Pedro Trujillo Álvarez[1]
Resumen
En su libro De la Guerra, Clausewitz reflexiona sobre lo que se ha denominado la tríada, trilogía o trinidad de la guerra. El prusiano presenta una dimensión más amplia de la confrontación que la específicamente militar y enlaza tres elementos: la razón, la voluntad y la pasión, materializados en la política, las fuerzas armadas (el ejército) y la ciudadanía. Así, establece un modelo, una suerte de metodología (que es lo que se pretende rescatar) para analizar conflictos. En este sentido, a medida que hay una convergencia entre los elementos (factores) señalados, es más fácil alcanzar el éxito, ya que la ausencia de fisuras o porosidad entre ellos reduce riesgos y vulnerabilidades. Por otro lado, al situar cada uno de esos tres elementos en uno de los vértices de un triángulo, se pueden relacionar entre sí, lo que permite analizar el grado de cohesión y su posible reflejo en la acción político-militar posterior, o incluso en la capacidad de disuasión nacional. Finalmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el surgimiento primero de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y posteriormente de otras organizaciones internacionales, algunas dedicadas a la seguridad y defensa, generó un nuevo espacio en el que era preciso englobar la “tríada de la guerra” (de naturaleza estatal) en el nuevo concierto internacional. Esto provocó un cambio en la metodología de análisis de conflictos que llega hasta nuestros días con igual valor que desde su presentación, pero en un contexto más amplio, supraestatal y globalizado.
Palabras clave: Guerra, Clausewitz, tríada, metodología, organizaciones
Introducción
La necesidad de comprender los conflictos bélicos, sus actores y cómo interactúan en cada momento histórico representa un reto permanente para estudiosos y analistas. La tríada de la guerra, propuesta por Clausewitz, constituye una metodología que permite abordar el desafío del análisis conflictual. Aunque es necesario adaptarla a la evolución de los tiempos, es innegable que el modelo puede aplicarse a cualquier período histórico o contemporáneo.
El presente trabajo se basa en la propuesta clausewitziana y tiene como objetivo mostrar la evolución que ha experimentado esta teoría en tres etapas: desde su publicación hasta las guerras mundiales; desde entonces hasta la conformación de la ONU; y, finalmente, desde finales del siglo XX hasta la actualidad. En cada una de estas etapas, el Estado nación ejerce el monopolio de la violencia y el poder absoluto, hasta su inserción inicial en un sistema internacional (ONU) y posteriormente en un contexto más complejo que incluye un amplio conjunto de actores y organizaciones internacionales de diversa índole. Además de reflexionar sobre la evolución conceptual propuesta por Clausewitz y su validez actual, se presenta una metodología: un modelo relativamente sencillo para analizar la situación internacional, independientemente del tiempo considerado. Este modelo ofrece un espacio para la reflexión y desarrolla habilidades en aquellos que realizan análisis, permitiéndoles abordar e investigar conflictos pasados y posibles escenarios bélicos presentes o futuros.
La Tríada de la Guerra
En el conocido libro de Karl von Clausewitz, De la Guerra, el prusiano propone una “trinidad”, una “tríada”:
La guerra, por lo tanto, no es solamente un verdadero camaleón, por el hecho de que en cada caso concreto cambia en algo su carácter, sino que es también una extraña trinidad, si se la considera como un todo, en relación con las tendencias que predominan en ella. Esta trinidad la constituyen el odio, la enemistad y la violencia primitiva de su esencia, que deben ser considerados como un ciego impulso natural, el juego del azar y las probabilidades, que hacen de ella una libre actividad del espíritu, y el carácter subordinado de instrumento político, que hace que pertenezca al dominio de la inteligencia pura.
La interpretación que hacen algunos autores es que Clausewitz pretendía, fundamentalmente, mostrar que la guerra no es un asunto meramente militar, sino sociopolítico, y que en todo conflicto concurren diferentes actores, más allá de la “violencia” de los ejércitos,[2] como son la ciudadanía y la política. Esto modifica la tradicional belicosidad humana, propia de reflexiones hobbesianas, a la idea de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.[3] Cornut (2019) lo explica así:
En rigor, la noción trinitaria introduce la necesidad de mantener en equilibrio y controlados los aspectos irracionales dimanados de las pasiones que instigan la lucha y que se encuentran presentes en el pueblo, armonizados con el talento militar que conduzca las operaciones tácticas y estratégicas con idoneidad profesional para minimizar los efectos del azar, y, a su vez, todo ello contenido en el gran diseño que la política haya previsto para la contienda, bajo la forma de objetivos y fines. Así, la tríada se traduce en pueblo, ejército y gobierno.
