Este texto fue publicado originalmete en el libro América Latina en la Nueva Geopolítica Global.
Resumen
Durante los pasados años, Rusia ha desarrollado una estrategia sistemática para acrecentar su influencia en América Latina sobre la base de cuatro líneas de acción: una intensa actividad diplomática, una amplia campaña de desinformación, un esfuerzo para expandir su presencia militar y una serie de proyectos económicos centrados en los sectores de energía y minería. Pese a contar con recursos limitados y haber cosechado fracasos importantes, Moscú ha establecido una red de Estados satélites que incluye Cuba, Nicaragua y Venezuela, dislocado el statu quo regional y desarrollado una interlocución privilegiada con México y Brasil. De cara al futuro próximo, Moscú promete continuar promoviendo el autoritarismo y transformando a América Latina en un espacio hostil para Estados Unidos y la Unión Europea. Frente a esta perspectiva, Washington y sus aliados europeos necesitan una estrategia para responder a la amenaza del Kremlin en el hemisferio.
Palabras clave: Rusia, América Latina, Nicaragua, Venezuela, estrategia, diplomacia, desinformación, defensa, inversión, comercio.
Introducción
En abril de 2023, pocas semanas después de que se cumpliera el primer aniversario de la guerra de agresión lanzada por el régimen de Vladimir Putin contra Ucrania, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, realizó una gira por América Latina que le llevó a visitar Cuba, Nicaragua, Venezuela y Brasil. Como parte de la campaña de propaganda que acompañó su visita, el jefe de la diplomacia del Kremlin publicó un artículo en el que subrayó que las relaciones del Kremlin con muchos países de la región “se basaban en asociaciones estratégicas” y manifestó la voluntad de su gobierno de “fortalecer la cooperación ruso-latinoamericana sobre la base del apoyo mutuo, la solidaridad y la consideración por los intereses del otro”.[1]
Lo cierto es que una mirada superficial al volumen de las relaciones de Rusia con América Latina podría animar a considerar las palabras de Lavrov como otra muestra más de la inclinación del Kremlin a la grandilocuencia. Las relaciones económicas rusas con la región tienen un escaso volumen. De hecho, las exportaciones de Moscú a América Latina alcanzaron un valor de 12,8 billones de dólares en el año 2021.[2] Por comparación, Moscú vendió 28,3 billones de dólares a Alemania y 74,3 billones de dólares a la República Popular China (RPC) en ese mismo año. Tampoco las relaciones humanas justifican las hipérboles del Kremlin. De acuerdo con datos de la UNESCO, Rusia albergaba 1.738 estudiantes latinoamericanos en el año 2019 (el último dato disponible). Ese mismo año, la cifra era de 15.406 en Francia y 20.004 en Australia.[3]
Con estos niveles de intercambio, la pregunta es si América Latina importa al Kremlin y, en tal caso, por qué. La primera cuestión parece contestada a la vista de la atención prestada por la diplomacia rusa a la región. Desde el año 2014, tanto Vladimir Putin como Sergei Lavrov han realizado una serie de giras por la región con especial atención a países con los que Rusia mantiene una relación histórica enraizada en los tiempos de la Unión Soviética (Cuba, Nicaragua); pero también a otros Estados considerados de especial valor estratégico por el Kremlin. Tal fue el caso de las visitas a Brasil de Putin en los años 2014 y 2019 y Lavrov en 2023 o del viaje de este a México en 2020.
Paralelamente a estas giras diplomáticas más visibles, Moscú ha desarrollado unos abundantes contactos protagonizados por figuras claves del régimen. Este fue el caso del viaje del jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas rusas, General Valery Gerasimov, a Nicaragua en el año 2013,[4] la visita del ministro de Defensa, Sergei Shoigu, a Cuba, Venezuela y Nicaragua en 2016[5] y más recientemente las reuniones del entonces secretario del Consejo de Seguridad Nacional de la Federación Rusa, Nicolai Patrushev, y del presidente del gigante petrolero Rosneft, Igor Sechin, a Cuba y Venezuela en 2023.[6]
Los Fundamentos de la Estrategia Rusa hacia América Latina
Esta actividad diplomática subraya la importancia estratégica otorgada por el Kremlin a la región; pese a los limitados intercambios humanos y económicos. En realidad, la apuesta rusa por hacerse presente en América Latina no es nueva. Los primeros intentos de poner un pie en el continente americano datan del siglo XVIII y llegarían a intensificarse tras la Revolución Bolchevique, cuando el Comintern vio la región como terreno fértil para extender el modelo comunista. No obstante, fue a partir del comienzo de la Guerra Fría, tras identificar a Estados Unidos (EE. UU.) como la principal barrera para su proyecto hegemónico, cuando el Kremlin desplegó un esfuerzo sistemático para penetrar el continente. Sus resultados conducirían a la consolidación de Cuba como un aliado estratégico en la década de 1960 y el establecimiento de una relación duradera con el Frente Sandinista nicaragüense a partir del derrocamiento de Anastasio Somoza en el año 1979.
Esta voluntad de hacerse presente en América Latina sobreviviría al colapso de la Unión Soviética. Lo cierto es que el derrumbe del sistema soviético no solo quebró la capacidad de Moscú para proyectarse hacia la región, sino que además golpeó de manera devastadora a sus aliados latinoamericanos. Los sandinistas perdieron el gobierno en Nicaragua tras la derrota electoral del año 1990 y Cuba se hundió en una depresión económica —el llamado periodo especial— resultado del fin de las subvenciones soviéticas. De este modo, la desaparición del modelo comunista arrasó lo construido por el Kremlin en la región durante casi cuatro décadas.
Sin embargo, la diplomacia rusa dio señales de recuperar el apetito por América Latina con extraordinaria rapidez. La llegada de Yevgeny Primakov al Ministerio de Asuntos Exteriores ruso en diciembre de 1995, solo tres años después de la desaparición oficial de la Unión Soviética, marcó un giro nacionalista de la diplomacia rusa, el regreso de las ambiciones imperiales y, con ellas, la resurrección del interés por el espacio latinoamericano. El propio Primakov realizó un viaje a Cuba, Venezuela y México apenas seis meses después de asumir la dirección de la acción exterior del Kremlin.[7] Posteriormente, la atención hacia América Latina ha crecido de forma continuada como resulta visible en los conceptos de política exterior publicados por el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso a lo largo de los años. De hecho, la región ocupó un lugar marginal entre las áreas geográficas consideradas en la edición de 2008 de este documento para luego ganar notoriedad en las sucesivas versiones del texto y llegar a ser una región relevante en el último concepto elaborado en el año 2023, tras la invasión de Ucrania.[8]
El retorno de Rusia a América Latina desde finales de la década de 1990 es coherente con los principios de la doctrina Primakov, que juzgaba la consolidación de la hegemonía unipolar norteamericana al final de la Guerra Fría como un escenario inaceptable y apostaba por una estrategia destinada a erosionar el poder de EE. UU. y alentar el crecimiento de focos de poder alternativos con los que Moscú pudiese coaligarse para confrontar a Washington. Desde esta perspectiva, América Latina se convirtió en un escenario doblemente atractivo. Por un lado, la explotación de los sentimientos antinorteamericanos y el apoyo a los regímenes de izquierda radical en la región ofrecían una oportunidad para desgastar el control de EE. UU. sobre su periferia estratégica. Por otro lado, el respaldo a las aspiraciones de Brasil para convertirse en una potencia global ofrecía la oportunidad de construir un poder alternativo a EE. UU. en el hemisferio occidental con quien Rusia podía construir una relación de cooperación.
