Rusia a Ucrania, un atribulado y endeudado presidente argentino, Alberto Fernández, ofrecía a Rusia una especie de alianza, donde Argentina se posicionaba como la puerta de acceso a América Latina.[20] Ese liderazgo político buscó fuentes alternativas para aprovisionarse de equipamiento militar de China, de India y, entre los sectores más radicalizados de la administración, de Rusia, lo cual brindó sus frutos cuando se incorporaron helicópteros pesados MI-17 y cuatro buques de abastecimiento de la clase Neftegaz en la finalización de la administración Fernández de Kirchner, los primeros en un estado de uso limitado.

Usualmente se presentan como acciones de recuperación de soberanía o de intercambio tecnológico, teniendo como denominador común un sesgo antioccidental. En esa misma lógica, se sumó una instalación de uso dual espacial de la RPC en Bajada del Agrio, Neuquén, convirtiéndose en centro de una disputa retórica entre determinados sectores de la elite política de seguridad estadounidense y la administración Fernández en torno a su condición dual, al ser parte de la infraestructura global militar que la RPC está desarrollando. El argumento frecuentemente utilizado para remover dichos componentes de la estructura de defensa es la presencia del Reino Unido en el Atlántico Sur, la ocupación de las Islas Malvinas, la existencia del veto británico sobre el equipamiento que las FF. AA. requieren para poder modernizarlas, y la relación especial existente entre EE. UU. y el Reino Unido.[21] Para un sector nacionalista con influencia en la toma de decisiones esto es inaceptable.

La lectura que lleva a cabo la administración de los asuntos internacionales suele ser binaria en tanto se siguen lógicas asociadas a posicionamientos que se presentan como estratégicas, donde no queda establecido el balance entre el componente ideológico y el pragmático que supone la complejidad del mundo actual. El entrelazamiento entre la globalización y la geopolítica explica la competencia internacional en el presente siglo, producto de una confusión de la idea de globalización con agenda liberal y de la geopolítica con gran estrategia.

Mientras que la primera es acerca de flujos de comunicaciones, comercio, finanzas, ideas y personas, la segunda está ligada al posicionamiento adecuado para asegurar que dichos flujos contribuyan a la preponderancia de las naciones que lo controlan. La globalización expande horizontes y riqueza, mientras que la geopolítica posibilita o bloquea accesos a los espacios que son necesarios para concretar cualquier proyecto de globalización. La política internacional es el resultado del balance entre ambas fuerzas. No hay comercio exterior sin geopolítica y no hay geopolítica si no se tienen organizaciones conscientes de cómo se traducen los intereses nacionales en el mapa de la política internacional y las limitaciones que existen producto de los intereses de otras unidades políticas. La política exterior es la habilidad para maniobrar en un determinado entorno, mientras que la defensa cobra vital relevancia cuando se encuentran involucrados intereses vitales en el plano de la seguridad internacional y la defensa del país.

En ese sentido, en este artículo, inicialmente, se presenta el fundamento del compromiso selectivo como base del relacionamiento geopolítico en el plano de la política exterior y defensa internacional. Posteriormente, se pone en contexto al mismo en un entorno específico: el Atlántico Sur, como ámbito de creciente disputa entre actores y tratado como sistema integrado, haciendo foco en las Islas Malvinas, cuando se debería trabajar como un ámbito con tres dinámicas convergentes que demanda una activa política de vinculación de cuestiones, desplazando el centro de relacionamiento con el entorno a partir de la disputa de Malvinas. Ambas consideraciones permiten pensar —como conclusión— en un posible dispositivo de defensa que sea funcional a los intereses del país, que además permita la recuperación del instrumento militar y sea útil a los intereses de la región y del hemisferio.

El Compromiso Selectivo como Estrategia de Relacionamiento Externo

El compromiso selectivo es una opción de política exterior y de defensa que supone establecer de manera ajustada los intereses nacionales y los recursos que se disponen para cumplirlos, aceptando que, aunque no haya una dicotomía en los llamados intereses vitales (todo aquello que permita la construcción de seguridad y bienestar económico) y los deseables (todo aquello que permita la consecución de valores y un orden internacional más estable), existe un orden de prioridad entre ambos.[22] Este tipo de política tiene utilidad tanto para potencias centrales como para periféricas ya que la ejecución de las acciones políticas demanda cierta humildad en el establecimiento de los objetivos y prudencia en función de las capacidades disponibles en orden a su concreción.

Como estrategia supone la necesidad de evitar los problemas de sobreactuación o desatención que se produce en la formulación de la política exterior, la acción se construye a partir de una serie de indicadores que refuerzan la relación costo beneficio del accionar externo, entre ellas: el establecimiento de las metas básicas, la acción selectiva y temprana, la primacía de la relación interestatal y las consideraciones sobre el uso de la fuerza. Estas premisas obligan a establecer cierta claridad en el accionar y en los objetivos; por lo tanto, esclarecen los intereses nacionales como eje de la acción política para establecer una política que limite al máximo la ambigüedad y envíe señales claras a socios, aliados y detractores.

Si se observan las metas básicas, las mismas deben ser trasladadas a la agenda en la forma más clara y específica posible, evitando políticas de amplio espectro y limitando los espacios de confrontación para ejercer una economía en los medios, así como evitando la diversificación de esfuerzos requeridos para la concreción de estos. La política de compromiso selectivo es aquella que establece objetivos limitados, escalables y eventualmente alcanzables. El sustento es realizar una economía de esfuerzo, lo cual no significa el desarrollo de una política gris o mediocre.