En el triángulo compuesto por el odio, la enemistad y la violencia, se puede visualizar, concurrentemente con los primeros, la política (el liderazgo, la razón), la ciudadanía (el pueblo, la pasión) y los ejércitos (la competencia, la voluntad). Por lo tanto, para lograr el triunfo, se debe conformar una especie de centro de proyección del poder enmarcado dentro de una figura geométrica sin fisuras entre los factores situados en los vértices, lo que no siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, ya que cada uno de estos ha tenido diferentes pesos y preeminencias según el tiempo. Es decir, en la medida en que no exista fractura entre ciudadanos que aceptan las decisiones políticas de sus líderes y un ejército subordinado a la política -e integrado y apoyado por el pueblo- se dan las condiciones ideales para el triunfo.
Figura 1. Elaborado por el autor
La idea clausewitziana se establece después de las guerras napoleónicas y la experiencia se desarrolla en el marco de las denominadas “guerras de segunda generación” o “guerras de segunda ola”, según Alvin Toffler. Estas comprenden los conflictos que sucedieron después de la Revolución francesa. En este contexto inicial, es evidente que en muchos países el poder político y militar solía estar asociado y solaparse, mientras que la ciudadanía se hallaba presionada y sumisa ante un sistema autoritario. Así, era muy difícil conformar la tríada mencionada desde un punto de vista de separación de poderes y acciones necesarias para su integración, debido a que todo estaba prácticamente bajo un poder absoluto.
Con el transcurrir del tiempo, las sociedades han consolidado la separación actual entre el ejército, la autoridad política y la ciudadanía. A medida que los regímenes políticos se vuelven más legítimos,[4] y, en consecuencia, son aceptados y elegidos por los ciudadanos, se evidencia que un lado del triángulo propuesto se optimiza mediante un acuerdo mutuo que concilia.
Si los ejércitos están supeditados a la autoridad política y no son cuestionados por la ciudadanía, se conforma una alianza en la que cada grupo se asimila y acepta mutuamente. Esta dinámica promueve una sociedad con voluntad, entendida como la voluntad de vencer o la capacidad de actuación, concepto que algunas doctrinas militares destacan. En esta coyuntura, la nación genera credibilidad y disuasión confiable, no necesariamente desde el punto de vista de los medios militares disponibles -ese sería otro vector para analizar-, sino desde la moral, la voluntad y el espíritu reinante.
En definitiva, esta situación permite la concurrencia de factores propicios para la acción, lo que podría considerarse un incremento de la capacidad de defensa nacional.
Por otra parte, los modelos democrático-liberales otorgan al ciudadano un papel importante y trascendental, pues dejan de ser un mero espectador para elegir a sus autoridades, quienes gestionan la política con los ejércitos como instituciones subordinadas, obedientes y no deliberantes, al servicio de la paz, la democracia y la defensa de la soberanía y del orden constitucional. El protagonismo político del ciudadano incrementa significativamente su valor con la aparición de las redes sociales y la democratización de la información, lo que posibilita que cualquier persona opine, influya y presione. Esto refuerza la necesidad de alcanzar el consenso trinitario sugerido.
La tríada de la guerra no solo ofrece un modelo para analizar conflictos, sino que establece un modelo nacional de disuasión, el cual depende de la solidez de su construcción. Este aspecto debe ser un objetivo permanente de la política de seguridad nacional.
Si se considera que la guerra es la continuación de la política por otros medios, resulta notorio que una nación capaz de mostrar a sus oponentes un sólido esquema que integre ciudadanía, política y ejército tendrá una mayor capacidad para disuadirlos. Esta efectividad aumenta cuando no existen fisuras (porosidad) en la relación entre estos elementos. Constituir un triángulo sólido forma parte de la construcción de un sistema de defensa nacional y promueve la necesidad de desarrollar una cultura de defensa que toda sociedad debe consolidar para enfrentar los desafíos en materia de seguridad.
El Sistema Internacional
Desde 1945, año en que se instauró la ONU, la autonomía estatal quedó inexorablemente ligada a un sistema internacional de valores, principios y formas de toma de decisiones. La resolución pacífica de controversias se ha convertido, desde entonces, en el método para resolver conflictos y requiere, teóricamente, el beneplácito de la comunidad internacional, representada en un Consejo de Seguridad configurado al final de la Segunda Guerra Mundial, cuya integración ha sido objeto de cuestionamientos a lo largo del tiempo.