Este diseño geopolítico que combina la consolidación de una serie de regímenes satélites en la región con el respaldo a las ambiciones globales de las potencias latinoamericanas —Brasil y, en menor medidas, México— subyacía en la mirada de Primakov a finales de la década de 1990 y sigue marcando la política exterior de Vladimir Putin en el periodo posterior a la invasión de Ucrania. De hecho, fueron estos planteamientos los que empujaron a Primakov a convertirse en un adalid del establecimiento de una asociación estratégica con Brasil.[9] Es también esta misma mirada la que ha guiado la diplomacia de Vladimir Putin, que ha combinado el apoyo a los regímenes cubano, nicaragüense y venezolano con una apuesta por un estrechamente de las relaciones con Brasil que incluyó una invitación a formar el grupo de los BRICS.[10]
Desde luego, esto no quiere decir que Rusia haya renunciado a otros objetivos secundarios en América Latina. El Kremlin también ha visto oportunidades adicionales en la región que incluyen desde su papel como mercado para las exportaciones de la industria de defensa rusa hasta un enorme espacio para circunvenir las sanciones internacionales. Pero ha sido sobre todo la relevancia de América Latina dentro de la estrategia del Kremlin para debilitar el predominio de EE. UU. y promover un orden multipolar amistoso para sus intereses lo que ha alimentado el interés de Moscú.
Sobre esta base, la estrategia de Moscú hacia América Latina se ha construido sobre una serie de principios que han informado la acción exterior de la Federación Rusa. En este sentido, el primer punto a subrayar es la proyección regional del principio de destrucción constructiva tal como fue explicitado por Sergei Karaganov, un asesor de Vladimir Putin, máximo exponente intelectual del ultranacionalismo ruso, que actualmente preside el Consejo de Política de Defensa y Exterior, uno de los think tanks rusos más influyentes. De acuerdo con Karaganov, Rusia debería frenar cualquier pretensión de colaboración con los países occidentales para salvaguardar el presente orden internacional y por el contrario facilitar su derrumbe en la medida en que resulta frontalmente opuesto a sus intereses.[11] La aplicación práctica de esta visión se ha visto en el respaldo irrestricto de Rusia a sus aliados latinoamericanos cuando han realizado fraudes electorales flagrantes, como Nicolas Maduro en Venezuela (2018 y 2024) y Daniel Ortega en Nicaragua (2021). Lo mismo se puede decir cuando estos mismos regímenes han recurrido a campañas de represión masiva como ha sido el caso de Caracas en los años 2017 y 2024 o anteriormente de Managua en 2018. En todos estos casos, el rechazo a cualquier concertación con EE. UU. ha sido absoluto y la única meta buscada por el Kremlin ha sido debilitar a Washington a cualquier precio.
Al mismo tiempo, la política exterior rusa –como antes la soviética– ha tendido a desdibujar los límites entre paz y guerra, haciendo un uso hostil de lo que se consideran instrumentos de las relaciones pacíficas entre Estados como la diplomacia pública o el comercio. Esta práctica, que considera la guerra como un esfuerzo gubernamental multidimensional y demanda el uso de todas las capacidades del Estado con propósitos bélicos, hunde sus raíces en una generación de pensadores militares rusos cuyos planteamientos cristalizaron en la mal llamada Doctrina Gerasimov —en referencia al actual jefe del Estado Mayor ruso, General Valery Gerasimov— o Doctrina de Guerra No Lineal.[12] Esta perspectiva se complementa con la denominada Estrategia de Acciones Limitadas que establece la forma en que Rusia debe emplear sus limitados recursos para proyectar fuerza en escenarios periféricos.[13]
Estos conceptos se han hecho visibles en la estrategia desplegada por el Kremlin en América Latina. Moscú, por ejemplo, ha desplegado sistemáticas campañas de desinformación en la región para debilitar la imagen de EE. UU. y estimular protestas contra aquellos gobiernos de la región considerados próximos a Washington. Al mismo tiempo, ha recurrido a la coerción económica amenazando con bloquear el acceso al mercado ruso para forzar cambios en la política exterior de ciertos países latinoamericanos. Este fue el caso, por ejemplo, cuando Moscú bloqueó las exportaciones agrícolas ecuatorianas hasta que el gobierno de Quito desistió de su intención de transferir los viejos helicópteros Mi-17 de fabricación rusa de su ejército a EE. UU. para su entrega a Ucrania.[14] Paralelamente, Rusia ha realizado despliegues limitados de sus fuerzas armadas para mostrar su respaldo a los gobiernos aliados en la región en coyunturas críticas. Este fue el caso con el despliegue de un contingente de un centenar de especialistas militares a Venezuela en 2019 cuando el presidente Nicolas Maduro enfrentaba una escalada de presión del gobierno norteamericano, los países vecinos y la oposición interna.
Paralelamente, la ejecución de la política exterior rusa en general y también hacia América Latina ha confiado no solamente en los instrumentos estatales tradicionales —diplomacia y fuerzas armadas— sino en una amplia variedad de entidades no estatales que van desde empresas hasta Organizaciones No Gubernamentales. En buena medida, esta tendencia es un reflejo del funcionamiento oligárquico del Estado ruso, donde una minoría monopoliza los puestos claves del gobierno y los principales grupos económicos del país. En consecuencia, resulta inevitable que las prioridades gubernamentales informen las decisiones de las grandes compañías y las organizaciones privadas dado que los tomadores de decisiones son el mismo grupo de personas. Pero, al mismo tiempo, el uso de entidades privadas al servicio de los intereses del gobierno se sustenta en la visión ideológica del régimen de Vladimir Putin que enfatiza la necesidad de fortalecer el Estado y unificar la sociedad bajo su control como condiciones para la supervivencia de la nación rusa.[15]
Esta fusión de lo público y lo privado se repite una y otra vez en la acción exterior rusa hacia América Latina. Rosatom, el conglomerado empresarial de Moscú a cargo de proyectos nucleares civiles, financió el apoyo de un grupo de asesores políticos rusos a la campaña del entonces presidente boliviano Evo Morales para las elecciones del año 2019, una aventura inspirada en la dilatada experiencia de esta misma compañía en interferencias electorales en Rusia.[16] Como ya se mencionó, Igor Sechin, presidente del gigante Rosneft, estrechamente conectado con el Servicio de Seguridad Federal (FSB) ruso, ha sido una pieza clave en la diplomacia de Moscú hacia América Latina.[17] La Iglesia Ortodoxa rusa, a través del Departamento para Relaciones Externas de la Iglesia del Patriarca de Moscú, ha establecido una red de representantes para América Latina que colabora con los centros culturales de las embajadas rusas en la región.[18]
Finalmente, la estrategia rusa tanto a nivel global como en América Latina está dominada por la búsqueda de resultados a corto plazo, incluso a costa de invertir recursos escasos y asumir riesgos considerables. Dicha actitud se nutre de la existencia de vulnerabilidades reales —el declive demográfico, la dependencia tecnológica del exterior, etc.— que colocan al Kremlin en una frágil posición estratégica. Esta debilidad alimenta un discurso que ve a Occidente como enemigo determinado a destruir Rusia y enfatiza el temor a un colapso semejante al sufrido por el país en periodos como la revolución de 1917 o el hundimiento del comunismo en 1992.[19] Frente a esta perspectiva, la acción exterior rusa ve justificado recurrir a acciones arriesgadas y agresivas en un intento de forzar un giro radical del escenario a su favor.
Esta agresividad de la acción exterior rusa se ha hecho visible en América Latina a lo largo de los pasados años. La diplomacia de Moscú, por ejemplo, ha ganado notoriedad por su disposición a interferir abiertamente en los asuntos internos de los países de la región para debilitar a gobiernos hostiles y favorecer a políticos afines. Vale recordar la forma en que Rusia criticó al gobierno del presidente Iván Duque de Colombia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en abril de 2022 por su supuesta falta de voluntad para implementar el acuerdo de paz.[20] Las críticas de Moscú llegaron en respuesta a la condena colombiana de la invasión rusa de Ucrania y aterrizaron en el periodo previo a las elecciones presidenciales de ese año que llevaron al poder a Gustavo Petro, un mandatario que ha resultado mucho más del gusto de Vladimir Putin.[21]
Rusia también ha estado dispuesta a tomar riesgos para ganar prestigio en la región. Este ha sido el caso cuando Moscú ha realizado despliegues de bombarderos estratégicos Tu-160M1 Blackjack a Venezuela en los años 2003, 2008 y 2018 como una muestra de solidaridad con el régimen chavista.[22] Lo mismo se puede decir del suministro inicial de la vacuna rusa contra la COVID-19 Sputnik V a Argentina y otros países de la región que multiplicó el prestigio del Kremlin entre unos gobiernos que buscaban desesperadamente asistencia para enfrentar la pandemia.[23] Sin embargo, la influencia ganada inicialmente por Rusia se desvaneció tan pronto como se hizo evidente que la promesa de entregar millones de dosis para satisfacer las necesidades de los países latinoamericanos estaba muy por encima de las capacidades científicas e industriales del Kremlin.[24]
Los Esfuerzos Diplomáticos de Moscú
Construida sobre los principios ya señalados, la estrategia rusa hacia América Latina se ha desarrollado a través de una serie de esfuerzos claves: las relaciones diplomáticas, la desinformación, la colaboración militar y las relaciones económicas. En cuanto a las relaciones diplomáticas, Rusia mantiene 17 embajadas y varios consulados en América Latina.[25] Esta red de legaciones está encabezada por un grupo de diplomáticos relativamente reducido, que mayoritariamente provienen de la época soviética, que hablan español y/o portugués y que han pasado gran parte de sus carreras en distintos países latinoamericanos o directamente asociados con la región. Solo a modo de ejemplo, los embajadores en Brasilia, Santiago, Bogotá y Ciudad de México a mediados de 2024 habían ocupado cargos en otras capitales del continente. Este profundo conocimiento del contexto regional no es frecuente entre los representantes de los países occidentales y proporciona una ventaja sustancial a la acción exterior rusa.