El compromiso selectivo propone dejar en claro a cada actor de la competencia internacional cuáles son las convergencias y las divergencias existentes en el relacionamiento político. Su impacto es el resultado del establecimiento de la agenda y la vinculación de cuestiones, identificando los actores clave, los intereses que se persiguen y las posibles opciones. El compromiso selectivo traslada el peso de la interacción en el país con mayor debilidad relativa, demandando cierta capacidad de anticipación burocrática en la construcción de la agenda, buscando el mayor número posible de resultados positivos y previendo acciones en torno a las agendas de vinculación negativa. Igualmente, implica seleccionar opciones a partir de aquello que el país dispone para ofrecer al mundo, buscando la apertura a terceros Estados, potencias medias o redes que permitan maniobrar una situación de una eventual bipolaridad conflictiva. De esta forma se le establece a cada contraparte las agendas comunes, los límites y los márgenes de maniobra. Asimismo, se eligen los temas de discusión, con una comunicación clara, pero sin cerrar la opción de avanzar en otras cuestiones igual de importantes, aunque no urgentes o coyunturales.

Aquellos planteamientos que inevitablemente surjan de los grandes poderes estarán acotados y serán duros, pero tendrán la ventaja de evitar a ambigüedad. No obstante, se enfrentarán los problemas de la vinculación cruzada, dependiendo de la capacidad de la burocracia y de cómo el contexto doméstico o externo puedan ir contribuyendo a la solución. La lógica supone realizar negocios con todos, pero en el campo de la seguridad internacional —particularmente en la hemisférica— la prioridad se centra en los EE. UU. y Occidente, mientras que en materia de valores el posicionamiento es cercano con las democracias liberales; sin embargo, el objetivo es fortalecerlos al interior más que condenar a actores externos a pesar de lo que demande la potencia hemisférica, cuando se trate de posicionamientos que estén relacionados con otros grandes poderes con los cuales se tiene una amplia agenda comercial.

En esencia, es asegurar el equilibrio político entre hacer demasiado o hacer demasiado poco, encontrando la acción adecuada para la cuestión buscada. El punto de partida es establecer qué resulta conveniente para el Estado, planteando cierto grado de egoísmo en el accionar, comunicando claramente a la contraparte las razones de las decisiones, cuando las mismas suponen divergencias que pueden llevar a una crisis de algún tipo. ¿Qué pasa cuando seguridad y negocios se contraponen como sucede en el campo digital? El compromiso selectivo es claro: segmentar sin excluir y articular espacios, lo cual demandará un grado de sofisticación en todo el proceso de negociación. La seguridad prioriza, pero no anula posibilidades. Esta guía será clave en la agenda vinculada al Atlántico Sur, como caso práctico de compromiso selectivo.

Si se desglosa al compromiso selectivo en sus diversos componentes, la acción temprana supone la anticipación a eventos que pueden ir en detrimento de los intereses vitales, siendo esto clave ya que permite desplegar acciones precautorias antes que tratar de corregir los llamados hechos consumados. En ese contexto, la diplomacia preventiva es central para trabajar este aspecto. Para la Argentina, con diversos temas en su agenda (como pesca en el Atlántico Sur, la Antártida, el Litio o las consecuencias de una guerra en el Pacífico) que pueden afectar severamente al país, se requiere analizar posibles escenarios y cursos de acción.

La globalización y la geopolítica tienen una multiplicidad de actores que van determinando cómo ambas evolucionan. No obstante, la primacía de la relación interestatal implica aceptar que —aun en un mundo interdependiente— hay períodos donde la globalización queda presa de la competencia geopolítica. Si bien se vive en un mundo de descentralización del poder, la guerra en Ucrania demuestra que el poder puede volver a centralizarse, que los actores no estatales alinean sus intereses en tanto les convenga o no dispongan de recursos suficientes para actuar de manera contraria y, finalmente, que la existencia de redes horizontales y verticales obliga al Estado a coordinar múltiples entidades e intereses, así como regular relaciones. El compromiso selectivo demanda al Estado periférico la necesidad de analizar las redes de contactos e intereses de las contrapartes para hacer avanzar el interés nacional, entendiendo las barreras potenciales a su implementación.

Toda política exterior tiene un apartado relacionado con el uso de la fuerza. Si bien el posicionamiento estratégico está determinado por cuestiones tanto domésticas como estructurales, se suele establecer que la condición defensiva es la prioritaria. Por ello, como estrategia de política exterior y defensa, el compromiso selectivo posee las siguientes ventajas:

  • Reconoce las áreas de compatibilidad y aquellas donde existirá oposición a uno u otro actor. En este sentido, las preferencias, necesidades y señales deben ser consistentes ya que la credibilidad de los compromisos asumidos será la moneda de cambio. Por ejemplo, a pesar de que la economía argentina últimamente haya tenido un rostro más Oriental, el mismo no debe ir en detrimento de Occidente y eso no debería traducirse a sus discusiones de seguridad internacional.
  • Traza líneas claras de convergencia y divergencia en base a los intereses del país.
  • Manifiesta los intereses vitales y los deseables, entre ellos: aperturar los mercados para las exportaciones del país, fortalecer la conectividad con el mundo, y modernizar la economía del país a los requerimientos de la cuarta revolución industrial.
  • En materia de defensa, demanda una política realista sobre el Atlántico Sur, en tanto reconoce que el avance unilateral británico (producto de políticas contradictorias e ineficientes) obliga a realizar un esquema de vinculación de cuestiones lo más amplio posible, en un contexto de debilidad. De no tener presente esta premisa, los intereses del país en la Antártida, como espacio vital, se verán severamente afectados en los próximos años. Si se opta por confrontar, será mejor equiparse adecuadamente ya que no hay nada más vano que una amenaza fútil, aunque ello puede generar trastornos con otras agendas. En ese contexto, se trata de mirar la política bilateral con Gran Bretaña, prescindiendo de las pasiones domésticas.
  • Organiza el esquema de defensa en base a dos escalones: uno cooperativo multilateral con los actores vecinos presentes en la región y otro unilateral que faculte pensar la ejecución de opciones de denegación de área, dando un sentido funcional a la política de defensa.
  • Permite poner en pie de igualdad la dimensión económica de la política internacional con la defensa ya que la base del éxito del compromiso selectivo es la coordinación e interacción inteligente en la articulación de intereses de las agencias que conforman el Estado, la dinámica estructural y la comunicación de las acciones tanto en el ámbito exterior como en doméstico, donde las resistencias a determinadas acciones suelen ser inmediatas. El compromiso selectivo ataca los problemas de la situación estructural, teniendo presente la coyuntura.

Pero, ¿cómo se aplica al contexto del Atlántico Sur?

El Compromiso Selectivo en el Escenario del Atlántico Sur: Un Sistema con tres Dinámicas Diferenciadas

Usualmente, se destaca al Atlántico Sur como un océano de vasto valor geopolítico en tanto fuente abundante de recursos alimentarios, energéticos, minerales y biológicos. Como escenario es ideal para testear la dinámica del compromiso selectivo ya que convergen múltiples actores e intereses y, en particular, porque refleja —con menor intensidad— aquello que está sucediendo en todos los océanos del mundo, donde hay negocios y cuestiones relacionadas con la seguridad internacional y regional que se encuentran en juego. Al respecto, el Atlántico Sur históricamente ha sido un nexo entre América del Sur, África y Europa. Su relevancia en materia de conectividad está fuera de cuestionamiento para Argentina, Brasil y Uruguay. El Atlántico Sur es relevante para la política exterior de Brasil en tanto plataforma de conexión y posibilitador de su estrategia hacia África y Asia. No obstante, es un océano que no presenta las tensiones propias de la dinámica competitiva global, aunque tiene sus propias dinámicas de seguridad.

Si bien hay quienes aprecian al Atlántico Sur como un ámbito integrado, lo cierto es que el mismo presenta a su vez tres subsistemas. El primer subsistema es el oceánico o marítimo, el cual involucra aspectos multilaterales y cooperativos con múltiples armadas, pero también aspectos unilaterales en lo que respecta a lo nacional; por ello, como ámbito se encuentra relacionado a las capacidades que el Estado puede destinar para controlar el ámbito marítimo a partir de las capacidades propias. El segundo subsistema es competitivo y conflictivo, ya que concierne al ámbito de las islas Malvinas, donde la dinámica bilateral gobierna la política entre Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña, y donde los vaivenes políticos condicionan la factibilidad de cambiar el actual status quo desfavorable a la Argentina. Finalmente, el tercer subsistema es el Antártico, donde si bien existe una dinámica multilateral, en el sector que reclama Argentina como propio existe una convergencia trilateral con Chile y el Reino Unido; por lo tanto, Argentina tiene que desarrollar una política de defensa consciente de que los cambios en la distribución de poder la afectan de manera efectiva ya que, a pesar de que ese espacio permanece como común gracias al derecho internacional, su destino es incierto.

Desde lo geográfico, en África, el Atlántico Sur se extiende por 7.800 kilómetros, desde Guinea Bissau hasta Ciudad del Cabo, atravesando 16 países africanos. Por su parte, en América del Sur se extiende por 9.000 kilómetros, desde Cabo San Roque en Brasil hasta la Isla de Tierra del Fuego, de los cuales 4.179 kilómetros pertenecen a Brasil, 330 kilómetros a Uruguay y 4.500 kilómetros a la República Argentina. Sin duda, es un océano demandante en materia de capacidades navales para todos los Estados que la conforman y donde las capacidades navales, con excepciones puntuales como Brasil, son limitadas. En sus márgenes proliferan los proyectos en torno a la exploración, explotación petrolífera y desarrollo de minería subacuática. Además, existe un nutrido tendido de cables de comunicaciones en ambas costas junto, con cuatro cables transoceánicos (Ela Link, South Atlantic Link, South Atlantic Cable System y Equiano)[23] que hoy son considerados infraestructura crítica, siendo la columna vertebral de los sistemas económicos actuales.

Asimismo, en ambas márgenes existen problemas de seguridad con actividades vinculadas a los narcóticos, tráfico de vida silvestre y, en menor medida, humano, la piratería y las posibles amenazas a la infraestructura económica offshore. Adicionalmente, existe un creciente esfuerzo para efectuar un control efectivo de los derechos soberanos sobre sus aguas, garantizando la libertad de navegación y el establecimiento de la ley y el orden en el ámbito marítimo, junto con la protección de los recursos marítimos. En ese contexto, se vienen elaborando diversas estrategias como la de Amazonas Azul en el caso de Brasil, o Pampa Azul en el caso de Argentina. Dichos procesos se realizan mediante un bajo grado de militarización en tanto funciona la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur (ZPCAS), presentándose el accionar como parte del compromiso de los países que integran el sistema Atlántico Sur, como parte de su contribución al orden y seguridad internacional.