Los Estados no pueden tomar decisiones unilaterales en materia de conflictos armados, excepto en el ejercicio de la legítima defensa, lo que incorpora a la tríada un fenómeno externo de aprobación o consentimiento que no siempre resulta fácil de gestionar, dado que cinco potencias poseen derecho de veto en el Consejo de Seguridad, independientemente de que haya una mayoría suficiente entre los demás miembros. La invasión norteamericana a Irak en 2003 ilustra un ejemplo de la porosidad del círculo aprobatorio de la comunidad internacional; aunque generalmente se requiere de su consentimiento, este puede ser excluido de ciertas decisiones que emanan de potencias dominantes.[5]
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y, particularmente, con la consolidación progresiva de sistemas democráticos en el último tercio del siglo pasado, la tríada propuesta por Clausewitz adquiere una nueva dimensión para analizar conflictos y debatir sobre las posibilidades de éxito en función de la conformación -sin fracturas- del triángulo propuesto, enmarcado en una dimensión global. No es suficiente, en cualquier confrontación bélica, que los ciudadanos estén de acuerdo con las decisiones de sus dirigentes y que los ejércitos estén alineados con la política y unidos al pueblo; además es necesario contar con el beneplácito internacional.
La Evolución de los Vértices Trinitarios
La segunda mitad del siglo XX constituye el espacio de tiempo en el que se produjeron cambios sustanciales en cada uno de los vértices referidos. Desde la propuesta de Clausewitz, los elementos de los tres vértices han evolucionado significativamente. No es posible hablar de una única forma de reaccionar de la ciudadanía, de hacer política o de emplear ejércitos, los cuales también han evolucionado en sus formas, métodos, doctrinas y medios.
En el ámbito político, han surgido diferentes sistemas: democracias liberales, populismos, autoritarismos y caciquismos, entre otros. Las autocracias y absolutismos del pasado, que creaban una relación de cercanía e interdependencia de la política con los ejércitos, han dado paso a democracias que permiten construir un triángulo óptimo en función de la legitimidad del régimen.
Los ciudadanos han promovido organizaciones de la sociedad civil, tanto no gubernamentales como internacionales; eligen a sus representantes y disfrutan de un mayor nivel de educación formal, lo que les capacita para discernir, debatir y decidir sobre asuntos públicos. Esto ha facilitado una relación más estrecha con los mandatarios. Los ejércitos, por su parte, han pasado de estar conformados por reclutas obligatorios a estar integrados por soldados voluntarios, profesionales y altamente cualificados. Además, se han incorporado a estructuras de defensa colectiva o compartida, lo que facilita su empleo por parte de la política, que, a su vez, cuenta con un mayor respaldo ciudadano.
En general, cada vértice ha experimentado cambios propios, y el modelo “triangular único” del siglo XIX ha evolucionado hacia uno plural y diversificado, con matices que deben considerarse en la actualidad. Clausewitz (1999) contempló en su obra: “Cada tiempo tiene su forma peculiar de guerra… cada uno tendrá también su propia teoría de la guerra… quienes deseen entender la guerra tienen que dirigir su mirada atenta a los rasgos de la época en la que viven”.
1. El Ejército
En las guerras de primera y segunda generación primaba el “orden”, entendido como la configuración de formaciones militares que respondían a tácticas específicas dirigidas hacia el enemigo para provocar un enfrentamiento. Las normas, la disciplina y los uniformes estaban sujetos a procedimientos estrictos que emanaban del mando correspondiente.
A medida que evolucionaron las armas de fuego, especialmente la artillería, las formaciones entre ejércitos se distanciaron y las tácticas se adaptaron a la capacidad destructiva de estas armas. Esto dio paso a la tercera generación, caracterizada por la predominancia de maniobras, técnicas de infiltración y operaciones relámpago.
Las dos guerras mundiales generaron una movilización total y la universalización del servicio militar, así como el empleo de ejércitos en masa y la industria nacional al servicio del conflicto. En el ámbito operativo, se enfatizó el movimiento y la maniobra. El ciudadano se vio más inmerso en el conflicto porque fue “conducido” por el poder político. Vestrynge (1979) afirma que la guerra total no se dirige únicamente contra los ejércitos, sino que involucra a las poblaciones civiles, una realidad inevitable e incuestionable.
En generaciones posteriores de guerra, el Estado dejó de ser el único protagonista. Las operaciones Son realizadas por efectivos limitados, ágiles y altamente preparados, capaces de sobrevivir por sus propios medios. La tecnología se utiliza ampliamente en medios de detección e información, así como en modernas formas de energía y acción a distancia. Esto determina la “importancia del nivel operacional, mediante la gran relevancia estratégica que cobran las acciones tácticas, a la vez que establece el conflicto asimétrico como paradigma” (Fojón 2006).
