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ISIS-K: ¿Un Reinicio del Terrorismo Yihadista?

Este artículo ha sido publicado inicialmente en la Revista Seguridad y Poder Terrestre
Vol. 3 No. 2 (2024): abril a junio


Resumen

Las impactantes imágenes registradas el viernes 22 de marzo de 2024 en el palacio de conciertos Crocus City Hall, cerca de Moscú, revelaron la presencia del terrorismo yihadista en Rusia, evocando las guerras chechenas de finales del siglo XX y la continua preocupación del Kremlin por la región. La historia de Chechenia ha sido moldeada por la lucha contra el integrismo religioso, siendo protagonistas destacados Dudayev y Basayev. A pesar de los esfuerzos de Putin y Kadyrov, el fundamentalismo se ha propagado tanto interna como externamente, dando lugar a la aparición de grupos como el Estado Islámico del Gran Jorasán, conocido por sus siglas en inglés como ISIS-K, y generando incertidumbre en el espacio postsoviético debido a conflictos persistentes. La evolución del extremismo islámico desde Al Qaeda hasta DAESH e ISIS-K resalta la complejidad de estas amenazas globales.

Palabras clave: Terrorismo Yihadista en la Federación Rusa, Conflicto en Chechenia, Deportación de Pueblos del Cáucaso, Integrismo Islámico, Fundamentalismo Global.

Introducción

El terrorismo yihadista en la Federación Rusa ha tenido una larga historia, con el conflicto en Chechenia como uno de los episodios más destacados. La región ha sido una constante preocupación para el Kremlin durante más de 300 años y, la deportación de pueblos del Cáucaso ordenada por Stalin en la década de 1940, creó una hostilidad total de la etnia chechena hacia el liderazgo soviético y posteriormente hacia la Federación Rusa. La independencia de facto de Chechenia entre 1996 y 1999 atrajo a grupos militantes de todo el mundo, transformando la región en un nuevo foco del fundamentalismo global.

Las Raíces del Terror: La Sombra del Yihadismo en el Espacio Postsoviético

Las terribles imágenes del viernes 22 de marzo de 2024 en el palacio de conciertos Crocus City Hall, a 40 kilómetros de Moscú, demostraron una realidad que parecía inexistente en la Federación Rusa: la presencia del terrorismo yihadista en su territorio. ¿Pero desde cuándo Moscú ha estado luchando contra el integrismo tanto en sus fronteras más cercanas como en su interior? Para comprender esto, es necesario retroceder principalmente a las dos guerras chechenas que tuvieron lugar a fines del siglo XX (1994 – 1996 y 1999 – 2000). Esta región o república rebelde ha sido una preocupación constante para el Kremlin durante más de 300 años.[1]

Aunque Stalin ordenó la deportación de los pueblos del Cáucaso hace ocho décadas, acusándolos de colaborar con los nazis, sin pruebas, esto generó un total rechazo hacia el liderazgo soviético y posteriormente hacia la Federación Rusa. En 1991, el exgeneral soviético Yojar Dudayev proclamó la independencia de la pequeña región respecto al nuevo estado ruso, lo que provocó un enfrentamiento que duró tres años. En 1994, el Kremlin ordenó una invasión de la zona con el pretexto de «restablecer el orden constitucional», un eufemismo similar al utilizado en febrero de 2022 al iniciar la invasión de Ucrania bajo el lema de «operación militar especial».[2]

El Kremlin, obligado a firmar un vergonzoso acuerdo de paz con los rebeldes liderados por el excoronel Aslán Masjádov, y Dudayev, asesinado en un ataque aéreo en abril de 1996, no lograron sus objetivos. Por el contrario, la región, predominantemente de fe islámica, fue invadida por integristas procedentes de Afganistán, Bosnia, Argelia y Egipto (principales focos del fundamentalismo en los años 90). Unidos en torno al comandante saudí Ibn al Jattab, transformaron la devastada sociedad chechena en un nuevo foco del fundamentalismo global. La independencia de facto de Chechenia entre 1996 y 1999 atrajo a grupos militantes como la Gama’a Islamiyya egipcia, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) argelino y diversas facciones afganas ligadas al movimiento talibán.[3]

Asimismo, surgieron grupos combatientes nativos vinculados al líder checheno Shamil Basayev (1965 – 2006), como el Regimiento Islámico Especial de Arbi Barayev o el Dzhenet («Paraíso») del daguestaní Rasul Makasharipov. La invasión de Daguestán en agosto de 1999, con el objetivo de establecer un emirato en el Cáucaso Norte, resultó en la ruptura de los acuerdos de paz de Jasav-Yurt y en la reintroducción del ejército federal en territorio checheno, esta vez bajo un nuevo liderazgo: el del primer ministro y exdirector del Servicio de Seguridad Interna Ruso (FSB), Vladimir Putin.[4]

Después, actuando como presidente interino (de diciembre de 1999 a marzo de 2000) y posteriormente electo (a partir de mayo de 2000), Putin inició una política de contrainsurgencia y eliminación de los líderes de la guerrilla, principalmente los secularistas, lo que dio lugar al aumento del movimiento integrista en Chechenia y las repúblicas vecinas de Ingushetia, Kabardino-Balkaria y Daguestán, entre otras. Las estrategias como la «chechenización» del conflicto (intentando transferir las operaciones contra «formaciones armadas ilegales» desde el ejército federal a nativos pro-Moscú) o el nombramiento de Ajmat Kadyrov como nuevo líder local, sin el consentimiento del mandatario designado y validado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), Aslán Masjádov, resultaron infructuosas.