En el Atlántico Sur, los países de mayor relevancia, en términos de PBI per cápita, son Argentina, Brasil, Sudáfrica, Gabón y Uruguay, mientras que en términos poblacionales son Brasil, Argentina, Sudáfrica, República Democrática del Congo y Angola. Este espacio marítimo, por una parte, es considerado una línea de comunicación naval importante y contribuyente a los intereses de diversos países que están en un rápido proceso de desarrollo. Por otra parte, es una plataforma de desarrollo de cooperación internacional en tanto las presiones que se ciñen sobre sus aguas son de menor intensidad que en otros océanos o mares del mundo.

En cuanto a la riqueza biológica y económica, en el Atlántico Sur existe una serie de archipiélagos de diferente tamaño e importancia que forman parte del sistema de proyección sur del Reino Unido de Gran Bretaña. Entre ellos están las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, los cuales fueron escenario de una guerra extrarregional entre Argentina y el Reino Unido en el año 1982 y que hoy son parte de una disputa en el plano diplomático, y a los cuales se les reconoce el valor estratégico por su proyección antártica. En términos geoestratégicos, debido a la separación entre ambos continentes, se considera la existencia de dos sistemas conectados, aunque diferenciados, existiendo una región oceánica y otra antártica. El acceso a este espacio marítimo solo puede realizarse mediante el Atlántico Norte, el Océano Indico y el Pacifico Sur.[24]

El Atlántico Sur tiene múltiples zonas de pesca establecidas por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), conocidas como las zonas 41, 47 y 48, donde se registra una intensa actividad pesquera que enfrenta el problema recurrente en torno a la capacidad limitada de control que ejercen los Estados costeros sobre las flotas pesqueras foráneas, las cuales utilizan técnicas y tecnologías que no siempre dan cuenta de la protección ambiental. Esta situación del control pesquero se suma al del diferendo territorial entre el Reino Unido de Gran Bretaña y la República Argentina por la soberanía en las Islas Malvinas, situación que termina afectando el uso de los recursos tanto alimentarios como energéticos y minerales en ese espacio, además de afectar las comunicaciones físicas entre las Islas y el continente.

En términos de pesca en el Atlántico Sudeste, esta actividad ha disminuido de 3,3 millones de toneladas a principios de los años 70 para estabilizarse en 1,3 millones de toneladas en esta última década, obligando a mejorar las regulaciones en torno a este ámbito para evitar la depredación y recuperar los stocks de pesca. Por el lado del Atlántico Sudoccidental, la pesca se mantiene estable, fluctuando entre 1,7 y 2,6 millones de toneladas, aunque existen especies como el calamar que se encuentra sobreexplotado.[25] La pesca se ha convertido en un tema contencioso en particular desde que se hizo pública la estrategia de EE. UU. conocida como Pesca Ilegal, No Regulada y No Reportada (IUU Fishing), que conllevó el despliegue de distintas unidades de la Guardia Costera estadounidense en la aguas del Atlántico Sur y una serie de ejercicios con las Armadas y las prefecturas de la región, al igual que una cooperación naval que contempla la provisión de lanchas de patrullaje que pertenecían a esa organización destinadas a la Armada de Uruguay.

En el Atlántico Sur se asienta una de las armadas más poderosas existentes a nivel regional como es Brasil, y otra nominalmente fuerte como es Argentina. La Armada de Brasil cuenta con 85.000 efectivos, 5 submarinos, 7 fragatas, 44 buques de patrullaje costero, 3 buques de desminado, 4 buques anfibios, y 43 buques logísticos diversos. Además, esta Armada tiene en proceso el desarrollo de un submarino de propulsión nuclear (SSN) que se espera este operativo en el año 2027, otorgándole una capacidad de patrullaje de largo alcance a la armada de ese país, superior a la de cualquier país del ámbito regional. La Armada de Brasil realiza principalmente despliegues operacionales en el Atlántico Sur, pero su voluntad de ser parte de un orden marítimo integrado lo lleva a cooperar en la protección de las líneas de comunicación naval occidentales en el Mediterráneo y en el Índico, tanto en el golfo de Adén como en el Mar Rojo, como parte de las Fuerzas Marítimas Combinadas.[26] Siendo su área de responsabilidad el Atlántico Sur, sus capacidades y despliegue demuestran su voluntad de actuar con aquello que considera aliados occidentales en la protección de las líneas globales que conectan con las del Atlántico Sur.

Por su parte, Argentina dispone de una Armada con 16.400 efectivos, 5 destructores, 24 buques de patrulla y defensa costera, 16 buques logísticos y 1 submarino con estado operacional incierto. Asimismo, Sudáfrica presenta una configuración naval más exigente ya que tiene responsabilidades no solo en el Atlántico Sur, sino también en uno de los océanos más demandante desde el punto de vista de la geopolítica global como es el Índico. Para ello, la Armada de Sudáfrica cuenta con 2 submarinos, 4 fragatas, 4 buques patrulleros, 3 buques para actividades de desminado y 2 buques logísticos. Igualmente, Nigeria dispone de una Armada con 25.000 efectivos, 1 fragata, 122 buques de patrulla (mayormente de defensa costera), 2 buques de desminado, 4 buques anfibios y 2 buques logísticos. Adicionalmente, no puede dejar de considerarse que el Reino Unido dispone en las Islas Malvinas de una fuerza minúscula establecida, que se compone de un patrullero, una unidad de línea mayor (que puede ser una fragata o un destructor rotativo), algún despliegue submarino ocasional (que puede devenir en frecuente), un buque logístico y un buque antártico, que forma parte de la patrulla del Atlántico Sur que realiza dicho país.[27] En ese sentido, el núcleo de responsabilidades recae en Brasil, en tanto dispone de amplios medios navales, manteniendo una economía y una política exterior con aspiraciones globales y siendo el actor donde convergen una serie de iniciativas globales impulsadas por EE. UU. e Inglaterra.