En la evolución del campo de batalla que caracteriza a las diferentes generaciones de guerra, los ejércitos han transformado sus doctrinas, tácticas y medios. Las armas, cada vez más sofisticadas y destructivas, requieren soldados más instruidos y capacitados. La toma de decisiones se descentraliza y de los códigos militares desaparece la obediencia debida, generando un alto sentido de responsabilidad en cada militar, quien debe de ejercer la acción sobre principios de actuación propios, pero más rígidos y sujetos a estrictos marcos éticos y legales.
El soldado deja de “pertenecer a un todo monolítico” que actúa bajo una única dirección para formar parte de un “conjunto coordinado” en un marco de acción conjunta y combinada, lo que resalta la responsabilidad y la capacidad como pilares fundamentales en la toma de decisiones. Los ejércitos requieren personal mucho más entrenado, acorde con las tecnologías del momento y sujeto a fiscalización permanente por parte de una sociedad plural y globalizada que recibe información instantánea. Las formas de actuar demandan cambios profundos, según la época.
La recluta universal ha desaparecido en la mayoría de los países que adoptan modelos profesionales más reducidos y altamente tecnologizados. El vínculo entre la sociedad y el ejército, quizás dado por hecho en sistemas de recluta obligatoria, impone una construcción a través de la dirección política de defensa, conocida como cultura de defensa nacional. Es necesario “convencer” al ciudadano sobre la necesidad del uso de las fuerzas armadas; no obstante, es más fácil que acepte el empleo de unidades militares profesionales con “menor costo social” que aquellas formadas por reclutas universales.
A pesar de todo, muchos autores consideran que los elementos de la “trinidad” pueden identificarse en cualquier período histórico y en realidades no estatales. La famosa triada de Clausewitz (ejército-gobierno-sociedad) sigue vigente, aunque la discusión puede centrarse en su evolución temporal y en las nuevas formas de lucha. Fojón (2006) lo refleja de la siguiente manera:
De la obra de Clausewitz puede deducirse que cuando se refiere a la “trinidad” lo hace a elementos o fuerzas de carácter universal que están presentes en cualquier momento histórico, y no a su concreción en una determinada circunstancia temporal o espacial.
Aunque hay pensadores que cuestionan la validez de las teorías de Clausewitz a partir de las guerras de cuarta generación,[6] es innegable que lo hacen en relación con la visión clásica de la guerra, las formas, el papel de los Estados y los procedimientos militares. Esto puede confrontar ligeramente ciertos aspectos de las variables del concepto trinitario, extendido en este trabajo al círculo de las organizaciones internacionales, pero no a la necesidad de hacerlo concurrente y efectivo para lograr un óptimo centro de proyección de poder.
Adicionalmente, es necesario incluir en este análisis, desde la perspectiva del ejercicio del poder, el uso no sólo del poder duro (militar), sino del poder blanco (económico, diplomático, tecnológico, etc.), como formas de acción moderna atribuibles tanto a la política como a las fuerzas armadas. Sin embargo, este trabajo no aborda el desarrollo específico de esas cuestiones.
2. La Política
Los sistemas políticos evolucionaron de monarquías absolutas y regímenes con cierto grado de autoritarismo, en los que la seguridad nacional se centraba en la consolidación del poder interno y en la defensa del statu quo, a democracias liberales, más o menos consolidadas. Estas se sustentan en normas claras y no permiten que el mandatario pueda emplee la fuerza militar sin la autorización de un aparato político que concentra la facultad de declarar la guerra y firmar la paz en los parlamentos, órganos representativos populares.
Los absolutismos tienden a desaparecer y la toma de decisiones se realiza por mayorías de ciudadanos, quienes tienen el poder soberano para cerrar la tríada clausewitziana, con la libertad de la que carecieron en tiempos pasados. Se diluye el poder, tradicionalmente concentrado en los políticos, y se deriva hacia una ciudadanía más activa, responsable y fiscalizadora de los asuntos públicos. El estatocentrismo cede su lugar al control ciudadano de la gestión pública, a la fiscalización y a la rendición de cuentas; salvo en contextos autoritarios, el uso de la fuerza requiere un amplio consenso social.
Merece la pena considerar la aparición de los populismos del siglo XXI e incluirlos en esta reconfiguración de la tríada, especialmente en lo que se refiere a la reducción del poder ciudadano en beneficio del decisor político, lo que reconduce a un modelo que se creía superado. Los ejemplos de Rusia, Venezuela y, en menor medida, Nicaragua apuntan hacia esa retrotracción del modelo democrático liberal, que ha sido esencial en la configuración armónica de la trilogía moderna.