Kadyrov fue asesinado el 9 de mayo de 2004 por cambiar de bando y su sucesor, casi elegido por Moscú, su hijo Ramzán, aunque logró «pacificar» la zona con métodos draconianos, no pudo frenar el crecimiento del integrismo en el Cáucaso Norte. Este se expande más allá de las fronteras rusas (hacia Afganistán, Irak, Siria…) y se manifiesta internamente tanto en Rusia (con atentados en Volgogrado y Moscú entre 2014 y 2017) como en el resto de Europa (Madrid, París, Bruselas, Estambul, Barcelona, ​​Manchester…). Es en este momento cuando entra en escena un nuevo actor, ISIS-K.

Este grupo militante, una facción segmentada del movimiento Talibán afgano que juró lealtad al primer «Califa» del Estado Islámico, Abu Bakr al Baghdadi, es conocido por su brutalidad extrema y por haber amenazado directamente a Rusia en su primer comunicado, debido a la defensa de regímenes apóstatas (Uzbekistán, Kazajistán, Egipto) o hipócritas (la teocracia chií de Irán, un aliado tradicional de Moscú desde principios del siglo XXI). El apoyo continuo del presidente Putin a Bashar Al Assad, el autócrata sirio, es una de las razones por las cuales ISIS-K mantiene su atención en Rusia.[5]

Se debe recordar que para ISIS-K, las fronteras no existen y consideran territorio islámico donde haya un musulmán. Surge entonces la pregunta: ¿Cómo se explica que los atacantes del Crocus fueron originarios de la exrepública soviética de Tayikistán, teniendo en cuenta los actos de la guerrilla chechena desde 1995 y la posterior formación del autoproclamado Emirato del Cáucaso? Al igual que en Chechenia, Tayikistán, a pesar de ser un país independiente, se encuentra bajo la influencia de Moscú, habiendo pasado por una guerra civil entre 1992 y 1997 que resultó en un total de 125.000 víctimas, principalmente civiles. El «líder de la nación», Emomali Rajmon, se mantiene en el poder gracias al respaldo del Kremlin, el cual teme que su área de influencia (Asia Central) se convierta en un foco del fundamentalismo, especialmente en el Valle de Fergana.[6]

Esto no ha evitado que las prácticas controvertidas de la policía rusa y tayika hayan llevado a un incremento de acciones en el reclutamiento de jóvenes por parte de grupos integristas como ISIS-K. La caída de Kabul en agosto de 2021, una vez más en manos de los talibanes, a pesar de ser considerados enemigos declarados por ISIS-K, plantea la posibilidad de un nuevo flujo de norcaucásicos, centroasiáticos y otras etnias de credo islámico hacia ISIS- K, utilizando Afganistán como base de operaciones.

Lamentablemente, es posible que esto suceda, ya que los refugios en el Cáucaso fueron eliminados por completo en 2018 y los grupos muyahidín de habla rusa en Siria se dispersaron a otras regiones tras la pandemia de COVID-19. ¿Podría entonces formarse una nueva «¿Internacional Fundamentalista” similar a la que se vio a mediados de la década de 1990 en torno a la organización Al Qaeda, dirigida por Osama bin Laden y Ayman Al Zawahiri? A pesar de las diferencias en los escenarios, tanto geográfica como geopolíticamente, hay patrones comunes.[7]

El espacio postsoviético en relación a los conflictos sigue siendo inestable e impredecible. La actual guerra de Ucrania, los “conflictos congelados” en Transnistria, Uzbekistán y el Valle de Fergana, o la oposición interna en Kazajistán, demuestran que los nuevos choques no serán entre “Ejército A” vs. “Ejército B”, sino guerrillas de baja intensidad, enfrentamientos asimétricos o grupúsculos terroristas, cuya ideología busca perversamente el establecimiento de una corriente de pensamiento viciada. Es complejo analizar el atentado de Moscú desde una perspectiva únicamente ligada al fundamentalismo. Lo que hoy se conoce como DAESH/ISIS ha estado presente desde 1999.