Sobre esta base, los diplomáticos del Kremlin han sido extremadamente activos para construir una red de relaciones dirigida a expandir la influencia rusa. Estos contactos no han seguido ninguna preferencia ideológica, sino que han sido orientados por un absoluto pragmatismo dirigido a maximizar los beneficios para el Kremlin. Así, la legación rusa en Brasil trabajó en la organización del viaje que el presidente conservador, Jair Bolsonaro, realizó a Moscú en febrero de 2022, pocas semanas antes de la invasión de Ucrania, y facilitó el encuentro durante la visita del hijo del mandatario brasileño, Carlos Bolsonaro, con Leonid Slutsky, presidente del Comité de Relaciones Internacionales de la Duma Estatal y una figura clave del ultranacionalismo ruso.[26] Pocas semanas después, fue el embajador ruso en México, Víktor Koronelli, quien dio la bienvenida a la instalación en la Cámara de Diputados de un Grupo de Amistad México-Rusia, impulsado por congresistas de los grupos de izquierda Movimiento de Restauración Nacional (MORENA) y Partido del Trabajo.[27]
Los contactos han ido más allá de los congresos. Rusia ha realizado un esfuerzo sistemático por desarrollar vínculos con los organismos de justicia latinoamericanos. Como parte de su acercamiento a Ecuador, la Corte Nacional ecuatoriana y la Fiscalía rusa firmaron un acuerdo de cooperación en enero de 2018.[28] Posteriormente, en enero de 2019, una delegación de la Corte Suprema rusa realizó una visita a su equivalente en el sistema judicial de Paraguay.[29] Este tipo de contactos entre los sistemas de justicia se han extendido a Argentina, México y otros países de la región.[30] Al mismo tiempo, las embajadas rusas han invertido esfuerzos sustanciales para entablar relaciones con los gobiernos locales regionales de sus países anfitriones.[31]
Todo este esfuerzo de relaciones públicas puede parecer irrelevante a primera vista; pero ayuda a entender el comportamiento de un continente que habitualmente está presto a criticar cualquier posible vulneración del derecho internacional por EE. UU. o sus aliados occidentales; pero que ha sido renuente a castigar a Rusia por su guerra de agresión contra Ucrania. En términos generales, los países latinoamericanos han suscrito las resoluciones de la ONU condenando la agresión rusa, si se exceptúan ciertas capitales que ocasionalmente han preferido la abstención y los casos de Venezuela y Nicaragua que han oscilado entre declararse ausentes o votar en contra para demostrar su adhesión a Moscú.[32] Sin embargo, más allá de las votaciones en el organismo internacional, la región ha mantenido una ambigüedad calculada que se manifestó en las dificultades para alcanzar un consenso sobre un texto de condena a la agresión rusa durante la cumbre entre la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) en 2023.[33] El resultado fue un acuerdo de mínimos con una deslavazada expresión de profunda preocupación por una guerra que estaba arrasando Ucrania.
Junto a la ambigüedad política, todos los países latinoamericanos se han mantenido al margen de las sanciones contra Rusia impulsadas por EE. UU. y la UE. De hecho, la región no ha podido sino ver méritos en mantener una posición de neutralidad a la vista de la experiencia de Costa Rica, cuyo visible respaldo a Ucrania le granjeó una serie de ciberataques por parte de hackers rusos.[34] Lo mismo se puede decir de la falta de respuesta a las peticiones de EE. UU. para que los gobiernos latinoamericanos entregasen el equipo militar ruso en manos de sus fuerzas armadas —habitualmente en malas condiciones debido a la falta de mantenimiento— con miras a transferirlo a Ucrania. Las mencionadas presiones comerciales del Kremlin contra el gobierno ecuatoriano cuando manifestó su intención de entregar un pequeño lote de helicópteros Mi-17 no solo disuadieron a Quito, sino que desalentaron a otros que podrían haber optado por acuerdos similares con la excepción del presidente argentino Javier Milei, que se atrevió a ceder dos helicópteros para su envío a Ucrania.[35] En cualquier caso, el éxito del Kremlin en mantener a la inmensa mayoría de los gobiernos latinoamericanos apegados a su retórica de neutralidad no fue fruto exclusivamente de la coerción. El éxito de las protestas y amenazas de Moscú tuvo mucho que ver con que cayeron en un terreno abonado por el laborioso trabajo diplomático desarrollado por las legaciones rusas durante años.
El concienzudo trabajo del Kremlin por construir relaciones políticas en la región ha venido acompañado por un masivo esfuerzo de desinformación en el que se han combinado las actividades de comunicación de las embajadas, la penetración en la región de las empresas estatales de comunicación rusas y extensas campañas de redes sociales con el objetivo de debilitar la imagen de EE. UU. y sus aliados en la región y hacer dominante la visión rusa sobre el escenario internacional. En cuanto a las legaciones rusas, resulta difícil exagerar su papel como terminales de la campaña de desinformación. Los embajadores del Kremlin escriben artículos y dan entrevistas a los principales medios de comunicación de sus países anfitriones, diseminando la propaganda de Kremlin sin que en la mayoría de los casos enfrenten respuesta alguna.[36]
Al mismo tiempo, las representaciones diplomáticas rusas diseminan propaganda y realizan eventos dirigidos a la diáspora rusa o el público general con el objetivo de defender acciones del Kremlin contrarias a los principios más elementales del derecho internacional como la anexión de Crimea en 2014.[37] El esfuerzo de comunicación de las embajadas se apoya en una red de 117 canales de Telegram, en principio dirigidos a la comunidad emigrante rusa, pero que también distribuyen contenidos en castellano, portugués, inglés y otros idiomas.[38] A ello se suman al menos 15 perfiles en X (anteriormente Tweeter) pertenecientes a embajadas y consulados a los que se debe añadir otro más gestionado directamente por el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso. En total, estas cuentas de redes sociales alcanzan a la nada despreciable cantidad de 230.000 usuarios.
El Sistema de Desinformación Ruso en América Latina
En cualquier caso, el esfuerzo de comunicación de las embajadas palidece cuando se compara con el desplegado por los medios estatales rusos, la cadena de televisión RT y la agencia Sputnik. Antes de la invasión de Ucrania, ambas entidades desarrollaron un esfuerzo sistemático para extender su influencia por la región. En particular, RT desplegó una serie de estrategias que incluyeron su distribución como parte de la oferta gubernamental de televisión (Cuba, Venezuela, Argentina) o del sistema estatal de transmisión vía satélite (Bolivia) así como el pago a grandes operadores privados para ser incluidos dentro de su oferta (Colombia).[39] Estos esfuerzos fueron complementados por dos iniciativas adicionales. Por una parte, RT estableció convenios para intercambiar contenidos de forma gratuita con cadenas bien establecidas. Frecuentemente, el área principal de estos intercambios fue la información internacional, donde los medios latinoamericanos eran más débiles y RT tenía interés en influir. Por otra parte, la cadena rusa también llegó a acuerdos con operadoras de cable locales y regionales para ser incluidos en su oferta de canales. Estas pequeñas cadenas vieron la oferta audiovisual rusa como extremadamente atractiva por su cuidadosa manufactura y su enfoque en temas fuera de su alcance, habitualmente de carácter internacional.