3. Los Ciudadanos
Quizá de todos los vectores, el que ha contado con una transformación más profunda sea el de los ciudadanos. Con el surgimiento de las democracias liberales, el establecimiento del sufragio universal y el reconocimiento de los derechos políticos, la ciudadanía ganó un papel más activo dentro de la vida política. En otras palabras, el ciudadano no sólo es un observador; su participación en los asuntos políticos es activa y determinante. Mediante el ejercicio democrático, elige las autoridades que fijarán la política exterior del Estado. Por lo tanto, el ejercicio del voto libre, como parte más visible de un sistema democrático, especificará si existe o no una fractura entre el vértice de ciudadanos y el de la política.
La fiscalización social en todos los órdenes -y el militar no es una excepción-[7] y el empoderamiento de la sociedad civil impiden el uso de la fuerza a criterio o capricho del gobernante, quien queda sujeto a nomas muy estrictas, precisamente como un escudo frente a golpes de Estado tradicionales, que tienden a desaparecer, particularmente después de la disolución de la Unión Soviética (URSS).
En sociedades de postconflicto, como es el caso de América Latina, la armonización entre el ejército y la ciudadanía ha sido más compleja que en otras regiones, debido a los conflictos armados internos y a las actuaciones militares en el pasado reciente. Por el contrario, se avanza en este camino, como lo evidencian informes como el control de LATINOBARÓMETRO (2023), que muestra un significativo rechazo a los gobiernos militares. Por otro lado, el informe de LAPOP (2023) refleja el alto grado de aceptación de las fuerzas armadas, incluso por encima de las iglesias, siendo esta institución la que cuenta con la mayor confianza en el hemisferio.[8]
Asimismo, existe un importante vector a considerar en este apartado: el efecto de la opinión pública. La mayoría de los ciudadanos cuentan con redes sociales en la que expresan o generan opinión (pública o publicada),[9] compitiendo con otras formas tradicionales de medios adaptados al mundo digital. Esas opiniones no siempre provienen de perfiles conocidos, lo que incide en la conformación de una opinión social que puede llegar a alinear o influir negativamente en la acción político-militar de la tríada. Hay innumerables ejemplos en los que la presión de otros países, la concurrencia de perfiles falsos y bots, o la opinión natural de la población han cambiado sustancialmente la convergencia de factores en apenas unos días.[10]
La Tríada de la Guerra y el Orden Internacional
Desde la propuesta de la trinidad de la guerra por Clausewitz, diversos sucesos asociados a la dinámica internacional, así como al avance de la democracia liberal, a las nuevas generaciones de la guerra y, particularmente, a la tecnología y a la opinión pública a través de redes sociales, han configurado distintos períodos que conviene tener presentes para analizar el modelo a aplicar a los conflictos pasados y, especialmente, a los venideros.
La paz de Westfalia inició un nuevo orden mundial. Aunque determinados acuerdos políticos regularían, en lo sucesivo, las relaciones internacionales, la soberanía estatal ocupó el centro de la discusión, y el Estado ostentaba el monopolio de la violencia. Sin embargo, a pesar de otros esfuerzos, los Estados continuaron desempeñando un papel importante en el orden mundial, en el ejercicio de su soberanía, aunque intentaron alcanzar un cierto grado de paz a través del equilibrio de poderes predominante en Europa hasta bien entrado el siglo XX. Esto se logró mediante la firma de pactos y acuerdos, así como la configuración de instituciones internacionales. Los intentos por establecer un orden internacional fueron diversos y fallidos o poco exitosos: la Declaración de París (1856), los Convenios de La Haya (1907), la Sociedad de Naciones (1919) y el Pacto Briand-Kellog (1928), entre otros.
Ciertos pensadores consideraron inmoral que el Estado utilizara su poder para alcanzar fines e intereses particulares,[11] lo que impulsó en parte la iniciativa de Wilson Woodrow con la Sociedad de Naciones. La aceptación internacional de la Carta de las Naciones Unidas representó un hito fundamental en la búsqueda de un orden internacional que acomodara el concepto de soberanía nacional y el ejercicio del poder estatal a las nuevas realidades.