Esta breve presentación del entorno del Atlántico Sur nos recuerda que la geografía se encuentra intrínsecamente relacionada con la política exterior y de defensa de un país, tal como lo señala Nicholas Spykman en su trabajo “Geografía y Política Exterior” (I y II).[28] Al respecto, este autor pone de manifiesto la existencia de tres distancias que deben ser consideradas al momento de entender la ejecución y prioridades de un país en su plano externo: la distancia geográfica, la topológica y la ideacional. Cada una de ellas implica justamente cercanía o lejanía y entre ellas se encuentran relacionadas. En definitiva, la geografía afecta el cálculo de la política exterior y la de defensa.

La Argentina tiene una virtud geográfica en el contexto internacional actual ya que se encuentra lejos de los puntos de quiebre geopolíticos actuales (Europa Oriental y el mar de la China), pero no está exenta de actividades realizadas en el Atlántico Sur, ya sea en términos de comercio, inversión extranjera directa, aparición de infraestructura dual, en el marco de una competencia global que se agudiza. Tanto en términos de distancia geográfica como topológica, Argentina se encuentra cerca de EE. UU. y alejada de la RPC, la cual —además— no tiene la capacidad de venir en auxilio o apoyo de los objetivos del país en caso de un conflicto, ya que al menos —en el futuro próximo— no dispone de medios para romper militarmente el cerco que le impone EE. UU. y sus aliados en el Indo-Pacífico.

En términos de distancia, la situación puede discutirse, pero considerando como criterio el ordenamiento político constitucional de la Argentina, bien puede argumentarse que este país tiene un mayor acercamiento con Occidente en la figura de EE. UU., mientras que el desconocimiento relativo sobre la cultura, política y sociedad de la RPC no actúa como barrera, por el contrario, genera una curiosidad que provoca una aspiración a mayor conocimiento sobre dicho país. Esta breve observación sobre cómo afectan las distancias a la política exterior, nos recuerda el peso que tiene el factor de la proximidad en materia de influencia que eventualmente será ejercida en una determinada área, aunque a la cuestión de la cercanía, hay que agregarle la capacidad efectiva de poder afectar dicha área.

Argentina es un actor clave en el Atlántico Sur, donde sus intereses se extienden desde el paralelo 36 hasta la Antártida, viéndose afectada por aquello que sucede en este entorno. Casi de manera unánime se piensa que el Atlántico Sur es un sistema integrado, donde las acciones y los efectos no pueden diferenciarse y donde el tratamiento de ese ámbito de relacionamiento geográfico debe ser uniforme. Esa aproximación tiene un centro de gravedad en la cuestión en torno a las Islas Malvinas y del Atlántico Sur. La mezcla del sentir nacionalista y del simplismo geopolítico tiende a trabajar con este entorno a partir de la idea de incompatibilidad de intereses hemisféricos (en especial con el Reino Unido y por carácter transitivo, si se quiere, con EE. UU.) y cierto sentido de solidaridad cooperativa con los países de la región que forman parte del sistema amplio que es el Atlántico Sur, como lo son Uruguay, Brasil y Paraguay, que en materia de conocimiento del entorno marítimo formaron el Área Marítima Atlántico Sur (AMAS), que a su vez tiene convenios operacionales con Chile, Sudáfrica y España, a los efectos de ganar un mayor entendimiento del entorno marítimo.

En este sentido, el Atlántico Sur sirve para poder ver como implementar una estrategia de compromiso selectivo de manera funcional con los intereses nacionales del país. La Directiva de Política de Defensa Nacional (DPDN) de Argentina, promulgada por el Decreto 457/2021 en Julio de 2021, establece que la defensa —como política pública— es autónoma, su misión principal es disuadir, conjurar o repeler agresiones de origen estatal, colaborando con las Fuerzas de Seguridad y con el interés de la política exterior del país como proveedor de seguridad regional e internacional mediante su participación en misiones de paz, fijando las siguientes prioridades operacionales. Primero, el Océano Atlántico Sur, el Espacio Antártico Argentino y la Patagonia, fijando el énfasis en la integración de las fuerzas para poder cumplir con lo establecido. Reconoce que por la ocupación ilegal de las Islas Malvinas hay que tomar recaudos en la planificación y disposición de capacidades en torno a este diferendo. Luego, suma la defensa de los recursos naturales señalando una lista no exhaustiva de aquellas cuestiones que se consideran de relevancia y estableciendo un Sistema Nacional de Vigilancia y Control Aeroespacial (SINVICA) que ayudaría a crear algo cercano al conocimiento de los dominios de interés.