Toda esta operación ha estado sostenida por una sustancial inversión de recursos financieros y un continuado respaldo político del Kremlin. No es claro el volumen invertido en la operación internacional de RT. La Duma rusa votó un presupuesto de unos 300 millones de dólares para sostener todo el conglomerado informativo en el año 2017.[40] Sin embargo, esta cifra podría ser una subestimación. Los informes entregados a las autoridades de EE. UU. por la rama de la empresa que operaba en este país cifraron las transferencias provenientes de Rusia en más de 104 millones de dólares en el periodo 2017-2021. Al mismo tiempo, el Kremlin no ha tenido reparo en ejercer presiones políticas en favor de sus empresas informativas. Cuando el presidente Mauricio Macri anunció la retirada del canal ruso de la red de televisión pública argentina, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, no dudó en calificar la medida como inamistosa.[41] Las subsiguientes negociaciones se saldarían con una completa rectificación del gobierno de Buenos Aires que mantuvo el canal ruso en su oferta televisiva.[42] El resultado de esta combinación de dinero y política quedó de manifiesto cuando RT anunció a mediados del año 2018 que su audiencia en América Latina se había triplicado hasta alcanzar los 18 millones de personas.[43]
Las actividades de los medios del Kremlin en América Latina apenas se vieron perturbadas por la reacción gobiernos y empresas privadas a la invasión de Ucrania. A diferencia de EE. UU. y la UE, donde su difusión fue bloqueada, las autoridades latinoamericanas no hicieron ningún gesto para obstaculizar la operación de RT. La única excepción fue el gobierno uruguayo que ordenó su retirada de la programación de la empresa estatal de comunicaciones.[44] Paralelamente, algunas cadenas privadas suspendieron sus acuerdos de colaboración con la televisión rusa. Pero más allá de estos casos, el brazo de comunicaciones del Kremlin continuó diseminando propaganda por toda la región sin mayores contratiempos. Este ha sido el caso, por ejemplo, en Argentina donde el canal permaneció accesible a través de la televisión pública después de que Rusia desatase su guerra de agresión.
El papel de RT como elemento central de la maquinaria de propaganda de Vladimir Putin no ha impedido que continúe siendo agasajada por algunas organizaciones de informadores latinoamericanos. Tal fue el caso en México donde el Club de Periodistas galardonó las actividades informativas de RT en sus reuniones de diciembre de 2022 y 2023 cuando era más que evidente su papel en respaldo a los objetivos expansionistas de Moscú.[45] Esta actitud resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta el papel de la cadena televisiva en apoyo de las dictaduras de la región alineadas con el Kremlin. De hecho, RT ha ofrecido una cobertura favorable a los regímenes de Nicaragua y Venezuela incluso cuando ambos han sido responsables de masivos fraudes electorales.[46] Además, la empresa rusa ha colaborado en la formación técnica de los aparatos de propaganda de ambos gobiernos. Así, por ejemplo, RT ha impartido ciclos de formación a los organismos de comunicación del gobierno nicaragüense.[47]
El aparato mediático del Kremlin en América Latina se complementa con el despliegue de campañas en redes sociales que han sido especialmente visibles en coyunturas críticas como disturbios masivos o elecciones. Parte de este esfuerzo de comunicación es desarrollado a través de las cuentas de las legaciones diplomáticas rusas y los medios estatales RT y Sputnik que se apoyan en una red de influencers para la elaboración y difusión de información. Asimismo, abundan los indicios del uso de cuentas automatizadas o bots para la retransmisión de contenidos.[48] Este tipo de instrumentos de difusión fueron visibles durante las protestas sociales en Chile y Colombia en el año 2019. En ambos casos, RT informó de manera abundante sobre las crisis de orden público de ambos países y retrasmitió sus noticias a través de redes sociales. Además, ambos escenarios vieron la operación de cuentas en redes sociales que reproducían los contenidos de la cadena rusa con una frecuencia solo posible si se trataba de bots.
Este componente de la campaña de desinformación rusa está conectado con Venezuela. De hecho, una parte sustancial de las cuentas de redes sociales que diseminaron los contenidos de RT en español durante los mencionados disturbios de 2019 estaban basadas en Venezuela.[49] Este uso de la República Bolivariana como canal para el desarrollo de operaciones de influencia no es una novedad. Un gran número de cuentas de redes sociales utilizadas durante la campaña de Moscú contra las elecciones norteamericanas de 2016 tenía sus direcciones IP situadas en el país caribeño.[50]
Los mencionados elementos —la propaganda de las embajadas, las noticias de los medios estatales rusos y la actividad de las redes sociales afines— configuran como un extenso sistema de desinformación al servicio del Kremlin. Esto no implica que haya una estructura jerarquizada que tenga un control absoluto sobre todo este conglomerado de comunicación con el objetivo de garantizar que sus componentes emitan mensajes con idéntica orientación. Ciertamente, existen líneas de comunicación entre el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, los medios de comunicación del Kremlin y las redes de influencers y medios locales amigos. Sin embargo, la coherencia de las campañas de desinformación de Moscú confía fundamentalmente en una aplicación práctica del principio de unidad de propósito por la cual los componentes del sistema comparten objetivos y planteamientos ideológicos lo cual facilita que reproduzcan contenidos similares sobre los mismos temas, sean las críticas a la presencia de EE. UU. en América Latina, la relevancia de Rusia en los asuntos internacionales o la justificación de la invasión de Ucrania.
Resulta difícil medir con precisión el impacto de este enorme esfuerzo de comunicación; pero se puede valorar el grado de éxito de Moscú en algunos casos específicos. Así, por ejemplo, existen indicaciones de que Rusia desarrolló un esfuerzo sistemático para influir en varias campañas electorales en América Latina. Aparte del mencionado episodio de apoyo a Evo Morales en Bolivia, una serie de indicios revelaron el interés de Moscú por respaldar a Andrés Manuel López Obrador en su carrera hacia la presidencia de México en el año 2018.[51] Lo mismo se puede decir del caso de Gustavo Petro cuya campaña para alcanzar la jefatura del Estado colombiano estuvo bajo sospecha de haber sido respaldada desde cuentas de redes sociales bajo el control de operadores rusos.[52] Lo cierto es que no hay evidencia de que la influencia de Moscú fuese de suficiente entidad como para alterar el resultado de ambos comicios y las victorias de Obrador y Petro tuvieron suficiente amplitud como para no dejar duda de que fueron producto de un apoyo popular genuino. Pero también es verdad que Rusia salió claramente beneficiada por la llegada al poder de ambos mandatarios.[53] En este sentido, el respaldo ruso pudo no tener un impacto decisivo en los resultados electorales; pero ofreció a Moscú la posibilidad de consolidar una relación de cooperación con dos figuras políticas que a la postre han facilitado el incremento de la influencia rusa en México y Colombia.
Cuando se evalúa su impacto sobre las opiniones públicas de la región, se puede decir que la campaña de desinformación del Kremlin ha tenido una efectividad desigual. De acuerdo con cifras del Latinobarometro, el número de argentinos que veían a Rusia de forma favorable o muy favorable cayó del 52 % al 27,8 % entre los años 2020 y 2023, mientras que el de brasileños pasó del 41,7 % al 26,7 %, el de chilenos del 47,9 % al 23,3% y el de mexicanos del 45,9 % al 37,7 %.[54] En otras palabras la imagen de Rusia se resintió seriamente de los efectos de la guerra en Ucrania. No obstante, otra encuesta realizada por la consultora Ipsos en el año 2023 señalaba que el porcentaje de ciudadanos que consideraban la guerra en Ucrania como un asunto ajeno a sus intereses se situaba en un 51 % en Argentina, un 38 % en Brasil, un 50 % en Chile y un 57 % en México.[55] Estas cifras se hacían llamativas si se contrastaban con las de Sudáfrica (41 %) o Singapur (44 %), dos países muy alejados del conflicto que, sin embargo, parecían percibirlo como más próximo que buena parte de los encuestados latinoamericanos. En otras palabras, los esfuerzos informativos rusos no habían sido capaces de blindar la imagen de su país del impacto de la guerra; pero habían contribuido a alimentar el deseo de neutralidad entre las opiniones públicas de la región.