Más tarde, la creación de la ONU en 1945 promovió un orden internacional de postguerra que modificó sustancialmente los parámetros internacionales existentes hasta ese momento. El principio rector fundamental de la nueva organización, que consistía en resolver pacíficamente las controversias, junto con el establecimiento de un Consejo de Seguridad con el derecho a veto de cinco potencias predominantes del momento, conformó un círculo nuevo de aprobación en torno a la tríada estatal clausewitziana. De hecho, lo que antes de 1945 se debatía en el ámbito de los Estados-nación (o en pequeñas reuniones) pasó progresivamente a discutirse en foros internacionales, siendo la ONU el primero, aunque más tarde no fue el único, pero sí el más importante.[12]
Figura 2. Elaborado por el autor
A partir de ese momento, no bastaba con analizar la relación entre la política, el ejército y la ciudadanía, propio del ámbito estatal. Resultaba imperativo cerrar el círculo internacional o, al menos, hacerlo lo menos poroso posible para facilitar la actuación de los Estados. Emergieron nuevas variables que comprometieron la independencia y autonomía de las naciones, aspectos que difícilmente habrían captado la atención de Clausewitz en la primera mitad del siglo XIX. Fue necesario integrar nuevos elementos para intervenir en conflictos, ya que no era viable actuar sin el beneplácito del Consejo de Seguridad y, por ende, de las cinco potencias mundiales con derecho a veto en dicho organismo.
Así transcurrió la segunda mitad del siglo XX, muchas contiendas, especialmente aquellas en los que no intervinieron las grandes potencias, necesitaron la aprobación o, al menos, la ausencia de rechazo de la comunidad internacional. Sin embargo, como ha ocurrido históricamente, otras situaciones en las que estaban en juego los intereses de las potencias dominantes se desarrollaron al margen o con el silencio de la ONU.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el modelo no cambió, pero se tornó más permeable. El derecho a veto de la ONU no siempre es aceptado ni respetado por las grandes potencias, que consideran necesario luchar contra nuevas amenazas, como el terrorismo yihadista, ciertos movimientos independentistas o el Estado Islámico (ISIS). Estados Unidos (EE. UU.) invadió Irak sin el consentimiento de la ONU,[13] con el objetivo de preservar la seguridad nacional afectada por los ataques de Al Qaeda. Las acciones en Afganistán y, más recientemente, los conflictos entre Israel y Gaza, así como Rusia y Ucrania, se pueden encuadrar en esos conflictos bélicos en los que los consensos necesarios en el orden internacional no siempre cuentan con las mayorías requeridas.
El modelo de Clausewitz ha evolucionado de una concepción estatal del conflicto, que concilia tres elementos (política-ciudadanía-ejército), a otra posterior a 1945 que requiere del consenso (o del no disenso) en el ámbito internacional, a través del Sistema de las Naciones Unidas. Actualmente, se enfrenta a una necesidad más compleja de acuerdos y mayorías de organizaciones internacionales, particularmente las regionales y otras relacionadas con la defensa compartida, lo que supone una reducción de la autonomía estatal en su capacidad de intervención. Los Estados, con excepción de las grandes potencias -y no siempre- han dejado de ser actores autónomos y protagónicos en los conflictos; el orden internacional se ha hecho más complejo y diversificado.
La Tríada de Clausewitz en el Siglo XXI
El modelo de análisis clausewitziano no ha cambiado significativamente, aunque se ha sofisticado. En el mundo contemporáneo, aquel triángulo del XIX sigue siendo perfectamente válido y no suele ser aceptable una intervención internacional sin contar con la aprobación político-ciudadana, siempre que los ejércitos nacionales estén sometidos a la autoridad civil y se gestionen en el marco legal impuesto por la democracia liberal. Consecuentemente lo primero es conocer si existe ese consenso, que se manifiesta a través de encuestas o sondeos de opinión sobre diferentes realidades nacionales, y cómo el ciudadano apuesta o rechaza tal o cual intervención en función de la situación política nacional predominante.
Los medios de comunicación, además de una ciudadanía activa, ligados inexorablemente a la tecnología, ofrecen información en tiempo real y son capaces de amoldar casi instantáneamente los distintos lados del triángulo en función de la evolución de la situación. Desde la denominada Guerra del Golfo, conflicto para la recuperación de Kuwait (1990-1991), la dinámica informativa ha sido un factor trascendente, incluso en el uso de terminología, con el fin de promover la aceptación nacional (político-ciudadano) y el rechazo hacia el oponente.[14]
Los actuales conflictos en Ucrania y Gaza ilustran justamente lo que se expone. A pesar de una convergencia suficiente entre la política, la ciudadanía y las fuerzas armadas ucranianas e israelitas, no sería suficiente si el apoyo internacional no estuviera presente. En el caso de Ucrania, Occidente sostiene el conflicto construyendo, en grado suficiente, un círculo internacional en el que, evidentemente, no participan la Federación de Rusia ni la República Popular China (RPC), así como otros países aliados a esas dos potencias. Dicha porosidad no impide contar con el grado de consenso necesario para que sea posible el enfrentamiento. Algo similar se puede observar en Gaza; aunque, en este caso, el progresivo debilitamiento internacional -mayor porosidad- puede llegar a hacer fracasar o debilitar la intervención israelí.[15]
La diplomacia (soft power), como elemento fundamental de los conflictos modernos, forma parte -más que nunca- de las acciones que son necesarias para alinear factores en cualquier acción.