En la zona del Kurdistán Iraquí, grupos integristas como Jama’at Tawhid Wal Jihad aprovecharon la guerra civil entre la Unión Patriótica del Kurdistán y el Partido Democrático del Kurdistán, buscando instalar un mini califato en poblaciones como Biyara. Estos fundamentalistas fueron expulsados en 2003, a partir de la invasión anglo-estadounidense, desplazándose al sur del país. No pocos exmiembros de los aparatos de seguridad del partido Baaz se unieron a un grupo que pasaría a ser conocido como Al Qaeda en Irak, dirigido por un exgángster, Abu Mus’ab Al Zarqawi. Los eventos posteriores son ampliamente conocidos. DAESH pudo ser derrotado entre 2007 y 2011 por las tribus de Anbar, conocidas como «Las brigadas del Amanecer/ Salwah». Tras la retirada de la Coalición, estas fueron suprimidas violentamente por el primer ministro iraquí, Nouri Maliki, y por la denominada «Brigada Lobo».[8]

Con la spillover de la guerra en Siria, DAESH resurgió. El problema, que en 1999 era minoritario, se ha convertido en una amenaza global, similar a la red mundial. Lamentablemente, esta situación ha dado lugar a lo que se conoce como «Yihad 2.0″. Algunos argumentan que DAESH representa una ideología, pero muchos especialistas discrepan, considerando que surgió como respuesta al decreto de Paul Bremmer en mayo de 2003, quien ordenó la disolución del ejército iraquí, los servicios de seguridad del régimen anterior, así como los ministerios de Defensa e Información, todos ellos compuestos mayormente por personal sunita.

Los ciudadanos afectados por la pérdida de empleo, pensiones y acceso a la nueva Irak no adoptaron necesariamente los ideales del grupo liderado por Al Baghdadi. Más bien, encontraron en este una fuente de seguridad frente a un gobierno que percibían como controlado desde Teherán. En un contexto anterior, en 1992, los habitantes de Kabul celebraron la caída de Mohammed Najibullah, a quien acusaban de ser un títere de la URSS y de su sucesora, la Federación Rusa.

Asimismo, celebraron la llegada de los talibanes en 1996, cansados de las luchas internas de los antiguos héroes antisoviéticos (los comandantes muyahidines, desde G. Hekmatyar hasta A. S. Massoud o B. Rabbani). La seguridad y la justicia pueden llegar en diversas circunstancias, pero su administración efectiva es otro tema. Esto se evidenció en Kabul en 1996, y posteriormente en Kandahar y Mazar-e-Sharif. Desafortunadamente, Raqqa y Mosul fueron testigos de las devastadoras secuelas de los sucesos que se desencadenaron desde 1979. El Movimiento Talibán, a diferencia, sí tenía y tiene una ideología basada en códigos étnicos (pashtunwali) combinados con un islamismo radical, aunque sin ambiciones expansionistas. Por otro lado, DAESH e ISIS-K son movimientos milenaristas que, infortunadamente, se han convertido en la “trademark» yihadista, relegando a Al Qaeda como «marca blanca».[9]

Conclusión

El terrorismo yihadista, lejos de ser un problema aislado, se ha convertido en una amenaza global que requiere una respuesta internacional coordinada. La guerra en Ucrania, los «conflictos congelados» en Asia Central y la oposición interna en Kazajistán son ejemplos de la volatilidad del espacio postsoviético. La lucha contra el extremismo religioso exige un análisis profundo que comprenda las causas y los factores que lo alimentan, así como la implementación de estrategias efectivas para prevenir su expansión.

Notas finales:

  1. Taibo, Carlos. 2007. «El conflicto de Chechenia.» Ayer 73, no. 1: 131-151.
  2. Galeotti, Mark. 2022. Las guerras de Putin: De Chechenia a Ucrania. Desperta Ferro Ediciones.
  3. Rustler, Adam. 2021. «The Fluidity of Chechnya’s Conflicts: From Nationalism to Jihad to Supra-Regional Jihad». Ethnopolitics 20 (5): 545-569.
  4. Souleimanov, Emile. 2005. «Chechnya, Wahhabism and the invasion of Dagestan.» Middle East 9 (4): 48-71.
  5. Lushchenko, Petro, Lars Van Auken, y Gregory Stebbins. 2019. «ISIS-K: deadly nuisance or strategic threat?» Small Wars & Insurgencies 30 (2): 265-278.
  6. Torres Carmona, José Ignacio. 2022. «La conectividad del Asia Central: entre la Ruta de la Seda y la conexión interna.» Cuadernos de Estrategia 216: 29-54.
  7. Güney, Beyza Gülin. 2019. «Explaining Foreign Fighter Mobilization from the North Caucasus to Syria: Historical Legacy, Existing Networks, and Radicalized Identity». Üsküdar Üniversitesi Sosyal Bilimler Dergisi 9 (1): 241-274.
  8. Kuehl, Dale C. 2010. Unfinished Business: The Sons of Iraq and Political Reconciliation. US Army War College, 40.
  9. De la Corte Ibáñez, L. (2017). «Cuando el Estado Islámico perdió su Estado. Un análisis estimativo sobre los efectos más probables del fin del poder territorial del Estado Islámico». bie3: Boletín IEEE, (8), 576-593.

 

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Imagen: CEEEP

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