Las Relaciones de Seguridad entre Rusia y América Latina
Rusia ha utilizado la cooperación de seguridad como una de sus herramientas principales para tratar de ganar influencia en América Latina. Tras el final de la Guerra Fría y la quiebra del comunismo, este llegó a ser un área de interés para los potenciales socios latinoamericanos de Moscú que buscaban proveedores de armamento distintos de EE. UU. como una forma de afirmar su autonomía y vislumbraron la posibilidad de acceder a la tecnología militar rusa sin los riesgos ideológicos que implicaba tratar con la extinta Unión Soviética. No obstante, la penetración militar de la industria de defensa rusa ha enfrentado obstáculos y alcanzado resultados desiguales.
La industria de defensa rusa se acercó a América Latina como parte de su búsqueda de nuevos mercados de exportación en el contexto de sus esfuerzos para sobrevivir al colapso del sistema soviético y el recorte drástico de la demanda de armamento tras el final de la Guerra Fría. Inicialmente, las ventas fueron muy modestas como no podía ser de otra manera en una región mayoritariamente en paz y bajo la influencia de Washington. Hubo que esperar a comienzos de la década de 2000 para que las armas rusas sumaran más de un 8 % del total del equipo militar vendido a la región. Sería a partir del año 2007 cuando las exportaciones del Kremlin se dispararían hasta convertirse en el segundo proveedor de la región con más de un 27 % del mercado, solamente por debajo de los suministradores europeos combinados (33,6 %) y muy por encima de EE. UU. (13 %).[56] Esta expansión de las ventas de armas de Moscú alimentó la percepción de un rápido crecimiento de la influencia militar del Kremlin en la región. Sin embargo, las cosas resultaron ser más complejas.
El boom de las armas rusas en América Latina fue fundamentalmente el resultado de la combinación de dos factores: el éxito de un único sistema y la voracidad de un único cliente. El sistema era el helicóptero Mi-17 en sus diversas variantes y el cliente era Venezuela. Por lo que se refiere al Mi-17, el crecimiento de sus ventas en la región resultó espectacular. La combinación de robustez, fácil mantenimiento y bajo precio, sumada a la existencia de antiguos operadores de esta aeronave en la región, como Perú, Cuba y Nicaragua, convirtió al Mi-17 en una opción muy atractiva frente a sus equivalentes occidentales, el UH-60 Black Hawk norteamericano y el H125/ AS332 Super Puma del consorcio europeo Airbus. Como consecuencia, a comienzos de 2014, el número de aeronaves de ala rotatoria rusas en la región había alcanzado la cifra de 409, de las cuales más de 300 eran Mi-17 en operaciones en Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Nicaragua y Perú.[57]
Por lo que se refiere a Venezuela, la voluntad del régimen chavista de romper con EE. UU. y convertirse en una potencia regional, la decisión de Washington de imponer un embargo de armas que impidió a las fuerzas armadas de la República Bolivariana acceder a repuestos para sus equipos norteamericanos y la disponibilidad de ingentes recursos provenientes del petróleo empujaron a Caracas a realizar una serie de pedidos masivos de armamento a Rusia. En el año 2006, Moscú y Caracas firmaron un primer acuerdo de venta de armas por un valor de 2.900 millones de dólares que incluyó la adquisición de 24 cazabombarderos SU-30MK2, la aeronave más sofisticada nunca antes entregada por Rusia a un país latinoamericano.[58] Luego vendría un nuevo acuerdo en el año 2009 que sumó la compra de 92 tanques medios T-72M y sistemas de defensa antiaérea S-300VM y Antey-2500, financiada con un crédito de Moscú de 2.200 millones de dólares.[59] La lista de las compras venezolanas crecería hasta incorporar 38 helicópteros Mi-17V-5s, 10 helicópteros de ataque Mi-35M2, 3 helicópteros de transporte pesado Mi-26T2, 12 sistemas de defensa antiaérea autopropulsados Tor-M1, un número de lanzadores de misiles antiaéreos Buk-2ME, vehículos de combate de infantería BMP-3, 12 lanzacohetes múltiples 9K58 Smerch, morteros autopropulsados 2S23 de 120 mm, un paquete de misiles antiaéreos portátiles Igla-S y 100.000 fusiles de asalto AK-103.[60] De acuerdo con fuentes oficiales rusas, las transferencias de equipo militar entre los años 2005 y 2013 sumarían 30 contratos por un valor de 11.000 millones de dólares.[61] Esto otorgó a Caracas un peso absolutamente dominante dentro de las ventas de la industria de defensa rusa a América Latina. De hecho, Venezuela absorbió más del 84 % del total del armamento ruso transferido a la región entre los años 2007 y 2016.[62]
Sobre estos dos pilares —el helicóptero Mi-17 y el mercado venezolano— Moscú trató de expandir sus ventas a las fuerzas armadas latinoamericanas. En este esfuerzo, el Kremlin desarrolló tres tipos de relaciones comerciales. Por un lado, realizó transferencias a países con los que compartía la hostilidad hacia EE. UU. y, por tanto, miraban a Rusia como un atractivo proveedor de armamento. Además de la Venezuela de Chávez, este fue el caso de Cuba y Nicaragua. Sin embargo, la difícil situación económica cubana hizo prácticamente imposible ningún avance comercial al margen de las conversaciones para la construcción de una fábrica de municiones.[63] Nicaragua ofreció algunos resultados más tangibles gracias a la determinación del presidente Daniel Ortega de devolver a las fuerzas armadas parte del pasado esplendor de la Guerra Fría. Managua adquirió 50 tanques T-72B, 2 helicópteros Mi-17 y un cierto número de transportes acorazados de personal BMP-1 y lanzacohetes múltiples BM-21.[64] En cualquier caso, las dimensiones del aparato militar nicaragüense y las restricciones económicas del país pusieron límites a las oportunidades para la industria de defensa rusa.
Una segunda categoría de relaciones de la industria de defensa rusa se centró en países donde la influencia política de Moscú era menor; pero sus productos podían contar con alguna ventaja competitiva, bien porque habían sido usados con anterioridad, bien por un énfasis en reducir la dependencia de los sistemas norteamericanos. Este tipo de condiciones favorecieron la compra de cantidades sustanciales de helicópteros Mi-17 en Perú (un antiguo usuario de esta misma plataforma), México (interesado en diversificar su flota de con sistemas no estadounidenses) y Colombia (operador del Mi-17 desde mediados de la década de 1990). En cualquier caso, los intentos de expandir las ventas más allá de este tipo de aeronaves encontraron fuertes resistencias. Este fue el caso, por ejemplo, con la fallida propuesta de modernizar el parque blindado peruano con tanques T-90S o el intento de dotar a la infantería de marina colombiana de una versión local del vehículo blindado BTR-80.[65]
Finalmente, Rusia también intentó conquistar mercados nuevos y mucho más competitivos, ofreciendo sistemas de alta tecnología que los potenciales compradores tenían dificultades para obtener de sus proveedores occidentales habituales. El esfuerzo más significativo en este sentido fue el intento de convertirse en un proveedor privilegiado de equipo militar para Brasil. El primer paso en esta dirección se saldó con un éxito significativo con la venta de 12 helicópteros de ataque Mi-35 en el año 2008. No obstante, este proyecto terminó naufragando en medio de graves problemas de mantenimiento de estas aeronaves.[66] Posteriormente, los intentos de escalar la relación comercial con Brasilia a otras áreas más sensibles como la transferencia de cazabombarderos SU-35, la entrega de sistemas de defensa antiaérea Pantsir S-1 o el desarrollo de submarinos de propulsión nuclear fracasaron.[67] Lo mismo se puede decir de los planes para suministrar MIG-29 o SU-30 a la Fuerza Aérea Argentina a pesar de las dificultades que ha enfrentado hasta recientemente para modernizar su flota con sistemas de procedencia occidental.[68]
En cualquier caso, la presencia de Rusia en el mercado latinoamericano demostró ser extremadamente frágil. Las ventas rusas sufrieron una caída radical entre los periodos 2012-2016 y 2017-2021 cuando pasaron de representar el 27 % del mercado a tan solo el 0,2 %. Una serie de factores explican este desplome. Por un lado, las ventas de helicópteros Mi-17 se resintieron como consecuencia de una reducción de la capacidad del mercado para absorber más aeronaves de este tipo. Por otro lado, el hundimiento de la economía venezolana privó a la industria de defensa rusa de su cliente latinoamericano estrella. Además, Rusia dio señales de una capacidad muy deficiente para sostener adecuadamente el equipo que vendía. Finalmente, las sanciones impuestas al Kremlin como respuesta a su anexión de Crimea incrementaron las dificultades para que Moscú pudiese conquistar nuevos nichos del mercado regional. Esta serie de cambios empujó a la industria de defensa rusa de regreso al lugar de irrelevancia que había ocupado en América Latina antes del boom de la década de 2010.