Aplicación del Modelo en Conflictos Actuales
Si se analizan conflictos históricos[16] o presentes, en el ámbito estatal y desde la segunda mitad del pasado siglo en un contexto global, se puede aplicar el modelo y estudiar los resultados, lo que proporciona una herramienta metodológica de interés para analistas y tomadores de decisiones.
El conflicto entre Rusia y Ucrania enfrenta a dos países totalmente diferentes. Aunque ambos pueden ser incluidos dentro de la amplia concepción de países democráticos, es evidente que el ucraniano cuenta con mayor legitimidad, mientras que el ruso enfrenta cuestionamientos de autoritarismo e incluso señalamientos de acciones criminales contra oponentes políticos. Ambos ejércitos han demostrado diferentes niveles de cohesión y grados de aceptación popular. Mientras el de Ucrania recluta ciudadanos y voluntarios extranjeros, el de Rusia debe recurrir a que cuestionan la violencia y han huido del país para evitar integrar las filas de sus fuerzas armadas. La ciudadanía cuenta con mayoría respecto a la defensa de Ucrania en comparación con la invasión provocada por Rusia.
Figura 3. Elaborado por el autor
Desde un punto de vista internacional, la invasión rusa ha generado rechazo y ha suscitado diversos apoyos a Ucrania, como respaldo moral, suministro de medios, ayuda financiera, entrenamiento, entre otros. La comunidad internacional ha sido más favorable a este país y, el papel de la ONU, la Organziación del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) está presente en los debates y discusiones.
De lo anterior, se desprende, especialmente en Rusia que, en Ucrania, una falta de cohesión entre los vértices y una consecuente reducción del “centro de proyección del poder”, lo que tiene una directa incidencia en la imagen de cada actor, la opinión pública, la legitimidad, el apoyo internacional y otras cuestiones reflejadas en los distintos análisis sobre la confrontación. En la Figura 3 se visualiza la opinión de la comunidad internacional (representada en círculos, más favorable hacia Ucrania que hacia Rusia, aunque con cierta porosidad, debido a la dificultad por conseguir consenso en ambas posturas. Dicha porosidad podría incrementarse por la acción internacional, producto, por ejemplo, de cambios en el liderazgo político de las principales potencias mundiales.
En el caso ruso, es evidente que existe una discrepancia mayor (color rojo) que establece enlaces poco sólidos entre la dirigencia política, la ciudadanía y las fuerzas armadas, si bien estas últimas son controladas por el gobierno.
Por parte ucraniana, hay una mayor solidez que puede verse mermada (zona punteada entre vértices política-ciudadanía) por la aprobación de la reducción de la edad mínima de reclutamiento (de 27 a 25 años), con la finalidad de incrementar el número de efectivos militares entre 450,000 y 500,000 soldados. No obstante, esto conlleva un alto costo humano y económico, así como una hipoteca a futuro del capital humano. Es evidente que el tiempo ha ido desgastando (y puede continuar y fracturar) esa solidez inicial entre los dos elementos citados, aunque la reciente ofensiva en la zona de Kursk cierra parte de la brecha indicada y mejora la apreciación.
Conclusiones
Clausewitz propuso una metodología sencilla y de fácil aplicación sustentada en los tres vértices de un triángulo integrado que definen la relación entre política, ejército y ciudadanía. Con el tiempo y las circunstancias históricas, se han agregado otros elementos, como el papel de la comunidad internacional, particularmente de las organizaciones relacionadas con la seguridad y la defensa, y la opinión pública, como vectores transversales que inciden en los posibles alineamientos.
El análisis de los modernos conflictos revela que, aunque aparecen actores no estatales, la situación no anula la validez del triángulo clasewitziano, dado que para contrarrestar esas acciones se requiere una concurrencia idéntica. Sin embargo, será necesaria, además de la conjunción nacional, la participación de organismos regionales e internacionales, precisamente dado que los conflictos en un mundo globalizado adquieren una dimensión que supera la esfera de control y soberanía de los Estados. La ruptura de acuerdos internacionales puede poner en peligro la legitimidad y generar fuerzas contrapuestas -externas e internas- que detengan la acción o la hagan fracasar. Desde esta perspectiva, Clausewitz sigue vigente y es precisamente este enfoque el que se pretende desarrollar en esta reflexión.