Desde el punto de vista de la acción externa, la prioridad se encuentra en el sistema Atlántico Sur, donde convergen tres dinámicas. La primera dinámica es el espacio oceánico donde Argentina detenta soberanía y, por lo tanto, puede actuar unilateralmente en tanto espacio vital, y como espacio amplio (más allá de la milla 200, más los derechos de plataforma continental establecidos por la ONU) debe ser considerado multilateral con dos escalones, uno regional y otro hemisférico/extrarregional. En ese ámbito prima la relación con la región, tanto Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur (ZPCAS), la cual enfrenta un reverdecer producto de una conciencia marítima mayor por parte de los actores atlánticos.

En este sentido, también se suma el Foro Trilateral India-Brasil-Sudáfrica (IBSA), conocido como la trinidad del sur, creado para promover el diálogo entre los tres países de mayor peso en el Océano Atlántico y el Índico por su conexión marítima, formando parte por un esfuerzo regional por proteger la globalización de manera funcional. El IBSA tiene un sentido de proyección naval a los efectos de mantener la ley y el orden en el mar, así como proteger los recursos marítimos, verificando las rutas de los navíos pesqueros y los flujos del comercio que pasan por ambos océanos que derivan luego en dos líneas de comunicación secundarias, una hacia el norte y otra hacia el sur de Sudamérica. Para ello, se lleva a cabo anualmente el ejercicio naval IBSAMAR, en Sudáfrica, a los efectos de darle vitalidad geopolítica a los compromisos de la globalización, siguiendo la premisa de la libertad de navegación.

La dimensión extrarregional aparece en el horizonte con la nueva iniciativa que unifica en términos políticos al Atlántico Norte con el Sur presentada por Anthony Blinken en septiembre del 2022, estableciendo de esta forma una política integral al Atlántico, involucrando a África y haciendo participe a potencias extranjeras como Francia, Holanda y el Reino Unido de Gran Bretaña frente a China, Rusia e Irán, así como una presencia Atlántica creciente y cada vez más activa. Esta iniciativa busca contrarrestar la presencia de la RPC en Infraestructura critica marítima como puertos, cables y conectividad terrestre con los puertos, y aunque se señala que la misma no tiene un componente militar, eventualmente pueden ir desarrollando un capítulo vinculado con la seguridad. No obstante, quienes lideran el proceso de trabajo transatlántico y transcontinental son los Ministerios de Relaciones Exteriores de los países miembros, por lo tanto, no disputaría competencias con la preexistente ZPCAS.

La segunda dinámica es bilateral y está signada por la disputa por las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. El Reino Unido ejerce una política de Anti-Acceso/Denegación de Área (A2/AD, por sus siglas en inglés) con un dispositivo militar mínimo, apoyado por la infraestructura existente en las islas de Ascensión y Santa Helena y una zona de exclusión que no tiene justificativo alguno en el Siglo XXI. Este es un punto de tensión que limita y genera contradicciones en la política de defensa del país y su cooperación con Occidente.

La tercera dinámica es la Antártida, donde hay reclamos superpuestos, pero que por la vigencia del tratado Antártico debe ser abordada simultáneamente desde un enfoque multilateral y, eventualmente, como una cuestión trilateral, reconociendo la excelente relación existente entre Gran Bretaña y Chile, con las tensiones que ello supone, quedando la unilateral en reserva en caso de que se vean afectados de manera efectiva los intereses del país.

El sistema Atlántico Sur se encuentra estrechamente conectado con la Patagonia sujeta a la soberanía del país y donde las preocupaciones se encuentran en la potencial desintegración pasiva de su territorio, producto de fuerzas irregulares o insurgentes que operan en él, y en la protección de los recursos energéticos del área de Vaca Muerta frente a potenciales disrupciones en las operaciones por acciones de grupos armados no estatales o por una acción militar directa de un actor estatal. En el norte del país existen desafíos de igual magnitud, pero entran en la frontera de las amenazas hibridas donde, por el momento, las FF. AA. detentan un rol secundario, aun cuando ya ejercen una tarea encomiable para fortalecer las vulnerabilidades existentes.

Si se considera el sistema Atlántico Sur en su dimensión oceánica, la Armada y la Fuerza Aérea representan el componente de defensa adelantado que se necesita para evitar la penetración en territorio argentino, mientras que el Ejército representa la retaguardia de la defensa, la cual operaría cuando el escudo aéreo y naval hubiera fracasado. Asimismo, si se contempla a Malvinas y la Antártida, la Armada y la Fuerza Aérea Argentina continúan siendo prioritarias ya que son los posibilitadores de las acciones que el Ejército pueda conducir en dicha área, por ejemplo, con una estrategia convencional de objetivos limitados. Esta situación se invertiría solo si se considerara algún tipo de invasión terrestre al territorio continental, en la cual el Ejército y la Fuerza Aérea Argentina pasarían a ser defensa adelantada y la Armada un actor de apoyo a ambos componentes y, eventualmente, una barrera para evitar que abran un frente que obligue a dividir fuerzas. Para ello, la DPDN debería explicitar alguna rivalidad territorial con los países vecinos, la cual se deja expresamente afuera ya que el gran capital político que se le reconoce al espacio latinoamericano es representar una zona de paz.