El periodo de expansión de las ventas militare rusas facilitó un incremento de los contactos entre las Fuerzas Armadas rusas y sus contrapartes latinoamericanas. Parte de estos contactos tuvieron objetivos esencialmente simbólicos, demostrar que Rusia tenía amigos y Occidente había fracasado en su intento de aislarla. Probablemente, el mejor ejemplo de este tipo de gestos fue la invitación del presidente Obrador para que un contingente de soldados rusos se uniese al desfile conmemorativo del 213 aniversario de la independencia mexicana en Ciudad de México el 16 de septiembre de 2023, un año y medio después de que Rusia invadiese Ucrania.[69]
Sin embargo, las actividades militares de Moscú también han respondido a razones con un contenido más estratégico. Los despliegues aeronavales rusos en el Caribe buscan hacer presencia en la periferia de EE. UU., precisamente cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte se asienta junto a las fronteras rusas. Se trata de crear una imagen de simetría estratégica entre la proximidad de la Alianza a Rusia y la capacidad de Moscú de alcanzar el territorio de EE. UU. Esta ha sido la lógica detrás de la mencionada visita de bombarderos Tu-160M1, que no solo aterrizaron en Caracas sino también en Managua. Lo mismo se puede decir de la presencia de buques rusos como la flotilla que hizo escala en Cuba a finales de junio de 2024 para luego dirigirse a Venezuela y la que siguió a esta un mes después.[70] Lo cierto es que la pretendida simetría entre Moscú y Washington es solo un espejismo y la relevancia militar de estos despliegues es más que discutible a la vista de la falta de infraestructura de apoyo y los problemas de mantenimiento que aquejan al equipo militar ruso. No obstante, no cabe duda que la presencia militar del Kremlin demuestra su voluntad de hacerse sentir en el hemisferio occidental y complica los cálculos de los planificadores estadounidenses.
Moscú también ha desplegado tropas con el objetivo de proporcionar asistencia a las fuerzas armadas de sus socios latinoamericanos. Este ha sido el caso del despliegue de tropas rusas en Nicaragua que podrían alcanzar la cifra de unos 130 soldados, principalmente destinados a suministrar entrenamiento y mantenimiento para el equipo entregado por Moscú.[71] Una misión similar podría haber tenido el centenar de soldados rusos desplegados en Venezuela en marzo de 2019, que dedicaron gran parte de sus esfuerzos a poner a punto los sistemas de defensa aérea suministrados por Moscú a Caracas.[72] De hecho, en Nicaragua y en Venezuela, el suministro de equipo militar por Moscú ha venido acompañado por el establecimiento de instalaciones dirigidas por personal militar ruso destinadas al mantenimiento, el entrenamiento y la recolección de inteligencia.[73]
Tanto los despliegues aeronavales en el Caribe como la presencia de asesores militares en Venezuela y Nicaragua también conllevan un mensaje político de Rusia a sus aliados latinoamericanos: la voluntad y la capacidad de Moscú para respaldarlos frente a la presión de EE. UU. y sus opositores internos. Se trata de garantizar a las dictaduras de Nicolas Maduro y Daniel Ortega que Moscú está comprometido a garantizar su supervivencia a cambio de su respaldo estratégico de forma similar a como lo ha hecho con Alexander Lukashenko en Belarus o Bashar al-Assad en Siria. De hecho, resulta significativo que la última visita naval rusa a Venezuela a principios de agosto coincidiese con la crisis política desatada por el fraude electoral del régimen chavista en las elecciones presidenciales realizadas semanas atrás. Lo mismo se puede decir de las fechas escogidas para el envío del mencionado contingente militar en marzo de 2019, justo cuando Nicolas Maduro enfrentaba el rechazo de la oposición interna y gran parte de la comunidad internacional a sus pretensiones de ser investido presidente tras unos comicios fraudulentos en el año 2018.
Este mismo acuerdo implícito —respaldo irrestricto a un régimen represivo a cambio de total alineamiento con Moscú— está detrás del papel de los servicios de inteligencia rusos en las relaciones entre Moscú y sus aliados latinoamericanos. En particular, el FSB ha jugado un papel clave proveyendo capacidades para fortalecer el aparato represivo de las dictaduras cubana, nicaragüense y venezolana. Este respaldo se ha materializado especialmente en la mejora de las capacidades de inteligencia de señales de las policías políticas de estos países. De hecho, el servicio de seguridad ruso y las empresas que le proporcionan apoyo técnico han introducido el uso del denominado Sistema para Actividades Operativas de Investigación (SORM, por sus siglas en ruso) en Nicaragua.[74] Además, el FSB estableció un centro de entrenamiento en Managua, oficialmente destinado a la lucha contra el narcotráfico; pero que en realidad forma agentes de inteligencia al servicio de régimen nicaragüense y otros países latinoamericanos. Paralelamente, tanto el FSB como la Dirección Principal de Inteligencia del Estado Mayor ruso (GRU, inteligencia militar) han jugado un papel central en la modernización del aparato de seguridad interna venezolano.[75]
La Dimensión Económica de la Estrategia Rusa
La estrategia económica rusa hacia América Latina está marcada por dos factores principales. Para empezar, Rusia tiene un escaso peso económico lo que necesariamente reduce el impacto de sus actividades comerciales y financieras. En este sentido, su posición es diametralmente opuesta a la de la RPC. Mientras que Beijing puede confiar en las dimensiones de su mercado o el volumen de sus recursos financieros para construir relaciones en América Latina, Rusia no es un gran comprador de bienes y servicios de la región, y tampoco tiene fondos suficientes para ejercer como un gran prestamista. En consecuencia, está condenado a ser un jugador económico secundario. Por otra parte, las metas que busca en sus relaciones económicas con la región van más allá de lo mercantil e incluyen objetivos de carácter político y estratégico. En otras palabras, la gestión de los negocios de Rusia no obedece exclusivamente a criterios de rentabilidad, sino que también está fuertemente influida por prioridades relacionadas con la competencia con EE. UU. y sus aliados.
Desde luego, esto no quiere decir que la sostenibilidad financiera de sus relaciones exteriores no preocupe al Kremlin. Después de su desastrosa experiencia en Cuba que dejó una inmensa factura impagada, Moscú ha mantenido un constante interés por hacer sus aventuras exteriores viables desde una perspectiva económica. El asunto es que detrás de cada decisión comercial o financiera suele haber intereses estratégicos que, con frecuencia, llevan a desenlaces que carecen de lógica desde una perspectiva puramente mercantil. Probablemente, el ejemplo más evidente es Venezuela. Caracas ha demostrado ser un socio funesto en términos económicos. El régimen chavista tuvo que recurrir a un plan de reestructuración para hacer frente a su deuda por las masivas compras de armamento.[76] De igual forma, la inversión del gigante petrolero ruso Rosneft en el país caribeño resultó un pésimo negocio como consecuencia del efecto combinado de las sanciones internacionales y el ruinoso estado del sector energético venezolano. Bajo estas circunstancias, la compañía de Igor Sechin buscó un acuerdo para transferir sus activos en la República Bolivariana a una compañía propiedad del Estado ruso.[77] No obstante, semejantes fiascos no han provocado daños críticos en la alianza entre Moscú y Caracas.