El cambio en las formas de hacer la “guerra” -procedimientos, doctrinas, medios, tecnología y opinión pública (y publicada)- desconfigura la idea tradicional del conflicto desde el punto de vista de la ejecución. Es evidente que la forma de confrontarse ha cambiado, lo que no anula el marco teórico conceptual (el fondo) propuesto por Clausewitz, en el que determinados factores, aun siendo diferentes en su forma, requieren de alienación nacional e internacional para converger exitosamente.
No hubo una guerra trinitaria y ahora lo es “antitrinitaria”; más bien, sigue existiendo una guerra trinitaria evolucionada en un contexto internacional más complejo que requiere la incorporación de otros elementos al análisis.
Notas finales:
- Este trabajo es producto de debates con los alumnos del Seminario de Seguridad Internacional (Universidad Francisco Marroquín, Guatemala, marzo de 2024). Agradezco a los estudiantes su colaboración, ideas, sugerencias y demostrada capacidad académica. ↑
- Indistintamente, pero con idéntico significado, se utilizará la palabra ejército(s) y fuerzas armadas. ↑
- Schmitt, Carl, El concepto de lo político (2009), 62, https://arditiesp.files.wordpress.com/2012/10/schmitt-carl-el-concepto-de-lo-policc81tico-completo.pdf ↑
- El término “legítimo” se emplea en el texto como “aceptación mayoritaria de algo o alguien”. ↑
- Se entiende por porosidad el cierre imperfecto (el no cierre) del círculo internacional de la autorización de la ONU. Esto ocurre porque no suele haber consensos en la comunidad internacional, sino opiniones diversas, aunque puedan ser mayoritarias. Se recomienda la lectura de José María Suárez Serrano, “El papel de Naciones Unidas en la guerra de Irak”, 2018, https://estudiosafricanos.cea.unc.edu.ar/files/05-suarez-serrano-N%C2%B04.pdf ↑
- Van Creveld, Martín, The Transformation of War (Nueva York: Free Press, 1991). ↑
- Dávila, M. y Cárcamo Hum, R., “Fuerzas Armadas y su control institucional y administrativo”, Revista de Ciencia Política 59, no. 1 (2020): 103-130. ↑
- Al respecto, se recomienda la lectura de Antonio Estella de Noriega, “Confianza institucional en América Latina: un análisis comparado”, https://www.fundacioncarolina.es/wp-content/uploads/2020/05/DT_FC_34.pdf ↑
- Al respecto, se recomienda la lectura de E. Noelle-Neumann, La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social (Paidós, 2010), especialmente lo relacionado con los conceptos opinión pública y opinión publicada. ↑
- Catalán, M., “Prensa, verdad y terrorismo: la lección política del 14-M”. Open Edition Journal, n.º 2 (2005), https://journals.openedition.org/. ↑
- Diferentes autores han abordado el tema. Se recomienda a M. Ayuso, “El Estado como sujeto inmoral”, Revista de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso n.º 45 (2015), https://www.scielo.cl/pdf/rdpucv/n45/a11.pdf; también se sugiere consultar a R. Nieburh, “La inmoralidad de las naciones”, Revista Académica de Relaciones Internacionales, n.º 7 (2007). ↑
- Se destaca la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947, un pacto de defensa mutua interamericana, así como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949 y la evolución en el tiempo del su concepto estratégico, que se ha adaptado progresivamente a la evolución del escenario internacional para continuar vigente en su protagonismo en materia de seguridad internacional. ↑
- El presidente de EE. UU., George W. Bush, firmó la resolución aprobada por el Senado y la Cámara de Representantes que le autorizó a invadir Irak sin el beneplácito de la ONU. Esto ocurrió mientras el Consejo de Seguridad se disponía a debatir sobre la oportunidad de emitir una nueva resolución que incluyera el empleo automático de la fuerza en caso de que Bagdad no respetara sus compromisos de desarme. ↑
- Se sugiere la lectura de M. Cabrera, Medios de comunicación y medios visuales en los conflictos armados en la posguerra fría (2007),123, https://www.redalyc.org/pdf/531/53101206.pdf ↑
- La porosidad, mínima en este caso, se ilustra con la aprobación por el Consejo de Seguridad de una resolución que pide el alto el fuego durante el Ramadán. El texto, preparado por los 10 miembros no permanentes del Consejo, fue aprobado con 14 votos a favor y la abstención de EE. UU. ↑
- Un interesante ejemplo puede verse en R. Brieba Milnes, “La trinidad de Clausewitz en la guerra revolucionaria”. Revista Marina, n.º 6 (2004), https://revistamarina.cl/revistas/2004/6/rbriebam.pdf ↑