Lo descrito permite pensar algunas opciones para la A2/AD. Una de estas opciones involucra una articulación decidida con Occidente, en la cual, aún con el diferendo de Malvinas abierto, se articulen los intereses de Argentina con los de EE. UU. y de Gran Bretaña, comenzando un accionar de reciprocidad y garantías de seguridad mutua que van desde el equipamiento común, el entrenamiento, el incremento de intercambios de oficiales y la terminación de la zona de exclusión británica existente. Esto congelaría la dinámica negativa existente y permitiría pensar a la Antártida en función de la misma articulación cooperativa y no competitiva. En lo regional, ayudaría a trabajar en el monitoreo conjunto e integrado de las actividades de actores que depredan los recursos en aguas del Atlántico Sur, incluyendo la pertenencia restringida a la red de inteligencia occidental, haciendo converger la política de Argentina con la de Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Paraguay y Colombia.

Sin embargo, resulta necesario reasegurar que Argentina se cubra de una acción unilateral futura por parte del Reino Unido o de Chile sobre los intereses antárticos argentinos. Por lo tanto, se requiere el desarrollo capacidades que permita no solo bloquear efectivamente e incrementar el riesgo operacional a actores externos en un triángulo formado entre la Antártida, Malvinas y la Isla de Tierra del Fuego, sino también proteger a una fuerza de desembarco que resguarde los intereses continentales antárticos del país, frente a un evento de tensión en el continente blanco a partir del año 2040, ya sea para apoyar la defensa de los intereses de los tres países que tienen reclamaciones antárticas o para apoyar negociaciones de soberanía y, eventualmente, contrarrestar la acción unilateral de algún actor contra los intereses argentinos.

Otra de estas opciones implica poner en el centro la rivalidad Argentino-Británica en torno a las Islas Malvinas, aceptando que se trasladará inevitablemente al contexto antártico. Hacerlo de manera seria implica cambiar el sistema de alianza hacia China o Rusia, destinando recursos para efectivamente presionar al contingente británico en Malvinas, proyectando una acción militar que bien debería involucrar a la Isla de Santa Helena ya que el dispositivo de defensa y proyección incluye instalaciones duales en esa isla, al igual que en Ascensión. Sin embargo, se debe considerar que el Reino Unido representa el tercer gasto militar del planeta con 71 mil millones de dólares y un despliegue global limitado. Además, ello supondría una ruptura con el equipamiento occidental de base que hoy forma parte de las capacidades de defensa argentina, así que durante la transición la posición de Argentina sería peor que la del punto de inicio y no estaría asegurado que dicha transición se concrete. A nivel regional, esta opción tendría consecuencia con sus vecinos ya que haría más difícil la interoperabilidad y haría converger, por necesidad, con países como Bolivia y Venezuela.

Asimismo, deberían destinarse ingentes recursos —del orden de los 3 a los 4 puntos del PBI— en un tiempo relativamente breve debido a que la reacción del Reino Unido, en primer lugar, y de EE. UU., en segundo, sería inmediata a los efectos que esa alteración del status quo logre efectivamente amenazar los intereses de ambos países. Esta situación, aunque atractiva para un núcleo minoritario y bullicioso del ecosistema de defensa argentino, pareciera impracticable desde el punto de vista político, ya que aleja a Argentina de la premisa de equipamiento que tradicionalmente ha manejado el poder político hacia las FF. AA. (bueno, bonito, barato y con planes de financiación) y no reconoce la dependencia amplia que Argentina tiene de Occidente en otros planos, en particular el económico.

Esta realidad obliga a considerar un esquema pragmático en materia de defensa que se ajusta a las premisas del compromiso selectivo. Las alternativas dejan a la Argentina en una situación de vulnerabilidad política, no por desairar a uno u otro contendiente en la dinámica bipolar en la que pareceríamos entrar, sino por empeorar las condiciones preexistentes en el Atlántico Sur. Esta situación abre una disputa en el plano regional, lo cual acrecentaría la percepción generalizada de una grieta mayor en la llamada Doctrina Monroe, donde se ejecutan las llamadas políticas de cuña, como se ven ya en Venezuela, en Nicaragua y, más recientemente, en Bolivia, a lo cual podría sumarse Argentina si optara por seguir una política que puede ser considerada imprudente en tanto su posición de poder disminuida en el sistema internacional, con consecuencias inmediatas sobre su sistema de defensa y de largo plazo para su posición en el ámbito regional.

Conclusiones: El Compromiso Selectivo y el Futuro del Atlántico Sur

Argentina se encuentra entre la espada y la pared. Tener que elegir es una situación que, en un contexto de transición, se vuelve compleja para cualquier decisor, más cuando se encuentra en una posición de vulnerabilidad, quedando expuesto a las presiones para satisfacer demandas de los grandes poderes que están abocados en sus propias dinámicas competitivas.

En el plano doméstico, no ha existido una clara convergencia entre los diversos sectores que permitan armar una estrategia coherente y de largo plazo frente a cómo maniobrar la transición. En el mejor de los casos, los sectores que tienen incidencia han acordado en un eslogan que resulta vacío de contenido: “tener una relación equilibrada entre las partes, priorizando los intereses del país.” Sin embargo, cuando hay que llenar de sustancia dicho eslogan, ahí se acaban los acuerdos y emergen las frustraciones políticas, llevando —en una situación de inestabilidad política— a que políticas que están directamente vinculadas a la relación con los grandes poderes de turno no perduren más allá de una administración. Si se observan las posiciones existentes en redes sociales entre facciones que suelen no tener impacto en la política pública, pero sí en la discusión pública, o si —por un momento— se considerasen los argumentos facciosos que en ella se destila, se identificaría que nos encontramos en el medio de una guerra de cipayos,[29] donde las facciones se acusan de ver quien es más servil a una u otra potencia. Esa pérdida de tiempo y energía solo sirve para mantener un status quo que es negativo para la política pública de defensa y exterior.