En este contexto, Rusia ha intentado gestionar sus intereses económicos en la región tratando de encontrar un equilibrio entre la demanda de rentabilidad y la búsqueda de ventajas estratégicas. Sin embargo, las condiciones creadas por la invasión de Ucrania y las masivas sanciones internacionales han empujado al Kremlin progresivamente a dar primacía a lo estratégico sobre lo mercantil, relegando a un segundo plano la posibilidad de obtener beneficios económicos y administrando su aparato productivo bajo una lógica bélica. Estas condiciones han orientado las tres líneas de acción claves en materia económica desplegadas por el Kremlin: inversiones, comercio y préstamos.
En cuanto al primer rubro, las inversiones del Kremlin se han concentrado en las áreas en que la economía rusa cuenta con mayor experiencia, particularmente el sector extractivo. Una parte sustancial de este esfuerzo se ha orientado a los hidrocarburos. Más allá de la difícil aventura en Venezuela, donde la compañía continúa operando, Rosneft ha desarrollado proyectos en Cuba y Brasil que le otorgó permiso para operar en la cuenca de Solimões, en la región del Amazonas.[78] Además, Lukoil ha realizado una inversión valorada en 435 millones de dólares para la explotación de petróleo en aguas de México.[79] Otras iniciativas han estado asociadas con el sector minero. Tal fue el caso de la adquisición de una mina de níquel en Guatemala en el año 2011 por Solway, un conglomerado empresarial basado en Suiza; pero bajo control ruso. Dentro de esta misma categoría, también se deben incluir las inversiones del gigante del aluminio RUSAL en Jamaica y Guyana.[80] De igual forma, hay que mencionar el acuerdo entre el gobierno boliviano y el gigante de la industria nuclear rusa Rosatom para la explotación de litio en colaboración con la empresa china Citic Guoan Group.[81]
Todas estas inversiones han representado apuestas para controlar recursos con un alto valor estratégico —energía, aluminio, níquel, litio— y frecuentemente han venido acompañadas por maniobras políticas, abiertas o encubiertas, destinadas a dar una ventaja decisiva a Moscú frente a potenciales competidores. Este ha sido el caso de los proyectos en Venezuela y Cuba donde los lazos del Kremlin con ambos regímenes han hecho casi inevitable que los proyectos hayan ido a parar a manos de Moscú. En ocasiones en las que Rusia no cuenta con semejante acceso privilegiado, ha resultado frecuente que sus empresas se vean involucradas en actividades ilegales. Aparte del mencionado caso de Rosatom, algunos analistas señalan la posibilidad de que RUSAL estuviese conectada con un intento de interferir las elecciones en Guyana con el objetivo defender sus intereses comerciales.[82] Por su parte, el proyecto de Solway en Guatemala ha sido sometido a sanciones por el Departamento del Tesoro de EE. UU. debido a su responsabilidad en el desarrollo de una extensa red de corrupción en beneficio de su operación.[83]
En términos de comercio, Rusia ha sido un socio menor para la mayoría de los países latinoamericanos. No obstante, cuando se ha presentado la oportunidad, no ha dudado en utilizar los intercambios económicos como una palanca para conseguir concesiones políticas. El caso más visible ha sido el mencionado de Ecuador. Moscú bloqueó las exportaciones de flores y bananos ecuatorianos como respuesta a los planes de Quito para entregar el equipo de fabricación rusa de sus fuerzas armadas a EE. UU. Ante el riesgo de perder un socio comercial que había reportado a la economía nacional 721 millones de dólares de beneficio en el año 2023, el gobierno de Daniel Noboa canceló el acuerdo con Washington.[84] Aunque de forma más sutil, la amenaza de boicots económicos ha flotado en algunas decisiones a favor de Rusia tomadas por otros gobiernos latinoamericanos. Durante las negociaciones con la administración argentina del presidente Mauricio Macri para evitar que la señal de RT fuese eliminada de la televisión pública en el año 2016, las autoridades rusas jugaron con la posibilidad de suspender las importaciones de carne del país austral y denegar la financiación para la construcción de la presa de Chihuido.[85] Frente a semejante perspectiva, la cadena rusa ha seguido transmitiéndose en Argentina.
Más recientemente, las posibles consecuencias de una ruptura económica con Rusia también se han esgrimido como un argumento para explicar la cuidadosa neutralidad mostrada por el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva a la hora de hablar de la guerra en Ucrania. Lo cierto es que la diplomacia brasileña siempre ha buscado mantener una relación cordial con Rusia en la medida en que coincide con Moscú en su interés en reducir la preponderancia estadounidense y construir un orden internacional multipolar. Además, Brasil presenta una vulnerabilidad económica clave en la medida en que su producción agrícola representa el 30 % de sus exportaciones y recibe el 25 % de los fertilizantes de Rusia.[86] En ese contexto, garantizar la llegada de los abonos en medio de la guerra en Ucrania se convirtió en una prioridad para mantener la salud de la economía del gigante sudamericano que, sin duda, fue un factor a considerar para no escalar la retórica contra el comportamiento internacional de Moscú.[87]
Finalmente, aunque con recursos financieros muy limitados, Rusia también ha utilizado sus créditos como una herramienta para ganar influencia. En este sentido, Moscú ha orientado sus préstamos a apoyar a países aliados en proyectos de interés para Rusia.[88] Esto ha significado que los financieros del Kremlin se han centrado en Cuba, Venezuela y Bolivia. Los créditos rusos han estado poco presentes en el resto de América Latina, en la medida en que la mayoría de los gobiernos de la región contaban con fuentes alternativas de dinero y no estaban interesados en el tipo de proyectos que el Kremlin se ofrecía a financiar.
Como ya se mencionó, la experiencia financiera del Kremlin con Cuba y Venezuela ha sido muy negativa. La enorme deuda acumulada por La Habana en tiempos soviéticos —unos 32.000 millones de dólares— fue condonada en un 90 % por Vladimir Putin en el año 2013. Con los fondos restantes, el Kremlin financió algunas inversiones en la isla, incluida la participación de Rosneft en la refinería de Cienfuegos.[89] Rusia también ofreció un crédito por 1.200 millones de euros para la construcción de una central térmica en el año 2015 que La Habana tuvo que renegociar ante su imposibilidad de pagarlo en 2023.[90] Pese a estas dificultades, Rosneft ha reanudado la entrega de cargamentos de petróleo a la isla sin que haya claridad de cómo serán pagados.[91] En cuanto a Venezuela, Moscú se ha visto obligado a continuar financiando a Caracas para evitar el colapso del régimen chavista, particularmente después de que la RPC se mostrase reticente a otorgar nuevos préstamos. Como resultado, se estima que la deuda venezolana con el gobierno ruso y Rosneft había alcanzado los 17.000 millones de dólares en el año 2019.[92] Desde entonces, Caracas ha realizado algunos pagos parciales; pero al mismo tiempo la devolución de la totalidad de la deuda se ha hecho más urgente para Moscú, que enfrenta sus propios apuros financieros a consecuencia de las sanciones internacionales.
Las relaciones financieras entre Rusia y Bolivia han sido más sencillas, aunque no exentas de altibajos. Moscú ofreció financiamiento para la construcción de un reactor nuclear de investigación por Rosatom en El Alto. Sin embargo, la caída del poder de Evo Morales en el año 2019 paralizó el proyecto. La cooperación rusa solo se reactivaría en 2020, tras la llegada al gobierno de Luis Arce, miembro del mismo grupo político que Morales. En este nuevo contexto, se retomarían los planes para completar la construcción del centro de investigación nuclear en el año 2025 y se firmaría el mencionado acuerdo para la explotación de los yacimientos de litio.[93]
Conclusiones: Los Riesgos de Menospreciar al Kremlin
Valorar el impacto de la estrategia rusa hacia América Latina requiere tomar en consideración sus objetivos y también los medios de Moscú para conseguirlos. Tras la debacle de la Unión Soviética a comienzos de la década de 1990, el regreso de Rusia a la región fue concebido por el establecimiento de la política exterior del Kremlin como parte de un ejercicio global para recuperar el estatus de gran potencia. Este esfuerzo se tradujo en tres metas a nivel regional. Por un lado, la construcción de una red de alianzas que incluyese a los antiguos socios de la Guerra Fría —Cuba y Nicaragua— y se extendiese a nuevos gobiernos —Venezuela y Bolivia— si ello era posible. Por otro lado, la transformación de la región en un espacio neutral donde el control de EE. UU. se redujese y Rusia ganase influencia. Finalmente, el desarrollo de una relación privilegiada con Brasil y México —los dos grandes jugadores regionales— que contribuyese a construir un orden mundial multipolar más permeable a los intereses rusos.
Este proyecto chocó con una realidad estratégica muy difícil. Durante la Guerra Fría, la extinta Unión Soviética había fracasado en su intento por penetrar en el hemisferio occidental debido a su reducida capacidad para proyectar fuerza, el rechazo de los países latinoamericanos y la abrumadora presencia de EE. UU. De hecho, su único éxito visible fue convertir Cuba en un Estado vasallo que tuvo que subvencionar durante tres décadas. Con estos antecedentes, la empresa latinoamericana de Vladimir Putin tenía escasas perspectivas de éxito, aún menos si se toma en consideración que ni la estructura productiva, ni las Fuerzas Armadas rusas eran comparables a las que en su momento esgrimía la URSS.
De este modo, es fácil entender los fiascos que han salpicado la estrategia rusa hacia América Latina. Ahí está, la forma en que el Kremlin ha sido atrapado por socios como Cuba y Venezuela que han demandado permanente respaldo político, económico y de seguridad para sobrevivir. Lo mismo se puede decir de la incapacidad de su industria de defensa para consolidar su presencia en el mercado latinoamericano. De igual forma, también vale la pena subrayar la escasa penetración económica de Rusia en la región, más allá de mercados cautivos y de nula rentabilidad como el venezolano y el cubano.
A pesar de todos estos problemas, también se debe subrayar hasta qué punto Moscú ha sido capaz de aprovechar las brechas geopolíticas de la región para avanzar en sus objetivos y transformar la región en un espacio más benigno para sus intereses. El Kremlin ha consolidado una red de Estados satélites que incluye no solo los antiguos vasallos cubano y nicaragüense de la Unión Soviética sino también a la Venezuela chavista. Ciertamente, se trata de regímenes corruptos, incompetentes y empobrecidos; pero que proporcionan a Moscú una cabeza de puente en el hemisferio y representan un ejemplo de supervivencia en el que otros aspirantes a dictadores pueden inspirarse.
Además, la región ha llegado a ser un espacio más competido sobre el que Rusia no tiene control, ni tampoco EE. UU. Muchas capitales latinoamericanas han ignorado las reticencias norteamericanas cuando se ha tratado de iniciar proyectos de alto valor estratégico con Rusia, sea la adquisición de equipo militar o la explotación de recursos minerales. Asimismo, ningún país de la región ha acompañado a Washington en la toma de medidas prácticas contra Moscú por sus agresiones y violaciones masivas de los derechos humanos en Georgia, Siria, Ucrania, Libia, República Centroafricana, Mali y un largo etc. Aún más, el Kremlin ha sido capaz de desarrollar canales de comunicación con las elites políticas y económicas latinoamericanas que le han proporcionado un nivel de acceso e influencia en la región del que nunca antes había disfrutado. En particular, Moscú ha construido una relación privilegiada con México y Brasilia, que han condonado el comportamiento internacional ruso a cambio de potenciales ventajas en términos de apoyo político, intercambios comerciales y cooperación tecnológica.
Lo más llamativo de estos cambios ha sido su resiliencia a los intentos de Washington y sus aliados europeos por revertirlos. Los esfuerzos de EE. UU. y la UE por impulsar una apertura democrática al interior de los regímenes satélites rusos en la región —Cuba, Nicaragua o Venezuela— han fracasado estrepitosamente. De igual forma, los esfuerzos estadounidenses y europeos para conseguir que la región se sume a la coalición contra Moscú por la agresión contra Kyiv han sido igualmente frustrantes. En otras palabras, Washington y sus aliados europeos han sido inefectivos a la hora de restaurar el statu quo que la entrada de Rusia en la región ha contribuido de forma decisiva a dislocar.
Desde luego, no todo el mérito de la evolución de América Latina en la dirección de los intereses rusos le corresponde a Vladimir Putin y sus asesores internacionales. La existencia de un poso de sentimiento anti-norteamericano entre una parte de las élites latinoamericanas, el masivo desembarco de la RPC en la región y una injustificada autocomplacencia en EE. UU. y Europa basada en la presunción de que la región estaba predestinada a unirse a la comunidad de las democracias liberales han contribuido sustancialmente a crear a un espacio favorable a Moscú.
Pero sería analíticamente errado ignorar los aciertos del Kremlin en su aproximación a la región. Los planificadores rusos han construido un buen diseño estratégico tomando en consideración lo limitado de sus recursos y distinguiendo entre las oportunidades que podían aprovechar y los espacios que estaban más allá de su alcance. Han sido determinados en su apoyo al régimen nicaragüense, por ejemplo, pero más tímidos para ganar influencia en otros países centroamericanos. Además, han demostrado una notable habilidad para escoger la mejor forma de aplicar sus escasos recursos. Ahí está la forma en que un jugador económico marginal como Rusia ha empleado la coerción económica en varias ocasiones para torcer la voluntad de algunos gobiernos latinoamericanos. Moscú también ha estado dispuesto a tomar riesgos cuando eran convenientes para agrandar su peso en la región. Los despliegues aeronavales ejecutados con unos medios militares muy limitados son un ejemplo de gestos agresivos que han confiado en la falta de respuesta norteamericana para acrecentar la credibilidad del Kremlin. Finalmente, la estrategia de Moscú ha sido notablemente consistente a lo largo del tiempo. Aparentemente inmune a fracasos y críticas, ha permanecido abierta a las oportunidades que se presentaban. Las peripecias de Rosatom en Bolivia son un testimonio de esta determinación.
Así las cosas, parece haber llegado el momento de dejar de menospreciar a Rusia como un jugador en América Latina. Pese a lo limitado de sus recursos, ha demostrado la voluntad y la capacidad para alterar el statu quo del hemisferio. Sobre esta base, Moscú promete alimentar dos desafíos claves de cara al futuro cercano. Por un lado, continuará promoviendo el autoritarismo, tratando de replicar el modelo de Estado criminal que tan acuciosamente ha contribuido a construir en Venezuela y Nicaragua. Por otro lado, se esforzará por convertir la región en un espacio hostil para EE. UU. y Europa, alimentando actores y sentimientos antioccidentales de forma similar a como lo hace en Oriente Medio y África. Si EE. UU. y Europa no quieren ese futuro para América Latina, necesitan una estrategia para enfrentar al Kremlin.
Sobre el autor:
Román D. Ortiz – Profesor adjunto de la Catholic University of America e investigador de la Universidad Francisco de Victoria
Cuenta con más de 30 años de experiencia como académico y consultor sobre cuestiones de seguridad y defensa. Es Profesor Adjunto de la Catholic University of America (Washington D.C.) e Investigador Principal del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Victoria (Madrid). Ha sido Investigador No Residente de la Joint Special Operations University y ha codirigido un informe sobre las operaciones de influencia rusas en América Latina para el US Institute of Peace. Con anterioridad, fue profesor adjunto del William J. Perry Center for Hemispheric Defense Studies de la National Defense University de EE. UU. y consultor de CNA Corporation. Entre los años 2010 y 2014, fue asesor del ministro de Defensa de Colombia. Durante ese periodo, contribuyó al planeamiento y la ejecución de la campaña militar Espada de Honor que condujo a una reducción radical de la violencia en las zonas rurales del país. Ha desarrollado proyectos para USAID y ONGs internacionales sobre operaciones de estabilización. Asimismo, ha asesorado el diseño de procesos de reforma del sector seguridad en varios países latinoamericanos. Tiene un Doctorado (Cum Laude) en Ciencias Políticas del Instituto Universitario Ortega y Gasset – Universidad Complutense (Madrid). Ha publicado más de 60 papers, capítulos de libros y artículos en revistas especializadas y académicas como Foreign Affairs o Studies in Conflict and Terrorism.
Notas finales:
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