Aquellas políticas que perduran están directamente relacionadas con las condiciones estructurales preexistentes, en particular con EE. UU., quien, con sus propios vaivenes, ha consolidado políticas en el plano de la defensa y la seguridad internacional, dando cierto privilegio a la dimensión bilateral. La RPC comienza a hacer lo mismo no en el campo de la defensa y la seguridad, aunque ha intentado —sin éxito hasta el momento— ganar una mayor influencia en este plano, pero si en el campo de la infraestructura vinculada al desarrollo, a cuestiones financieras, y más recientemente a cuestiones duales como la estación espacial en Bajada del Agrio, Neuquén, la cual, pese a ser presentada como una instalación civil, existe cada vez más evidencia de su entrelazamiento con el complejo militar de ese país. En simultáneo, la RPC ha intentado avanzar en la construcción de un puerto en la ciudad de Ushuaia que también ha despertado la atención del Comando Sur de EE. UU. y —a diferencia de la situación anterior— ha sido más cuestionado por los representantes y por parte de un sector informado que se dedica a la política exterior y de defensa. La RPC aparece en el horizonte como una nación solidaria, gracias al mito creciente y difuso conocido como Sur Global que crea una percepción de destino común y de no alineamiento, cuando en realidad supone aceptar de manera incuestionable el liderazgo de Beijing.

Como se ha evidenciado, el Atlántico Sur permite una oportunidad para ejercitar el compromiso selectivo en base a una agenda cooperativa, que supone trabajar en el control del stock de pesca, el uso adecuado de los recursos marítimos, la habilitación correspondiente de licencias de pesca, el control cooperativo y no excluyente del océano y el desarrollo de medidas de confianza mutua que permitan trabajar de forma coordinada las acciones en contra de aquellos actores que desean utilizar el ámbito marítimo para generar acciones de depredación o eventualmente como plataforma para llevar a cabo acciones de espionaje que lesionen el entorno de seguridad existente.

Adicionalmente, permite pensar opciones de defensa unilateral claras, estableciendo cuáles son las prioridades estratégicas del país y qué tipo de acción debería llevarse a cabo para responder a potenciales desafíos futuros que involucren los pasos oceánicos, la Antártida y darle funcionalidad al reclamo territorial existente sobre las Islas Malvinas. En este sentido, se debe seguir trabajando con Occidente a fin de mejorar la confianza, desambiguar la política, y evitar que los avances unilaterales del Reino Unido sobre intereses específicos del país se vean legitimados por una política de involucramiento de la RPC en el entorno regional, la cual —hasta el momento— se ha probado defectuosa, ya que su mayor componente se encuentra en la voluntad de un liderazgo nacionalista.

La estabilidad regional depende de la capacidad que tenga Argentina para no quedar atrapada de un juego ideológico que puede dañar sus intereses permanentes y puede poner en juego el futuro de su rol en el océano y en la Antártida. La prudencia política y una articulación inteligente de sus intereses con un contexto internacional que se presenta cada vez más complejo para países vulnerables le permitirá a Argentina salir adelanta de cualquier situación. La capacidad para manejar los riesgos será clave para su liderazgo, entendiendo que sus decisiones actuales tendrán —en el plano internacional— un impacto más inmediato de lo que usualmente se suele considerar. Elegir sabiamente con quién y qué, constituirá el eje de la cuestión, siendo esa la función del Compromiso Selectivo.

Notas finales

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  10. Battaleme, Juan E. «Modernising the Argentinean Air Force: The F-16/JF-17 Conundrum». Royal United Services Institute, 3 de agosto de 2023. https://www.rusi.org/explore-our-research/publications/commentary/modernising-argentinean-air-force-f-16jf-17-conundrum
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  12. Wohlforth, William C. «A Measure Short of War». Foreign Affairs, 2 de mayo de 2021. https://www.foreignaffairs.com/articles/world/2021-06-22/measure-short-war
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  14. Miller, Chris. Chip War. 1st ed. New York: Simon & Schuster, 2022.
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  17. Battaleme, Juan E. «¿Atrapados Sin Salida? El Compromiso Selectivo Como Alternativa de política Exterior Para Un país periférico». Revista Política Austral, 2022. Vol. 1 (1): 33-52. https://doi.org/10.26422/RPA.2022.0101.bat.
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  20. Télam. «Fernández le planteó a Putin que la Argentina sea la ‘puerta de entrada’ de Rusia en la región». YouTube, 2022. https://www.youtube.com/watch?v=jJOYnVtFWX8.
  21. Ocon, Lucas y Daniel, Benjamin. «Geopolítica y Veto Británico». Perfil, n.º 1568, 12: 2022.
  22. Art, Robert J. «Geopolitics Updated: The Strategy of Selective Engagement». International Security. Vol. 23, n.º 3, 1998: 79–113. DOI: https://doi.org/10.2307/2539339.
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  28. Spykman, Nicholas J. “Geography and Foreign Policy, II”. The American Political Science Review 1938. Vol. 32, n.° 2: 213–36. DOI: https://doi.org/10.2307/1948667.
  29. Soldado nativo de la India que, en los siglos XVIII y XIX, cumplía funciones para Gran Bretaña, Portugal y Francia. Por extensión, se comenzó a emplear este término para nombrar a un individuo que, por razones ideológicas o a cambio de dinero, defiende intereses foráneos o ajenos; es decir, una especie de mercenario.

 

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